Existen más de 30.000 hectáreas dedicadas al cultivo

La siembra de coca alcanzó

un renovado auge en Bolivia

La producción de la coca ha alcanzado un renovado auge en la zona tropical boliviana de las Yungas, con pueblos que viven del monocultivo de la planta, rodeados por cadenas de montes casi totalmente cubiertos por sus matas.

La siembra de coca alcanzó  un renovado auge en Bolivia

Con límites, actualmente se permite el cultivo de coca para fines medicinales, industriales y culturales.

Foto: Archivo El Litoral

 

Javier Aliaga

EFE

Uno de esos poblados es la remota población de la Asunta, en la provincia tropical de Sud Yungas, a unos 200 kilómetros al noreste de La Paz y hasta donde se tarda en llegar entre ocho y diez horas por caminos de tierra, actualmente dañados por lluvias y derrumbes.

Allí, un grupo de militares y policías ha comenzado esta semana un plan de erradicación de cocales aceptado por una parte de los campesinos, si bien otros piden al gobierno de Evo Morales obras viales a cambio de la destrucción de la planta.

El objetivo de las fuerzas de seguridad es erradicar durante el año unas 2.000 hectáreas de coca en las Yungas, lo que equivale a un tercio de las más de 6.000 hectáreas que cada año se destruyen en toda Bolivia para evitar que la hoja de esa planta se use para fabricar cocaína.

Según informes de Naciones Unidas y de Estados Unidos, en Bolivia existen entre 30.500 y 32.000 hectárea de coca, de las que 20.000 están en las Yungas y el resto principalmente en la zona Chapare (centro), donde Morales sigue siendo el máximo líder de los poderosos sindicatos cocaleros.

La Ley del Régimen de la Coca y de Sustancias Controladas en Bolivia permite el cultivo de 12.000 hectáreas como máximo para el uso de la planta con fines medicinales, industriales y culturales, pero se trata de una norma que Morales quiere cambiar para elevar la cifra a 20.000.

El presidente reivindica el uso ancestral y tradicional de la hoja de coca para liberarla del estigma de ser la materia prima de la cocaína. Sin embargo, todavía no se ha determinado qué superficie de cultivo es la idónea para atender esa demanda de uso legal de la planta.

Entre aimaras y quechuas

El territorio de la Asunta, dividido en dos por el caudaloso río La Paz, tiene una topografía accidentada, con temperaturas que al mediodía rondan los 36 grados centígrados. Está habitado por aimaras y quechuas que viven principalmente de la coca.

La Asunta tiene fama de acoger la mayor concentración de los cocales de la región, pero desde la carretera se aprecia que en otros municipios cercanos como Tajma y Chulumani los arbustos de coca trepan desde el borde del camino a la cima de los cerros, evidenciando el predominio de este cultivo sobre otros de frutales, empleados para consumo doméstico.

Egberto Pari, máximo dirigente de los campesinos de Asunta, reconoció a EFE que hay un excedente de coca que debe ser erradicado porque provoca desequilibrios en la comunidad, con propietarios que tienen cuatro hectáreas o más y otros menos de una.

“Queremos la equidad en los cultivos, que no se expanda, porque todos debemos vivir con dignidad, comer el mismo plato”, apuntó el dirigente quien asegura que hay campesinos que hace cuatro o cinco años llegaron del interior del país sólo para plantar coca, frente a quienes viven allí desde hace décadas y tienen menor superficie de cultivo.

Los sindicatos campesinos aceptaron el año pasado que las fuerzas de erradicación entren a la zona a cambio de un compromiso del gobierno, según Pari, de impulsar el desarrollo con la mejora de los caminos y el fomento a otras iniciativas productivas.

EFE pudo comprobar que la ruta desde La Paz hasta la Asunta, aunque muy atractiva por su exuberancia vegetal e innumerables saltos de agua, está gravemente deteriorada.

De hecho, esta vía ha sido escenario en los últimos meses de accidentes que causaron varias decenas de muertos y que dejaron desaparecidos en el principal río de la zona, atravesado en gran parte por precarios puentes colgantes.

“La coca es más fácil de transportar y vale más que otra cosa, pero si pudiéramos sacar mucho plátano o hualusa (un tubérculo propio de la zona) también podríamos ganar bien”, apunta Pari cuyos ingresos por la coca ascienden a 3.000 bolivianos (424 dólares) cada tres meses. Con esa cantidad mantiene a su esposa y tres hijos.

Cuando se le pregunta qué piensa de que la coca se use para elaborar cocaína, Pari se limita a defender que él consume la hoja hace diez años porque es medicinal, le ayuda a quitar el cansancio y el hambre y que no es una droga.

“Para nosotros la coca no es droga (...) Si fuera una droga, yo sería un drogadicto, pero no soy eso”, dijo Pari, al señalar que él no puede hacer nada si otros destinan la coca a cocaína.

En tanto, a unos 80 kilómetros de la Asunta, en la localidad de Cota Pata, unos 54 soldados, al mando del teniente de navío de la Armada, Wilson Santos, continúan con la destrucción de las hectáreas de coca a razón de 1,5 por día en la parcela de Severo Huanca.

Huanca, de 43 años, es uno de los campesinos que está de acuerdo con el plan de erradicación concertado con el gobierno. Como muestra del pleno acuerdo de las partes, los soldados le permiten recolectar las hojas de cada planta minutos antes de destruirla definitivamente.