La arquitectura según Amancio Williams

1.jpg

Williams, un creador.

Foto: Archivo El Litoral

 

La siguiente es una transcripción parcial del texto de una carta escrita en 1943 por Amancio Williams a su hermano Mario, con relación al proyecto que elaboraba para la casa de éste en el Parque Pereyra Iraola, Mar del Plata.

La carta es una reflexión sobre la arquitectura que mantiene plena vigencia y merece ser leída con atención, máxime en este momento cuando una creación de Williams -la bóveda cáscara- es utilizada en la calle interior de El Molino, fábrica cultural, que se erige en nuestra ciudad, en bulevar Gálvez y Pedro Vittori.

Dice en sus principales tramos de orden general: “Juzgo oportuno y muy necesario mandarte, junto con nuestros trabajos para tu casa, explicaciones sobre el proyecto y sobre nuestra posición... Muchas veces la claridad exige un tono algo didáctico, no veas en esos casos pedantería ni aires de profesor; trataré de explicarme con la mayor sencillez posible.

“La arquitectura es una de las formas más completas en que una época puede manifestarse, porque es la resultante de dos grandes fuerzas: el espíritu de la época y los recursos con que ella cuenta. Una época que tenga un gran espíritu construye, aún con recursos pobres, si éstos se emplean bien, grandes obras. Por ejemplo, las grandes arquitecturas antiguas que sólo contaron con piedra, ladrillo o madera, y cálculos elementales. Una época con espíritu equivocado, aunque tenga enormes recursos materiales y científicos, produce bodrios. Por ejemplo, el final del siglo XIX y el principio del XX, que contando con hierro y hormigón armado, no consiguió una arquitectura que la expresara, salvo honrosas e incomprendidas excepciones.

“Esto se debió al espíritu de imitación, opuesto al de creación, que reinaba en la arquitectura del mundo entero desde el Renacimiento y que sólo ahora empieza a sacudirse.

“Si recorres la historia de la arquitectura, aunque sea a grandes líneas, verás en todas las grandes épocas un extraordinario esfuerzo de creación. En todas se inventa, no se copia. Ningún arquitecto griego construye en estilo egipcio o asirio, ningún bizantino en estilo romano, griego o persa, ningún francés del siglo XIII en estilo bizantino o románico. ¿Por qué? Porque en las grandes épocas y en los grandes artistas está ausente el espíritu de copia, la preocupación es crear. Si en Grecia, en Bizancio, en la Francia medieval, hubieran renunciado a la creación, como renunció el mundo entero el siglo pasado en arquitectura, y se hubieran dedicado a copiar, a estilizar, seguiríamos construyendo como los egipcios, que lo hacían admirablemente para su época pero no en una forma buena para hoy.

“Actualmente, tiene que crearse una gran arquitectura, pues por un lado se cuenta con recursos ilimitados: materiales y medios de construcción extraordinarios, universalidad de las ciencias, etc. y por otro se define ya el espíritu propio de la época, que empieza a aflorar, inaccesible aún a la masa, pero que ya reconocen los que saben ver. Todo el mundo que piensa, filósofos de la historia y de la política, grandes críticos, etc., están de acuerdo con que una nueva época empieza. Una nueva época con su nuevo arte y su nueva mentalidad. Y los que hoy rechazan sus primeras manifestaciones, aferrándose a los perjuicios de la decadencia de la época anterior, son tan ciegos y -consciente o inconscientemente- tan criminales como quienes silbaron a Wagner, mandaron a Siberia a Dostoievsky o condenaron a la miseria a Rembrandt. El filisteo, el que no comprende, es el peor obstáculo al movimiento que avanza, pero como no tiene suficiente fuerza, termina por ser arrollado. ¿Dónde están ahora los señores académicos que condenaron al impresionismo? Sus nombres han muerto, sus obras nunca vivieron, y si alguien los recuerda alguna vez es con desprecio. ¿Y los pomposos críticos que calificaron de caótica a la novena sinfonía? ¿Y los incomprensivos burgueses que se burlaban de Debussy?

“El espíritu de la época terminará por triunfar. Y es mejor haber sido de los primeros, haber contribuido y no obstaculizado, haber comprendido, y no haberse reído o indignado, haber acompañado y alentado a los precursores, y no haber intentado aplastarles con el horrible peso de la masa burguesa.

“Negar la creación es cerrar el camino al progreso. Querer retroceder, imitando tal o cual estilo, es contribuir a la degeneración y al caos, es cortar las posibilidades de llegar a un gran arte.

“Por eso, ningún arquitecto que tenga un concepto elevado de su función, que sienta su época en forma honda, que sienta la necesidad de expresar su espíritu, que quiera aprovechar al máximo sus recursos, podrá honradamente edificar, a pedido de un cliente, en un estilo dado.

