Lengua viva

Divagaciones lingüísticas

Evangelina Simón de Poggia

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Al conocimiento sólo podemos acceder si, a través de la naturaleza simbólica del lenguaje, logramos representarnos el objeto o tema de nuestro interés en la mente, teniendo en cuenta que el proceso nos lleva a los rasgos fundamentales del mismo, lo que significa que estamos obligados a realizar procesos cognitivos abstractivos, y que los rasgos diferenciadores hacen que podamos operar a través de las oposiciones, comparaciones, asociaciones, etc., de tal manera que conozcamos la naturaleza diferente, per se, y sus diferencias con los demás. Estamos conociendo, aprendiendo, reconociendo, interpretando. Esto es lo que hace que podamos encontrar las diferencias entre las motivaciones que llevó al hombre a llevar a cabo la “revolución francesa de la revolución de mayo” o entre un perro y el hombre o entre un hombre, una mujer, un niño o un adolescente o entre un sustantivo y un adjetivo desde lo funcional, etc.

Estos procesos a los que hemos hecho referencia deben ser tenidos muy en cuenta en los procesos de enseñanza-aprendizaje. La lengua se presta a maravillosos juegos operacionales, como las oposiciones, selecciones, combinaciones, segmentaciones, etc., a establecer diferencias funcionales entre las distintas clases de palabras. Está claro que no es lo mismo desde su función una preposición que una conjunción o un sustantivo, verbo o adjetivo, que tampoco lo son desde su naturaleza. Decían los griegos que para que haya un adjetivo calificativo primero debe de existir el sustantivo al que se le adjudicará una cualidad; que sólo habrá un objeto directo si la naturaleza del verbo es transitiva para que permita el pasaje de la acción a un objeto, situación, etc. La verdad es que más allá de las maravillosas teorías cognitivistas, constructivistas, asociacionistas, etc., que tanto nos enriquecieron desde el pensamiento y sus procesos, en el fondo, nuestra mente goza de una lógica que, por momentos, nos sorprende. Cuando reconocemos que el pensamiento del hombre es bimémbrico, que podemos reconocerlo con claridad cuando formalizamos nuestro pensamiento en una estructura bimembre, en la que no podemos pensar en la existencia de un sujeto sin un predicado y a la inversa y en su carácter universal frente a la unimembre planteada por los estructuralistas, nos maravillamos ante estas posibilidades humanas de establecer el juego entre el lenguaje y el pensamiento.