EDITORIAL

El gobierno, Jekyll y Hyde

La Argentina vive un clima extraño. Día a día, la estructura normativa de la Constitución Nacional sufre fisuras interpretativas que debilitan su vigencia. Todo se discute, aun las reglas más claras. Esta sistemática problematización de lo que no da lugar a dudas en su expresión textual y en sus fundamentos pone en evidencia otro fenómeno: el poder y grupos afines realizan tareas de vaciamiento de nuestra Carta Magna. Lo hacen por goteo, pero lo hacen. Cada día hay menos Constitución y mayor grado de facticidad.

Ya no sólo se trata de distorsiones hermenéuticas. Ahora hay presión pura y dura sobre la Justicia, a la que se acusa de producir fallos conforme a Derecho. Es que, después de haber trabajado años para controlar el Consejo de la Magistratura y el sistema de selección de jueces con vistas a asegurarse en el futuro una Justicia domesticada, el gobierno advierte con preocupación que los niveles de infiltración no alcanzan. El comisariato allí ejercido por el Dr. Carlos Kunkel, áspero alfil del gobierno que en los años de plomo integrara la conducción de Montoneros, parece no alcanzar, ni siquiera con la colaboración de la combativa Diana Conti. Lo cierto es que muchas sentencias, pese a los esfuerzos de operadores del poder en los tribunales, privilegian la correcta aplicación de las leyes en los casos que sustancian.

Por eso se ha iniciado un cuestionamiento a fondo no sólo de la tarea de los jueces, sino de los perfiles del sector, de sus características grupales, del necesario monitoreo de su actualización profesional, puntualizaciones que, más que apuntar al mejoramiento del servicio de Justicia reclamado por la sociedad toda-, pretenden deslegitimar al sector ante la opinión pública.

Esta escalada alcanza a la Corte Suprema de Justicia, mostrada hasta ayer como un ejemplo del ímpetu renovador de la gestión de los Kirchner, como un salto de calidad institucional, y hoy cuestionada por el oficialismo, vigilada por servicios del Estado y presionada por grupos afines al gobierno, como los que organizaron la marcha que días pasados se manifestó en plaza Lavalle frente a los Tribunales, o las movidas que organiza el secretario general del sindicato de Judiciales dentro de la propia casa.

Después de haber arrasado a la oposición legislativa cuando los números le eran favorables, el oficialismo dramatiza ahora las situaciones en las que no puede imponer rápidamente su número. Parecería que discutir el destino del país es perder el tiempo, poner palos en la rueda. Como si las otras voces, aquellas que se evocaran durante los debates suscitados por la Ley de Servicios Audiovisuales, no debieran escucharse cuando dicen cosas que al gobierno no le gustan o no le convienen. Llegó la hora en que se caen todas las máscaras. Por eso, el periodismo crítico comienza a ser perseguido con desembozo, sin respeto de las leyes y garantías, con una ferocidad que desnuda el otro yo del doctor Jekyll, ese Mr. Hyde exterminador que lo habita y lo domina cada vez con mayor fuerza.