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“El sueño de la razón produce monstruos”, uno de los grabados del pintor español Francisco José de Goya.

El poder de una imagen

La caricatura ha sido, desde que existe el poder, una interesante manera de desnudarlo. Esa posibilidad ha llevado a la censura y hasta a la cárcel a algunos caricaturistas. Aquí, un repaso de la tensa historia imperante entre el poder y este género popular que hoy albergan las augustas salas de algunos prestigiosos museos del mundo.

TEXTOS. LUCAS CEJAS. FOTOS. EL LITORAL

Desde que existe el poder existe la caricatura política. Ubicada en ese sutil y a veces feroz- contrapunto es donde encuentra su punto máximo de expresión y de realización. Desde ya no es fácil hablar de la caricatura y mucho menos del poder. A priori, la caricatura, debería causar gracia, pero también puede ofrecer otras perspectivas que le confieren un sentido periodístico, terreno en el cual su potencial se hace manifiesto y tan necesario como cualquier imagen que contenga un periódico.

Y vale la pena, irónicamente, intentar y recalcar obviedades, como la tensa historia imperante entre el poder -actuando con la censura como herramienta avasallante- y este género popular que hoy albergan las augustas salas de algunos prestigiosos museos, como el D’Orsay en Francia.

Se sabe que el poder de turno puede ser efímero, pero capaz de causar un daño trascendente a quien lo padece. La caricatura no puede combatirlo, pero sí dejarlo en evidencia. No puede hacer que los sometidos se revelen, pero sí que se rían de manera cómplice a instancias de él, generando anticuerpos, oxigenando la vida tanto en dictadura como en democracia.

El objetivo, en gran medida, de la caricatura política, es descubrir, develar, señalar lo que no está en la superficie, todo eso que no se ve pero que, sin duda, existe. Este es el punto de inflexión, tan vulnerable, que causa reacciones desmedidas del poder frente a la potencia de una imagen. Señalar lo que funcionaba deficientemente en un sistema democrático y antiguamente en las monarquías, fue algo que algunos caricaturistas-periodistas pagaron con la cárcel o la censura. Históricamente, y en distintas épocas, cada dibujante que ejercía la caricatura con un sentido crítico era apercibido, a veces, de manera feroz.

Daumier, el gran observador

De todos los artistas que han abordado el género, uno de los más grandes fue el francés Honoré Daumier (Marsella, 1808 - 1879) por peso artístico, por oficio, por producción, por calidad y por contexto histórico. Realizaba su labor bajo el reinado de rey Luis Felipe, apodado con toda justicia Gargantúa.

Daumier, junto a otros colegas, tomaron y elevaron la caricatura a límites insospechados, haciendo un fuerte hincapié en el análisis de la realidad y la crítica frente a un modo de gobernar, que generaba consecuencias nefastas. Lógicamente, el dibujo del rey Luis Felipe devorando con fruición a soberanos franceses que ascendían por una rampa a su boca, fue la excusa perfecta para que la realeza encarcelara a su autor: Honoré Daumier. De más está decir que fue preso por reflejar -y no por generar- lo que sucedía bajo el yugo de Gargantúa.

Picasso, al menos, tuvo la oportunidad de responder cuando algunos oficiales nazis le preguntaron, de manera no recomendable, si había hecho el Guernica. El artista, genialmente, contestó: “No, ustedes lo hicieron”.

Transcurridos los seis meses de prisión, Daumier retomó la caricatura con más ahínco aún. Produjo innumerables cantidades de litografías, dibujos y acuarelas desnudando a la sociedad y a sus instituciones, conformadas por hombres, claro está.

Daumier trabajaba a partir de una realidad que el no inventó pero que existía. La ferocidad de ciertos políticos, a los cuales no les caía en gracia estar bajo su influjo creativo y observador, fue una clara señal de un tiempo político e histórico donde predominaba la soberbia, la prepotencia y la solemnidad. Nunca se sintió amedrentado por el poder, ni siquiera cuando lo invitaron -de manera poco elegante- a recluirse en una celda. Dibujante consuetudinario, siguió retratando fielmente a los otros presos.

Transcurrida la pena, y ya en libertad, trasladó la caricatura política del papel a la tridimensión. El barro fue la materia elegida para capturar rasgos, pero también valores y virtudes de los funcionarios del parlamento francés en aquellos años. Las estatuillas, que fueron inicialmente expuestas en la entrada del periódico donde trabajaba Daumier, hoy se encuentran en una augusta sala del museo D’Orsay en Francia, siendo un patrimonio históricamente rico y veraz.

