Crónica política

Luces y sombras de los Kirchner

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Juntos. Más allá de las teorías que pretendían diferenciarlos, en lo sustancial, la pareja política es inescindible.

Foto: Archivo

 

Rogelio Alaniz

“El diablo no fue más que un ángel con ambición de poder”. Cioran

Los gobernadores peronistas se reportaron en Olivos y, como diría el personaje del tango, se florearon en lisonjas para la presidente y su marido. Si alguien suponía que se iba a registrar una disidencia, los hechos le demostraron una vez más que el principio de verticalidad del poder sigue funcionando y que los caballeros están dispuestos a acompañar a los Kirchner, por lo menos, hasta las puertas del cementerio.

Cuando se observan estos comportamientos, crece fuerte la tentación de postular que en la Argentina nada ha cambiado desde los tiempos de Rosas. En efecto, cuando Justo José de Urquiza le propuso a los gobernadores de entonces que había llegado la hora de pronunciarse contra el dictador que desde Buenos Aires asfixiaba las economías regionales, todos, o casi todos, miraron para otro lado y se hicieron los desentendidos, no porque fueran malos, sino porque lo necesitaban a Rosas y, además, le tenían miedo, mucho miedo, porque la experiencia les había enseñado que la menor disidencia podía costarles la hacienda y la vida.

Después de Caseros, Urquiza lo mandó a Bernardo de Irigoyen para que conversara con los mismos que le habían jurado fidelidad a Juan Manuel. Todos se deshicieron en halagos a Urquiza y marcharon a San Nicolás para firmar el célebre acuerdo sin que se les moviera un pelo y proclamando a los cuatro vientos que eran urquicistas de la primera hora. Algo parecido hicieron los grandes bonetes del poder rosista, los mismos obsecuentes que hasta una semana anterior a Caseros desataban los caballos del carruaje del Restaurador y lo tiraban a pulso o le besaban los pies a la dulce Manuelita.

Es verdad que los historiadores no deben comparar situaciones históricas diferentes; pero convengamos que cierta lógica del poder y ciertos rituales del poder se reproducen de manera idéntica a lo largo de los años.

También es verdad que los gobernadores argentinos, ciertos gobernadores por lo menos, suelen estar dominados por una suerte de sentido común que en nombre de los intereses de la provincia o los suyos propios, los alienta a aceptar las reglas del juego impuestas por el poder central.

Entre los pocos gobernadores que no estuvieron presentes en la reunión de Olivos debe contarse a Hermes Binner. No fue invitado porque la invitación era para los peronistas leales, pero la relación que los Kirchner mantienen con el gobernador santafesino es una muestra elocuente de cómo se comportan con los opositores, incluso con los opositores moderados, respetuosos del sistema institucional y las investiduras políticas. Lo sucedido en las dos últimas semanas entre el poder central y el gobierno de Santa Fe demuestra que los Kirchner entienden las relaciones políticas como un acto de sometimiento que desconoce incluso las más elementales cortesías de la política.

Esa manera de concebir al poder incluye a los propios kirchneristas. El maltrato, la desconsideración a quienes son sus soportes políticos es célebre en los mentideros oficiales. Se dice que al poder hay que ejercerlo, pero al poder hay diversas maneras de ejercerlo; los Kirchner han optado por una en particular, cuyos resultados y beneficios están a la vista.

Según Elisa Carrió, la oposición no habría tenido ningún problema en votarle la autorización para usar las reservas del BCRA para atender los compromisos externos. Podemos creerle o no, pero está claro que el oficialismo no sabe gobernar de otra manera que no sea a través del hecho consumado. Es más, la propuesta de cumplir los compromisos con reservas es opinable, e importantes economistas admiten que es una alternativa a tener en cuenta en las actuales condiciones. ¿Por qué entonces crispar aún más el escenario político cuando lo mismo se puede obtener por otro camino? ¿Por qué no intentar negociar, tejer acuerdos? La única respuesta a este interrogante es la concepción del poder que defienden los Kirchner.

