La perla de las antillas

/// el dato
 

Catedral de La Habana, imponente edificio del barroco colonial, que preside la Plaza. Corazón de La Habana Vieja.

Foto: hugo matteri.

Descubierta por Colón, fue puerto de salida de oro y piedras preciosas hacia España, acosada por piratas, puerta de entrada de esclavos venidos de África, invadida por los ingleses, recuperada por España trás un canje, codiciada por franceses y holandeses, marqueses, condes y capitanes generales caminaron sus calles, bañada por el mar de las Antillas, bendecida por Dios, así es Cuba .

 

Por Hugo Matteri

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El 28 de octubre de 1492, las naves llegaron a la costa septentrional de una isla, a la que llamaron Juana, en homenaje al príncipe Don Juan primogénito de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, aunque por Real Cédula de 1515, cambia su nombre a Fernandina, y más tarde, simplemente, Cuba.

DE EZEIZA Al josé martí

Una tardecita como cualquier otra, tomando una cerveza en la agitada Salvador en Brasil, habíamos conocido a una pareja de habaneros, y lo que nos contaron de Cuba y en particular de La Habana, aún repiqueteaba en nuestras cabezas. Luego de las averiguaciones pertinentes y en época adecuada, decidimos conocer ‘La Perla de las Antillas’.

Un domingo de mayo partimos en un vuelo de la aerolínea nacional del país caribeño, y unas nueve horas después nos depositaba en el Aeropuerto Internacional de La Habana ‘José Martí’.

Queríamos corroborar lo que quinientos años atrás el gran Almirante había sentenciado sobre estas tierras “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.

Ya instalados en un muy buen hotel de La Habana, nos dispusimos a tomar contacto de primera mano con su gente, sus costumbres, su música y su historia.

Dejamos el hotel, preparados para caminar la parte histórica de la ciudad, llamada La Habana Vieja, área fundacional de la Villa de San Cristobal de La Habana, tal su primer nombre, dado por su fundador Don Diego Velázquez de Cuéllar, un 16 de noviembre de 1519, en su actual emplazamiento, ya que anteriormente la villa se había instalado a poca distancia de la actual capital.

Habíamos trazado un itinerario que incluía la Catedral, la Plaza de Armas, la Plaza Vieja, la Casa de los Capitanes Generales, el Templete y los fuertes, entre los edificios históricos, más algunos de los sitios emblemáticos de la historia reciente como La Bodeguita del Medio y Floridita, dos bares universalmente conocidos, la Plaza de la Revolución y el Museo correspondiente, donde nuestro coterráneo “El Che” es figura excluyente.

La ciudad vieja

Primera parada la Catedral, ya que nos quedaba cerca del hotel, y como presumíamos, centro vital de la zona histórica, iglesia del más típico barroco colonial con campanarios laterales y asimétricos, data de 1748 y es obra de la Compañía de Jesus y consagrada a Nuestra Señora de Loreto. Más allá de las esculturas y orfebrería que adornan su altar mayor, hay singularidades que le otorgan un aire de misterio y grandiosidad, una es que albergó hasta 1898, una urna con las cenizas del Gran Almirante Cristóbal Colón, traidas desde Santo Domingo, y la otra es una pintura que aún se conserva en un tabernáculo lateral, llamada El Papa, una pintura del siglo XV, antes de la llegada de los españoles a América y que según cuentan nadie sabe como y cuando llegó hasta aquí.

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Proteger la bahía, esa fue la órden del Rey, y aún hoy se cumple desde El Morro. Foto: hugo matteri.

Frente a la Catedral, la plaza está rodeada por antiguas casonas coloniales, que fueron propiedad de marqueses y señores, aún siguen pie, y en algunas de ellas hay bares, comercios de antigüedades y librerías y sus plantas superiores están habitadas, aunque hay varias en proceso de restauración.

Dejamos la plaza de la Catedral, por calle Mercaderes, hacia la bahía, en esta calle angosta y empedrada los edificios han sido restaurados en casi su totalidad, y nos daba la sensación de haber regresado en el tiempo a la época de la colonia, no solo las fachadas están impecablemente pintadas, sino que hasta los comercios son de otra época, como la Botica, una framacia, que tanto sus muebles como los botellones y sus etiquetas son de mediados del 1800, realmente increíble.

