“La chatita empantanada”

Sobre la levedad del ser

Roberto Schneider

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El teatro siempre tiene una posibilidad de magia. El espectador ha aceptado ser cómplice de un juego de fantasía con los actores y acepta las reglas. Pero, cuando la magia va unida a la poesía, la belleza visual, el exacto equilibrio entre la música y el color, sorprendiendo con imágenes que sutilmente desafían a ver más allá de lo inmediato, a completar un sueño enriquecido en forma permanente desde la experiencia estética; cuando la magia se apoya en una música sutil y discreta que acompaña los cambios de clima, de textura, de acción; cuando la magia salta en la narración atrapante, en la actuación excelente, en un humor ingenuo e inteligente; cuando la magia es mucho más que una pequeña historia que se transforma en una conmovedora sucesión de aconteceres; cuando la magia se transforma en poesía, y abre puertas que ya no se cerrarán -las del corazón, sin excluir las del intelecto-, entonces el oficio del teatro alcanza su excelencia, y el espectador se conmueve y parte, cuando se baja el telón, renuente por tener que dejar el lugar mágico y agradecido no sólo por lo que experimentó, sino por lo que se lleva.

“La chatita empantanada” -con dramaturgia de Sandra Franzen-, estrenada por Equipo Teatro Llanura en el Foro Cultural, es una historia sencilla y divertida sobre las distintas maneras de ver las cosas y el derecho a elegir. Pero, y en este concepto hacemos hincapié, es una historia teatral, donde las cosas les pasan a los protagonistas y a través de ellos el espectador se integra. Y es ejemplar por la economía de medios que propone el texto y el escaso número de personajes que forman parte del credo teatral de la autora. Un credo por el que se ocupa del ser humano visto, por lo general, en una situación límite y en circunstancias especiales que determinan que esos seres humanos vivan casi solos.

Don Biblo, el bibliotecario regional; María Calandria, la señora grande, maquilladora recibida por correo y enamoradiza, y Lino, el chofer campero, son los tres personajes protagónicos que están enmarcados en una trama poética que es también un parpadeo de la historia, instante en el que adquiere espesor el contorno de mucha gente postergada. Franzen reconstruye con su mirada diversas perspectivas de los protagonistas. Todo envuelto en una oralidad reconocible que abreva en el fraseo de la conversación y en una respiración coral que serpentea de un personaje a otro en una especie de monólogo de varias voces.

“La chatita empantanada” nos sitúa ante lo que quizás mejor define y explica uno de los porqués del Equipo Teatro Llanura: un mundo cerrado (aunque sea en el centro de un paisaje abierto o el cruce de una ruta, el cruce de tres destinos), donde los personajes entablan una relación casi episódica y con mucho de entrañable. Surge entonces el magnífico trabajo de la directora, la misma Sandra Franzen, al plasmar una puesta en escena que no contradice, sino que acentúa esos caracteres. La mayor parte de la acción pasa en el mundo exterior y para eso usa con agudeza el centro de la sala, en una certera escenografía y planta de luces de Mario Pascullo, donde la imagen del mundo cerrado se agranda cuando se utilizan los rincones de ese espacio, perfecta paráfrasis del mundo exterior, amenazante.

La puesta en escena desentraña paso a paso el interior de esos personajes que exhiben lo que va de las apariencias a la realidad. Se muestran la grandeza y la miseria de sus conductas. Franzen suma aciertos con un elenco sin fisuras donde se destacan la soberbia interpretación del actor Jorge Ricci, en el que tal vez sea el mejor trabajo de su carrera porque construye a su Don Biblo con verdadera pasión, lejos de cualquier cliché, entregado al juego propuesto para divertir y divertirse, más la sugestiva e imborrable máscara de Teresita Istillarte como María Calandria, en un trabajo de difícil resolución que la actriz resuelve con excelencia, y la precisa actuación de Eduardo Fessia, de fuerte presencia escénica y también entregado a una totalidad que basa sus valores más fuertes en la actuación. El vestuario de Verónica Bucci suma aciertos por la riqueza de su formulación estética y es eje estructurante la música original de Gabriel De Pedro, de indiscutible presencia dramática. Todos suman en este espectáculo donde la palabra transmite la fuerza del contenido en un equilibrado juego teatral con personajes que se hacen querer, que sorprenden y divierten, y a los que se desea acompañar en sus avatares. Nueva muestra de la excelencia del Equipo de Teatro Llanura, donde todo encaja y todo es parte de un mismo universo, el de tres seres que nutren su imaginario de historias cotidianas, de afectos desencontrados y de amores desesperados. Justo homenaje también a la memoria de Ricardo Gandini, como se sostiene en el exquisito programa de mano.

Sobre la levedad del ser

Tres destinos varados en la ruta y buscando, los tres, el amor. Excelente puesta en escena del Equipo Teatro Llanura.

Foto: Flavio Raina