Los kirchneristas entienden que no les han dejado otra posibilidad que gobernar en estas condiciones, que una conspiración mediática, oligárquica y política les impide ejercer el poder de otro modo. Este argumento se refuerza con el caso de algunos que atacan a los Kirchner con consideraciones dignas de energúmenos ideológicos, pero ninguna de estas consideraciones justifica tantos atropellos y mucho menos refuta el hecho cierto de que los Kirchner en Santa Cruz gobernaron con los mismos criterios que luego ensayaron en el orden nacional. Basta recordar sus discursos, la permanente e innecesaria confrontación que practican contra los opositores, como para advertir que la prepotencia es un componente estructural del oficialismo, por lo que no debería extrañar que los opositores le paguen con la misma moneda. Es que en política también se cumple el dicho que sostiene que “quien siembra vientos recoge tempestades”.

Convengamos que es lamentable que el escenario político se constituya con estas prácticas. Por factores externos y por razones que tienen que ver con los esfuerzos cotidianos de la Argentina profunda, el país no está pasando por un mal momento, un dato que los argentinos que tenemos un mínimo de memoria podemos corroborar.

Muchas de las iniciativas de los Kirchner seguramente serán reivindicadas en el futuro. Temas como el superávit fiscal, las tasas de interés, la asignación universal a los hijos de los desposeídos, las jubilaciones, por mencionar algunos de las más conocidos, son medidas que cuentan con el apoyo de amplios sectores de la población. Ciertos esfuerzos por privilegiar el poder político a la hora de discutir con las corporaciones es un dato que cualquier gobierno democrático deberá tener en cuenta en el futuro; pero la falla decisiva de los Kirchner es su incapacidad para gestionar la política desde una cultura republicana.

Cualquier gobernante sabe que toda gestión incluye resolver conflictos con actores políticos y sociales. Se sabe que gobernar es comprar problemas; también se sabe que la buena fe no suele ser el criterio dominante de la política y que lidiar con intereses en estas sociedades es siempre una fuente de conflicto. Ante esta realidad, el dilema de todo gobernante es el siguiente: imaginar la acción política como una trinchera desde la que se combate con enemigos empecinados; o concebirla como una acción tenaz donde el talento consiste en construir grandes acuerdos. Los Kirchner, decididamente, han optado por la primera alternativa; Bachelet en Chile, Lula en Brasil, Mujica en Uruguay, por la segunda. O la política es la guerra, o la política es entendimiento. Entre ambos extremos hay matices, pero los matices no disimulan las alternativas centrales.

Los Kirchner no descubren la pólvora cuando denuncian al poder mediático y las trapisondas de algunos medios o de algunos periodistas. En lo que se equivocan es en creer que todo el poder mediático es corrupción. O desconocer que, con sus aciertos y errores, el poder mediático es un poder efectivo y real, respecto del cual nada gana un presidente en atacarlo cada vez usa de la palabra. Lo que vale para el poder mediático, vale para el poder sindical, el poder empresario, el poder religioso; con lo cual, o aceptamos estos escenarios y tratamos de gobernar tratando de crear entendimientos propios de toda sociedad civilizada o, por el contrario, le declaramos la guerra a todo el mundo con las consecuencias que ello implica.

Y en este punto importa observar un perfil particular de los Kirchner, porque quienes en nombre de argumentos emancipadores atacan a los medios son los que luego acuerdan con aquellos medios de comunicación más comprometidos con los vicios que dicen criticar. Digamos, a modo de síntesis, que el problema de los Kirchner con los medios y los periodistas no es que sean corruptos sino que sean críticos, es decir que sean medios de comunicación.

Por último habría que recordarles a los Kirchner y a sus epígonos, que hoy es imposible hacer política democrática si no se dispone de una mínima autoridad moral. Ese liderazgo moral que está presente en Mujica o en Bachelet, brilla por su ausencia en los Kirchner. El enriquecimiento de ellos y de sus colaboradores tiene aristas escandalosas y obscenas. Se hace muy difícil por lo tanto reclamar respeto y credibilidad, cuando se exhibe el singular récord en la historia nacional de ser los presidentes que más se han enriquecido en el ejercicio del gobierno.