Seguimos hacia la bahía, ya que donde termina esta calle está la Plaza de Armas y el Fuerte o Castillo de la Real Fuerza. De camino, en la esquina de O’Reilly se encuentra la Casa de los Capitanes Generales, un edificio de mediados del siglo XVIII, que fue residencia de los gobernantes de la isla, hasta el período de la república en que fue palacio presidencial, hoy es Museo de la Ciudad. Típica construcción colonial española en dos plantas y con un patio jardín central, al que hay que dedicarle tiempo para recorrerlo y escudriñar parte de la historia de esta magnífica ciudad. Llegamos a la Plaza de Armas, pero a todo esto ya había pasado el medio día largamente, y decidimos instalarnos en un bar con vista a la plaza y al Castillo.

Si bien Cuba tiene sus cuestiones, no voy a hablar del tema cambio de moneda o de las distintas monedas, solo basta decir que el peso cubano para turistas, que no es el que usa la población, es el de uso corriente para los visitantes, aunque el dólar es bien recibido, pero no en público.

Una característica que tienen las calles de esta ciudad, que en algunos momentos nos retrotraían a la bahiana Salvador, es la población mayoritariamente negra, los edificios coloniales y la música omnipresente, con ritmos caribeños de raíces inconfundiblemente africanas.

Comimos algo rápido, conteniendo las ganas de probar alguno de los muchos platos de la cocina típica cubana, cuestión que dejamos para la noche, y así seguir la recorrida, no sin antes probar un habano y un típico café cubano, muy rico aunqué un poco fuerte.

Entramos al Castillo de la Real Fuerza, custodiados por soldados con unformes y amamento de época, cosa que nos pareció muy pintoresca.

El edificio es enorme y de planta irregular, terminado en 1577, sirvió como cuartel y principal defensa del puerto y la ciudad, siendo también residencia de los Capitanes Generales por casi 200 años. Está recostado contra el canal de la bahía de La Habana aunque hoy pasa por la costa la avenida del Puerto.

Domina desde sus torreones fortificados, toda la entrada al puerto, con sus cañones aún asomándose hacia el mar y rodeado por el sector que da a tierra por un foso de unos 3 metros de ancho, siendo la primer construcción fortificada y con utilización permanente hasta nuestros días. Nos quedamos en el fuerte hasta que arriaron el pabellón nacional, en un solemne acto con los soldados uniformados a la usanza del 1600. Dejamos el Castillo y cruzamos la Plaza de Armas, ya atardeciendo, dejando para el día siguiente otro ajetreado día de recorrida por esta parte de la ciudad, ya que nos quedaban una cantidad de lugares a recorrer, según nuestro listado y que iba camino a engrosarse.

Volvimos al hotel por Mercaderes, un breve descanso y vuelta al ruedo, ya que queríamos cenar en un lugar típico, con música y todas esas cosas que uno espera encontrar y que hacen inolvidables este tipo de viajes.

Nos habían recomendado un par de lugares, el más conocido el Floridita, de camino nos metimos para una ojeadita en la Bodeguita del Medio, antiguo lugar de bebidas, que a diferencia de muchos otros, no se encuentra en una esquina, y de ahí deviene su nombre, impuesto por la clientela y que sus dueños respetaron, que ganó fama internacional al contar como cliente fijo al bohemio y famoso escritor Ernest Hemingway. Como buenos turistas pedimos el famoso ‘mojito’, bebida a base de ron, de la más fina estirpe cubana, cuando sentimos un estruendo muy fuerte, que nos dejó a todos calladitos, salvo a los locales, que se limitaron a decir, ‘chico son las nueve’.

Como la mayorá éramos turistas, del otro lado de la barra vino la explicación, desde 1674, todos los días a las 9 de la noche, desde el Fuerte de la Cabaña se dispara un cañonazo, que anunciaba el cierre de las puertas de la ciudad, costumbre que se ha mantenido hasta hoy, aunque ya no hay muralla que cierre la ciudad, ni puertas que cerrar.

