Mesa de café

Encapuchados y “trapitos”

 

Erdosain

Marcial deja con fastidio el diario sobre la mesa y le hace señas a Quito para que le sirva su habitual taza de té. —Si viviera en Buenos Aires -dice- organizaría una manifestación de apoyo a Macri.

—Como en Santa Fe la organizarías para apoyar a Reutemann -acota José con tono burlón, mientras saborea un liso que le acaban de servir.

—Vos decí lo que quieras -responde Marcial-, pero me parece perfecto que se le ponga freno a ese malandraje que se escuda tras la inocente designación de “trapitos”.

—No son malandras -enfatiza José-, son compañeros que han quedado desocupados y se ganan la vida como pueden.

—¿Desocupados? -pregunta Abel-. Me parece que lo tuyo es una excusa muy sensible pero poco verdadera.

—Para ser desocupado -agrega Marcial- es necesario haber estado alguna vez ocupado.

—Según tengo entendido -digo-, Macri no sólo sanciona a los “trapitos”, sino que reclama la prohibición del uso de capuchas por los manifestantes.

—Ese Macri es un gorila -dice José y gesticula con las manos-, ahora no quiere que la gente salga a la calle a reclamar justicia.

—¿Justicia? -pregunta Marcial con su típica sonrisa burlona.

—Seamos claros -digo-, Macri no propone prohibir el derecho a la protesta, lo que reclama es que no haya encapuchados, algo muy sensato en una sociedad que dice ser transparente.

—Los muchachos se tapan la cara para que no los fichen los servicios de inteligencia.

—Con ese criterio vamos a salir todos encapuchados -responde Abel.

—En mis tiempos -señalo-, a los que se tapaban la cara con un pañuelo o una máscara se les decía delincuentes.

—Lo más lindo de todo -apunta Marcial- es que reivindican el derecho a encapucharse en nombre de la libertad.

—Según me dijeron -digo-, acá en Santa Fe también se van a tomar algunas medidas contra los “trapitos” porque cada vez son más los vecinos que se quejan.

—Era hora -puntualiza Abel.

—La verdad -agrega Marcial-, no es justo que los ciudadanos tengamos que sufrir esa afrenta cotidiana, esa suerte de demanda coactiva, de violencia diaria. Tampoco es justo que no digamos nada de las mujeres y los ancianos a quienes los trapitos y limpiavidrios aprietan todos los días para que les den plata.

—Vos les das si querés -subraya José-.

—Vos les debés dar- agrega Abel- porque, si no, te dañan el auto. Ésa es la verdad de la milanesa. Los tipos no cuidan tu auto de hipotéticos peligros, lo cuidan de la agresión que ellos mismos pueden realizar, y la única manera de impedirlo es dándoles plata.

—Si no hubiera tanta desocupación los trapitos no existirían -replica José.

—Con el cuento de la pobreza -dice Marcial- se justifica todo. Matan, pero hay que disculparlos porque son pobres.

—Por otra parte -señala Abel-, estos trapitos no cumplen ninguna función social. No cuidan, no protegen, no limpian...

—...y hasta es posible que se pongan de acuerdo con el choro para robarte el auto. Un comerciante del centro al que le robaron hace unos meses -continúa Marcial- me dijo que un “trapito” fue el que les pasó la data a los ladrones.

—El gobierno municipal -recuerda Abel- ha propuesto organizarlos.

—Los progresistas, siempre con las medias tintas, nunca se animan a hacer lo que hay que hacer. No se puede ni se debe organizar y controlar lo que está organizado para apretar y mangar.

—No comparto -dice José.