EDITORIAL

Ante el inminente

fallo de La Haya

El próximo 20 de abril, el Tribunal Internacional de La Haya se pronunciará sobre la instalación de la pastera Botnia en el río Uruguay. Como anticipándose a los acontecimientos el presidente de Uruguay, José Mujica, visitó a su par argentina para acordar estrategias comunes hacia el futuro. La iniciativa merece valorarse en todo su alcance porque, en primer lugar, el flamante mandatario oriental se allana a conversar sobre el tema a pesar de que continúa el corte promovido por los piqueteros de Gualeguaychú. Importa recordar al respecto que su antecesor, Tabaré Vázquez, había dicho que mientras el corte se mantuviera no había negociación posible.

Como se sabe, el conflicto lleva ya cinco años y el corte sobre el puente que comunica con Fray Bentos está por cumplir tres años, corte que, bueno es recordar, se hizo violando las leyes nacionales y los acuerdos internacionales, sin que ello impidiera que el entonces presidente Kirchner alentara a los piqueteros y no se privara de decir que lo que estaba en juego era el honor nacional.

Por su parte, Mujica ha tenido el coraje político de dar el primer paso para una reconciliación, y todo hace suponer que la presidenta argentina finalmente cumplirá con la palabra que ella misma empeñara en su momento a favor de un acatamiento del fallo que emita la Corte de La Haya, a la que ambas partes le sometieron sus respectivos planteos y pruebas. De modo que el acuerdo de ambos presidentes de respetar el inminente fallo del tribunal internacional despeja el camino para la solución de este enojoso diferendo que tanto nos ha desprestigiado en la región.

Recordemos que en su momento, y en sintonía con la tensión política existente, el presidente Vázquez vetó la candidatura de Kirchner a la presidencia del Unasur. Hoy todas estas borrascas diplomáticas están a punto de transformarse en historia y es de desear que así sea. Los argentinos en algún momento deberemos interrogarnos sobre las causas que nos llevaron a cometer semejante torpeza. En el caso que nos ocupa, las versiones más extremas, y si se quiere más grotescas, del piqueterismo y de la llamada cultura verde, se dieron la mano. Lo curioso en este tema es que ese despropósito contara en algunos momentos con el apoyo de las autoridades políticas nacionales y provinciales, las que dominadas por el más crudo oportunismo no vacilaron en ponerse al frente de una protesta, en origen legítima, pero a todas luces desproporcionada.

Todos los esfuerzos que en su momento se hicieron para imponer la racionalidad fracasaron miserablemente. Un puñado de piqueteros empecinados dictaba la política exterior argentina y cortaba el tránsito en un puente signado por estrategias de integración binacional y pagado básicamente con recursos de la Argentina.

Luego de tres años, da la impresión de que la sensatez está a punto de imponer sus fueros; pero para ello es necesario esperar el fallo del 20 de abril y las decisiones que, en consecuencia, tomarán ambos gobiernos.