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Gabriela Blanc (29) y Andrés Bellochio (35) se conocieron como voluntarios del centro de evacuados de la Escuela Paso y así nació su historia de amor.

Historia de amor y de agua

Gabriela y Andrés fueron voluntarios en la inundación de 2003. Se conocieron en un centro de evacuados. Se pusieron de novios. Hoy son marido y mujer. Lo que el agua también nos dejó.

TEXTOS. NICOLÁS LOYARTE. FOTOS. N. GALLEGOS, E. SALVA Y GENTILEZA A. BELLOCHIO.

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El paso del agua del Salado por la ciudad de Santa Fe en abril de 2003 dejó huellas imborrables. Muchas historias están embarradas de dolor. Pero ese sentimiento fue acompañado por otro: la felicidad de encontrar al “otro”, el poder mirarse a los ojos y comenzar historias que no mueren: amistades, afectos y amores.

Esta es una de esas historias. La de Gabriela Blanc (29) y Andrés Bellochio (35). Dos voluntarios de la inundación de 2003, a los que el paso del agua también les cambió la vida.

Gabriela y Andrés asistieron a los evacuados de la escuela J.J. Paso, sobre calle San Martín casi llegando a bulevar Pellegrini. Ése fue el lugar donde aquel miércoles 30 de abril de 2003 se conocieron. Al tiempo comenzaron una relación. Luego pasaron cinco años, tres meses y veinte días de novios, hasta el 20 de septiembre de 2008, cuando se casaron. Hoy comparten sus días.

- ¿Cómo fue que llegaron al mismo centro de evacuados? ¿Cómo había llegado cada uno al lugar?

Andrés: - La noche del 29 de abril me encontraba en misa por el tercer aniversario del fallecimiento de mi mamá y decidí ir a dar una mano a un amigo al que le estaba llegando el agua. Cuando terminamos de subir las cosas al piso superior de su casa, escuché por radio que necesitaban voluntarios en los diferentes centros de evacuados que se estaban abriendo en la ciudad; así que hice una recorrida y comencé por la Escuela Industrial. Allí me dijeron que no necesitaban más voluntarios y me enviaron a la FUL, donde me avisaron erróneamente que ya no hacían falta voluntarios en ningún lado. Pero decidí seguir dando vueltas en mi bicicleta hasta encontrar un lugar donde poder dar una mano. Fue así como al pasar por la esquina de San Martín y Bulevar Gálvez observé una camioneta trafic que estacionaba y de la cual bajaba un sacerdote. Me detuve y vi que éste golpeaba las puertas de la Escuela J. J. Paso, por lo que me acerqué a preguntar si ése sería un centro de evacuados. Me dijo que la estaban por abrir como tal. Así que ya me instalé allí para empezar a organizar. Éramos cinco voluntarios y docentes de la escuela.

Al poco rato comenzaron a llegar los primeros evacuados y así se nos pasó la madrugada, recibiendo gente y tratando de organizar, por un lado a la gente en las aulas, y por otro las donaciones que ya empezaban a llegar.

A la mañana temprano me fui a mi casa a descansar un poco y cuando volví, alrededor de las 11 de la mañana, ya había muchos más voluntarios trabajando, dentro de los cuales estaba Gabriela.

Gabriela: - En ese entonces yo era estudiante universitaria y cuando, el martes 29 de abril, comenzó a correr la voz de cortes de puentes y cierre del Túnel Subfluvial, mi familia enseguida se preocupó y quiso que regrese a Entre Ríos, al menos hasta que la situación volviera a la normalidad. Pero yo no me fui, estaba en época de exámenes, y trabajaba de pasante en el Ministerio de Educación de la Provincia. Si bien todas las actividades fueron suspendidas, con un par de amigas en la noche del 29, escuchando la radio a oscuras (porque se había cortado la luz), nos enteramos de que se necesitaban voluntarios para trabajar en los centros de evacuados que se estaban armando en las escuelas y otros espacios públicos.

Esa noche varias amigas dormimos en mi departamento, por el miedo que había por la inseguridad, saqueos, robos, así que decidimos ir en la mañana siguiente a la FUL (Federación Universitaria del Litoral) para que nos deriven a donde se necesitara. Primero nos derivaron a la Escuela Nº 534 República de Bolivia, pero al llegar allí estaban completos y nos enviaron a la escuela J. J. Paso. En ese lugar había pocos voluntarios y fue ahí donde nos plantamos y comenzamos a trabajar enseguida.

Solidaridad compartida

- ¿Cómo se conocieron?

Gabriela: - Nos conocimos cuando Andrés llegó cerca de las 11 de la mañana a la escuela y yo estaba ordenando, junto a otras voluntarias, la ropa que se estaba recibiendo por donaciones.

A partir de ahí compartimos muchas horas por día. Éramos un grupo grande de voluntarios que, junto con los docentes, supimos acomodarnos y poner manos a la obra, dando de cada uno lo mejor para que a cada evacuado no le faltara nada. Asistiendo necesidades básicas como la comida, un techo y ropa seca y limpia, como otras necesidades tan capitales en ese momento tan duro, como la compañía y el saber que no estaban solos, a veces compartiendo unos mates mientras desahogaban su angustia por los momentos vividos. Cada uno desde nuestro lugar y dando lo que podíamos, tratábamos de infundir calor en días tan húmedos y fríos, y la esperanza de una recuperación futura.