Goya, de la Corte a la crítica social

Alguien que tuvo similitudes con Daumier, fue el notable pintor Francisco de Goya (1746-1928), quien -paradójicamente- era un pintor de la Corte pero, al mismo tiempo, pintaba potentes lienzos con una densa e importante carga social, ya sea denunciando los fusilamientos de ciudadanos españoles a manos del ejercito de Napoleón, o testimoniando las atrocidades de la guerra en su serie de ochenta y dos grabados denominada “Los desastres de la guerra”. Pero, sin duda, sus “Caprichos” (aguafuertes) fueron crudas interpretaciones de los vicios y virtudes las menos- de la condición humana, satirizando a la sociedad y sus instituciones de manera impecable.

Goya se introduce en lo opaco, lo sombrío y lo mediocre, para correr el lienzo de las apariencias y de las estúpidas convenciones de época. Tan agudo, tan notable es el trabajo de Goya, sin importarle clase social alguna, que la Santa Inquisición decide confiscarle las láminas. Posteriormente, recibe una ayuda real (bajo del reinado de Carlos IV) con el fin de esconder y conservar las chapas o matrices que, puestas a salvo, permitirán la reproducción de los caprichos tantas veces sea necesaria.

Hacia 1820, Goya considera a la Inquisición como una institución que representa la injusticia universal y que ataca no sólo a locos o ignorantes- sino también a sabios, a héroes y a inocentes.

El novelista y pintor Jean Cocteau (1889-1963), dijo que “la caricatura sirve para conocer al original”, considerando esta certera opinión, nadie mejor que Daumier para avizorar conductas, inconductas y fisonomías captadas en su desempeño como caricaturista político a lo largo de su vida.

Cascioli, un editor de la realidad

Otro caso a tener en cuenta, y mucho más acá en el tiempo, es el de Andrés Cascioli (1944- 2009) recientemente fallecido. Gran editor y eximio caricaturista de la revista Humor Registrado, poseía una evidente condición y un oficio como pocas veces se ha visto en Argentina, a excepción de los dibujantes de la primera Caras y Caretas.

Retrató a genocidas y a funcionarios que, sistemáticamente y sin pudor, vapulearon al sistema democrático en distintos períodos de nuestra historia. Se puede decir, sin exceso de elogios, que los verdaderos hechos históricos, desde las décadas del “70 al “90, se reflejaron con una mirada crítica en las tapas de Humor. Muchas de las caricaturas que exaltaban -y no como condición propia del dibujo- a generales y brigadieres, eran “evaluadas” en el Comando en jefe del Ejército, con el fin de decidir qué salía publicado y qué no. Cascioli alguna vez dijo: “hacíamos cola con los originales y a veces se quedaban con ellos” o “me dijeron que si la revista salía nos mataban a todos”.

Sin embargo, es interesante observar que, ya en democracia, dentro del acuerdo tácito entre el poder y la caricatura política (a fin de desarrollar un ejercicio democrático mediante la advertencia de hechos dudosos), el oficialismo tenía en los 90, un modus operandi demasiado ambiguo pero contundente al fin: permitía, por un lado, la crítica que ejercía Humor respecto a la política implementada por sus funcionarios (algo que hábilmente sirvió para que la gente dejara de leer ese tipo de contenidos) y, por otro lado, - menos visible ante los grandes medios- generaba e impulsaba una cantidad enorme de juicios por calumnias e injurias que ferozmente soportaban, por ejemplo, editores como Andrés Cascioli.

La justicia, viciada en los 90, conformaba una temible triada junto al poder político de turno y sus abogados defensores. Era evidente, entonces, a favor de quién fallaba. Perdió Cascioli, también el país y la democracia.

Artista y editor íntegro, decía que “el humor tenía que señalar lo que estaba mal hecho y reírse de lo que estaba muy mal hecho”.

Como salvedad, podemos decir que aquellos calumniados hoy están presos, no hay mucho más que agregar.

El desafío de criticar

Han cambiado, en estos años, las sociedades, los sistemas de gobierno, los partidos y movimientos, sus dirigentes y las ideologías de algunos grandes medios de comunicación (asociadas más con los negocios y con un sistema económico existente, que representando a un conjunto de ideas, como suele ser por definición).

Sin embargo, el poder ha tenido una capacidad de mutación importante, sólo comparable a la intervención de los mismos funcionarios de siempre en distintas etapas de la vida política del país. Ese poder se ha amoldado al sistema democrático y lo ha corroído, se ha apoltronado durante años en gobiernos reelectos y se ha impuesto de manera salvaje y cruenta en las dictaduras. Deseemos que la caricatura se encuentre, algún día, en el desafío de tener que ser crítica -es su naturaleza- con el poder que cambia lo que está mal, con el poder que genera laburo o con el que cura enfermedades; ese día los caricaturistas, gustosamente, tendremos un problema.