“Podrá otro arquitecto hacerlo por viveza comercial, o por estar tan al margen de su época que no vislumbre sus problemas. Pero la ignorancia del último y el interés del otro están reñidos con el arte.

“El estilo, el verdadero Estilo con mayúscula para distinguirlo de los “estilos’, nace solo, es un resultado de la claridad y la belleza expresadas a través de determinados medios. Es una cualidad distintiva, el sello que una obra de arte lleva de la personalidad que la creó, pertenezca esta personalidad a un individuo, un país o una época. Su misma definición dice lo absurdo y deshonesto que es imitar un estilo. El músico que escribe “estilo Bach’ y el pintor que pinta “estilo Leonardo’, además de ser un falsario demuestra carecer de estilo propio. Cada uno debe crear como pueda. No debe preocuparse de que sus obras tengan estilo, ni en buscar a éste. El estilo nace según el espíritu.

“Los llamados “estilos’; vasco, bretón, Tudor, etc. son la expresión, en un país y en una época dados, de ciertos climas, modos de vivir y recursos locales. Es decir que son la negación de la universalidad. Son esencialmente locales. Tienen encanto, no todos, cada uno en su sitio y en su tiempo, pero es tan absurdo imitarlos como querer imitar el clima, el paisaje o el modo de vivir que les dieron nacimiento. Es tan incongruente como querer viajar en góndola por la pampa o en trineo por las sierras de Córdoba.

“Hacer estilos, “hacer casas’, es lo más simple que hay. Un poco de sentido común para distribuir, un poco de cultura para conocer el “estilo’ elegido, un poco de gusto para aplicarlo. Eso es todo.

“¿Y el arte? ¿Y la arquitectura? ¿Qué tienen de común con eso?

“Frente a ese oficio, imagínate ahora el del verdadero arquitecto, aquel arquitecto griego que no hacia “estilo egipcio’ ni “estilo asirio’, sino arquitectura -en su tiempo moderna- y que, poco a poco elaboraba, con los recursos de su época, superiores a los anteriores, y el admirable espíritu de su raza, aquella purísima belleza que debía culminar en el Parthenon; o aquel arquitecto del siglo XII que no hacía “estilo bizantino’ ni “estilo romántico’, sino que buscaba honradamente la mejor construcción en piedra para resolver su problema y la mayor belleza para honrar a Dios, y creaba esas maravillosas catedrales góticas.

“Aquellos arquitectos hacían arquitectura y creaban un “estilo’.

“¿Existen hoy arquitectos como ellos? Desde el Renacimiento o hasta ahora, puede decirse que desaparecieron...

“Y ahora, la arquitectura nueva. El verdadero arquitecto considera terminada la época degenerada en que el arte consiste en imitar las obras anteriores. Empieza la época en que de nuevo hay que crear, y en que la creación cuenta, para expresarse, con medios magníficos. Hasta 1850, existían como elementos fundamentales para la construcción la madera, el ladrillo y la piedra, a partir de entonces aparece el hierro, posteriormente el hormigón armado, alrededor de 2.000 aleaciones, gran cantidad de metaloides y materiales plásticos.

“El arquitecto de esta época, paralelamente a aquel griego del que te hablé, se niega a repetir lo que ya no tiene o nunca tuvo razón de ser, busca honradamente lo mejor en la construcción y lo más puro en belleza, hace arquitectura y algún día edificará su Parthenon.

“Es indispensable que comprendas lo diferente que es recorrer una revista norteamericana en busca de un “detalle bonito’, del agotador y maravilloso proceso de la creación artística, en que todo está en juego: la intuición, la inteligencia, la imaginación y la técnica.

“Desde el momento en que surge la concepción de la obra de arte hasta aquel en que se resuelve el último problema, cuánto goce y cuánta preocupación. ¡Qué gasto de energías mentales y físicas significa ese trabajo de continua invención! ¡Qué diferencia con el sencillísimo problema de oficio que significa proyectar una planta que funcione bien y adaptarle unos frentes con estilo! Por otro lado, el trabajo de síntesis y de depuración necesarios para llevar a una expresión simple es muchísimo más difícil que el de “adornar’.

“Ya que he hablado de “detalle bonito’, quiero hacerte notar que el llamado “buen gusto’ es una cualidad subalterna con respecto a la belleza permanente, y que sólo puede aplicarse a obras de “arte menor’. Es rebajar a una gran obra decir que está hecha con “gusto’. No lo puedes decir del allegro de la novena sinfonía, ni del autorretrato de Durero, ni de la Gioconda, ni de Notre-Dame. Deja el “buen gusto’ para los vestidos, las alhajas, los pequeños elementos de la casa. En el arte -la arquitectura, la música, las artes plásticas-, busca los valores profundos y permanentes que van más allá del buen gusto...”.