Bueno terminamos en Torre de Marfíl, un paladar con exquisitos platos típicos y un pequeño show rumbero muy bueno. Paladar le llaman los habanero a los restaurantes, y los hay habilitados para turistas, para locales y algunos como los bares para ambos.

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Plaza de la Revolución, todo un emblema de los tiempos modernos.

Foto: hugo matteri.

 

Por la mañana desayunamos y partimos ya que la lista de lugares era larga y al día siguiente nos íbamos para Varadero y luego a Cayo Largo, un poco de playa y mar caribeño, para luego volver a La Habana por un día, antes de regresar a Argentina.

Primera parada la Plaza de Armas, donde habíamos dejado el recorrido, El Templete, una cosntrucción antigua con reminiscencias griegas simboliza el lugar donde bajo un ceibo se ofició la primer misa de la ciudad, por calle Oficios fuimos hasta la iglesia de San Francisco de Asis, otra de las emblemáticas iglesias que data de 1591, la que guarda una historia muy particular, ya que detrás de ella se encuentra un cementerio de aquellos años en el que se ha dado sepultura a condes, marqueses, nobles y obispos, y hasta a la Virreina del Perú, la Marquesa de Monte Claro. Regresamos hasta calle Obispo, para pasar por la puerta del Hotel Ambos Mundos, otro de los emblemas hemigwanianos, ya que en la habitación 551, se alojaba el ilustre huésped y que hoy opera un ente público y todo lo recaudado se destina a la recuperación del patrimonio de La Habana Vieja. Continuamos hasta el Paseo Martí, frente al monumento que recuerda al gran poeta y artífice de la independencia cubana.

Sobre la avenida, tomamos un curioso taxi modelo 1952, que nos llevó hasta el Castillo de San Salvador de la Punta, otro de los fuertes que protegían a la ciudad, bien en la boca oeste de la bahía, frente a la fortaleza de los Tres Reyes Magos del Morro.

Ya sentíamos el sindrome del reloj avanzando a mayor velocidad de la que deseábamos, y en tren de poder ver lo más significativo, comenzó el descarte.

Recorrimos el fuerte, fotos para aquí y allá, visitamos algunas de sus salas, y salimos, ya que queríamos cruzar la bahía por el túnel de La Habana que sale a la Vía Monumental a los pies del fuerte del Morro como se lo conoce, bastión que durante la ocupación de los ingleses resistió varios ataques hasta su rendición en 1762. Realmente impacta. Sobre la elevación a espaldas del Morro, se encuentra el Fuerte San Carlos de la Cabaña, del que todos los días parte el cañonazó de las 9, y menos mal que abandonaron la costumbre del de las 5 am.

Nos fuimos hasta el Capitolio, cerquita de otros emblemas, la fábrica de ron Baccardi y los habanos Partagas. Nos sentamos en una mesa de un bar, para recomponer energías y tratar de ordenar el listadito, ya que nos faltaban muchos lugares y el tiempo era muy escaso, dejábamos La Habana por 10 días para conocer y disfrutar de sus mejores playas, y sólo teníamos un día más al regreso para recorrerla. Imposible. En otro viaje tal vez? Seguro que si!

Que lo disfruten y buenos viajes!


Entramos al Castillo de la Real Fuerza, custodiados por soldados con unformes y aRmamento de época”.

sentimos un estruendo muy fuerte, que nos dejó a todos calladitos, salvo a los locales, que se limitaron a decir, ‘chico son las nueve”.

“EL Hotel Ambos Mundos, otro de los emblemas hemigwanianos, ya que en la habitación 551, se alojaba el ilustre huesped”.

Para saber

En La Habana Vieja se encuentran los grandes monumentos antiguos, murallas, palacios, conventos, fortalezas, plazoletas y callejuelas. En 1981 fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Entre los museos más importantes se encuentra el Museo de la Ciudad, en el otrora Palacio de los Capitanes Generales y que hasta 1920 fue Palacio Presidencial. Muy cerca se localiza el Palacio del Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro; el Templete y el Castillo de la Real Fuerza. A pocos metros, en la Plaza de la Catedral, radica el Museo de Arte Colonial. San Francisco de Asis, Santa Clara, los fuertes El Morro, La Punta y La Cabaña, la Plaza de la Revolución y el Museo, entre otros atractivos.