Pandemónium neurótico en el tránsito

Pandemónium neurótico en el tránsito

La secuencia fotográfica muestra que las infracciones en el tránsito y los consecuentes choques, que no son accidentales, no se resuelven sólo con control de la velocidad. Se hace necesario cambiar las prácticas generales al conducir.

Fotos: Mauricio Garín

José G. Vittori

Las medidas sobrevienen a las certezas, y todos podemos estar de acuerdo con que el exceso de velocidad disminuye las posibilidades de evitar un accidente. Pero configura una haraganería pensar que limitar la velocidad elimina el problema por completo. Conducir no es lo mismo que manejar, así como hablar no es lo mismo que decir algo. Por ello conviene identificar claramente el problema del tránsito en Santa Fe, que tiene menos relación con las velocidades, de la que tiene con la falta de criterio de los conductores.

Lo peligroso no es tanto el exceso de velocidad como las maniobras que la gente practica en la vía pública. Así, podemos ver cómo el que va adelante disminuye la velocidad en medio de una avenida mientras atiende el celular, gira o cambia de carril sin dar ningún aviso, se toma todo el tiempo del mundo para arrancar en el semáforo, o lo pasa en rojo (aunque lentamente), se detiene en doble fila o a la izquierda (o ambas cosas sobre el mismo paralelo), y sigue su marcha impunemente por la vida, tal vez sin proponérselo y sin un hilo de culpa o de vergüenza.

Es cierto que el encuentro entre la velocidad y las piruetas antes descriptas terminan en pequeñas catástrofes, pero penalizar únicamente la primera y olvidarse de las otras es injusto y absurdo. Resulta enervante observar las motos sin luz y sin patente pasar de noche por donde les queda cómodo y, obvio, a la velocidad que les permiten sus pequeños motores; o atestiguar las zambullidas suicidas en Alem hacia Belgrano por la trocha interna, o en la misma Costanera hacia 7 Jefes. Inmediatamente, uno se pregunta cuántas sociedades conviven en la misma ciudad, y si es posible esta convivencia con reglas tan aleatorias. Es decir, se producen infinidad de choques y, proporcionalmente, muy pocos accidentes. Queda entonces como cuestión pendiente y perentoria, profundizar los controles para que todos nos ajustemos a las reglas en toda la ciudad, no sólo en dos avenidas.

Este sí, éste no

Para poder cumplir con las reglas es preciso que las mismas constituyan un grupo homogéneo y coherente que responda a una lógica general y previsible. No puede haber cartelería que indique límites absurdos y luego otra que advierta un límite punible. Para el que desciende del puente Oroño hacia Paraná por la RN 168 es conocido el cartel que indica una máxima de 40 km/h. Y el que ingresa en la RP 1, se encuentra con los carteles de máxima 30 km/h desde el inicio hasta San José del Rincón. Es decir que queda a criterio del automovilista (o del ciclista), atender los topes fijados por los carteles. Por lo anterior, y ya que una distracción bajo el radar puede costar una fortuna, sería apropiado colocar carteles que advirtiesen que este límite es en serio. Contra ello, alguien podría decir que se intenta lograr que la gente circule a esa velocidad por toda la avenida. Pero lo cierto es que muchos reducen la marcha sólo en el espacio controlado y la incrementan el resto del viaje, con el agravante de que pareciera que intentan recuperar el tiempo perdido bajo el ojo electrónico.

En relación con esto último, cabe sugerir que un único límite de 50 km/h para toda la costanera y para todo momento resulta inaplicable. Desde la Villa de Guadalupe al centro de la ciudad hay aproximadamente unos 8 km, por lo que pedir a sus habitantes que se dirijan al trabajo a 45 km/h a las 6.45 de la mañana un día de semana es, por lo menos, desacertado. Sin embargo, también es incuestionable que la máxima establecida es más que adecuada para un día sábado a las 5 de la tarde, cuando la costanera se puebla de gente. Por ello, sería conveniente revisar la posibilidad de establecer límites variables e indicarlos con carteles luminosos, como los que se encuentran en Bv. Gálvez.

Los números hablan

Por último, vale una reflexión. Los cinemómetros comenzaron a registrar el paso de los vehículos dos meses antes de que la Municipalidad labrara el primer acta de infracción. De este modo, se pudo elaborar una estadística sobre la base de un tránsito “normal”. Lo interesante es que el 99,5 % de los automovilistas excedieron el límite por todos conocido, pero la mayoría lo hizo a 70 km/h. En consonancia con lo arriba sugerido. ¿No suena empecinado acaso pretender que todos se ajusten a la norma de un momento a otro, cuando es ella la que claramente va a contrapelo del hábito consuetudinario?.

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