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Una de las polémicas portadas de la revista Humor, varias veces prohibida o censurada.

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Honore Daumier caricaturizó al rey Luis Felipe, apodado Gargantúa, lo que le valió la cárcel.

PROHIBIDO EL HUMOR

En febrero del “83, el número 97 de la revista Humor fue secuestrado por la dictadura. En la portada, Celestino Nicolaides subido a una patineta, perdía el equilibrio cayéndose con la justicia detrás suyo. En su defensa y enfurecido, Nicolaides expresó que “era imposible que un general no dominara una patineta”. Previamente, en el ‘82, un grupo de militares querían prohibirla; entonces dirigentes como Raúl Alfonsín, severamente criticado por Humor durante su gobierno, Antonio Cafiero e Italo Luder, redactaron cartas dirigidas al gobierno nacional donde expresaban su apoyo a la revista. No fue suficiente: un año después, 100.000 ejemplares del número 97 eran secuestrados. Luego, la vertiginosa cifra de 300.000 ejemplares vendidos en democracia, la re ubicación de la revista frente el Alfonsinismo y un dato inquietante que comenzaba a vislumbrar el panorama cultural y social de los “90: la creencia y la necesidad de “leer” algo distinto como rasgo de pertenencia por ingresar al primer mundo, manifestándose en la consumición -despiadada- de revistas, cuyo contenido mostraba los logros de una parte de la sociedad a través de sus casas, autos importados y yates. Eso no era repudiable, no era censurable, por el contrario... era pintoresco y plausible.

En los años 90 no hubo grandes actos de censura, excepto un sketch del programa televisivo Tato de América, que la jueza María Romilda Servini de Cubría consideró inapropiado. Vale este ejemplo para tomar la sátira política y la censura de una manera más amplia, no sólo en la gráfica. La reacción de muchos demócratas, y Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, fue notable. Cantaron una canción -o mejor dicho un estribillo onomatopéyico que simulaba el apellido de la jueza- casi como un aviso institucional -de otra manera no se comprendía la presencia de los citados anteriormente-, sobre todo por antecedentes laborales. Un amplio espectro de artistas, periodistas y deportistas fueron escuderos de Tato Bores y, fundamentalmente, de la democracia, en el programa posterior a dicha censura. Afortunadamente, Tato prevalece en la memoria de muchos argentinos, Romilda no.

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“Se aprovechan”, un grabado con toda la dureza de Goya contra los abusos del poder.

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La nota de Clarín que incluyó la ilustración de Sábat, cuestionada por Cristina Kirchner.

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SÁBAT, DECIR SIN PALABRAS

Otro contemporáneo de Cascioli, es el gran periodista de Clarín, Hermenegildo Sábat, el más respetado del género, por lejos. Proveniente de la escuela de dibujo rioplatense según María Elena Walsh- heredó la tradición de la pionera revista Caras y Caretas, especialista en sátira y comentario político.

Sábat dijo en un reportaje que “en casa no había un mango, pero había libros y revistas”. Tuvo la particularidad de retratar (en el sentido de captar rasgos y conductas) a militares y políticos en las décadas del “70 y ‘80. Con maestría técnica y oficio periodístico, hizo desfilar disfrazados de viudas a los genocidas Videla, Massera y Agosti. Fue por aquellos años, que, cierto día, lo llamó un jefe de redacción muy consternado y le hizo escuchar una cinta con la voz de un hombre que decía: “si ese boludo insiste con los dibujitos lo metemos en un avión y lo tiramos al río”. Esa voz era la de Guillermo Suárez Mason, jefe del primer Cuerpo del Ejército del ‘76 al ‘83.

Muchos años después, Sabat declaró que “en su lista de prioridades se ve que yo estaba último”. Sin embargo, fue en democracia donde cobró mayor relevancia (aunque lo disguste) un dibujo de su autoría. En la obra se veía a la presidenta CFK con una venda cruzada en la boca; aunque ella lo tomó como un mensaje cuasi mafioso (una definición que casi se convierte en un neologismo), el mensaje de Sábat era un pedido y no una imposición. Sencillamente cuestionando al poder. El apoyo y la respuesta de muchos colegas fueron inmediatos, aunque el mismo Sábat no quiso hacer declaraciones en los medios de comunicación.

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andrés cascioli retrató con ácido humor a los personajes de la política argentina de las últimas décadas.