Con Andrés fuimos acercándonos día a día, compartiendo las actividades que requería el centro: preparar el desayuno, organizar los almuerzos y las cenas, redistribuyendo donaciones, organizando juegos para los niños y hasta torneos de truco para los más grandes. Recuerdo, incluso, que llevamos a la escuela un espectáculo de títeres, cedido con gratitud por nuestros amigos Demián Sánchez y Gerardo Morán. A través de estas tareas comunes, creció entre nosotros un cariño muy especial que disfrutábamos cada día más.

- ¿Cómo continuó la historia entre los dos?

Gabriela: - A un mes de habernos conocido, nos pusimos de novios. Y si bien la escuela J.J. Paso ya despedía a los últimos evacuados que volvían a sus hogares, seguimos censando algunas manzanas del barrio San Lorenzo para conocer las necesidades de la gente y repartir donaciones que aún quedaban en el Club de Leones. De esta forma se optimizaba el reparto de donaciones brindándoles a los damnificados realmente lo que necesitaban.

Desde aquel día no nos hemos vuelto a separar, y hoy, a siete años de entonces, ya llevamos un año y medio de casados.

Bendecidos por el Salado

- ¿Cómo viven el hecho de haberse encontrado en la vida en un momento de tanto dolor, para vivir algo tan feliz? Esto invita a la reflexión, ¿no?

Gabriela y Andrés (a dos tintas): - Creemos que nuestra historia es el fiel ejemplo de que hasta en los momentos más terribles se puede llegar a encontrar algo muy bueno. Nosotros, en particular, gracias a Dios, no hemos sido golpeados por las aguas de aquel Salado. De hecho, hemos recibido tanto o más de lo que soñábamos. La inundación del 2003 nos acompañará de por vida, porque no sólo fue el origen de nuestra historia de amor y de vida, sino una experiencia que nos ha hecho crecer como seres humanos por sobre todas las cosas. Porque hemos aprendido de cada una de las personas que estaba allí, de los inundados que entendían aquello como una oportunidad para aprender de sus errores y empezar de nuevo, y de los que pretendían aprovechar la situación para “jubilarse” y vivir por fin del gobierno. De los internos armados que vendían droga en la escuela, con los que debíamos lidiar a diario y tratar de negociar para que no lo hicieran. De las diferencias y las similitudes. De lo justo y lo injusto. De unas aguas ingobernables y de un gobierno que hacía agua por cada flanco. De la directora, y de cada docente, del policía federal que cuidaba la escuela y de cada uno de los voluntarios.

Y pensar que nos acercamos a la escuela con ánimo de dar una mano y, sin esperarlo, fue la vida la que nos dio y nos da aún la mano más grandiosa. Quizás sea contradictorio, pero al menos nosotros, hemos sido realmente bendecidos por las aguas del Salado.

- ¿Cada cuánto sobrevienen los recuerdos?

Gabriela: - Al menos una vez al año seguro. Porque todos los años, cada 29 de abril, cuando acudimos a la misa por el aniversario del fallecimiento de la mamá de Andrés, estamos en la iglesia Nuestra Señora de los Milagros (junto al colegio Inmaculada) y se escucha la marcha que hacen los inundados frente a Casa de Gobierno. Nosotros adentro de la iglesia, en misa, y afuera la marcha de inundados. Y por dentro nuestros sentimientos contradictorios, porque se recuerda una tragedia y nosotros fuimos bendecidos. Es así cada año.

Historia de amor y de agua

“Éramos un grupo grande de voluntarios que, junto con los docentes, supimos acomodarnos y poner manos a la obra, dando de cada uno lo mejor”, recuerdan.

+ información

En ellitoral.com

www.osea.ellitoral.com

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El centro de evacuados que funcionó en la Escuela J.J. Paso abrigó no sólo a quienes llegaron allí en busca de un refugio tras haber perdido de su hogar, sino también al fuerte vínculo que surgió entre Gaby y Andrés.

“Los que pateamos el agua”

(Para ellos, nosotros... y esos *)

A veces me parece que simplemente no entendemos nada. Que la vida pone su mirada más fuerte sobre la nuestra, y nosotros por terror, comodidad o ignorancia, miramos para otro lado. Quizás mirar a otro lado sea más fácil o más seguro. Supongo. Pero hoy el agua es la que mata, la que quita y la que a la vez enseña. Lástima que indefectiblemente en cada época de sosiego y desperdicio, siempre sucedan estas cosas. Cosas que despiertan. Mi vieja siempre decía “La vida se encarga...”. Y sí, sé que siempre se encarga y se encargará de despertarnos, de una u otra forma, siempre. Hoy, ésta es su forma.

Nuestra historia está llena de desprecio enquistado y de patéticos acostumbramientos. Y rica en esos que no aprenden, en esos que siguen de espalda. Ni siquiera ésto les muestra que ellos están donde nadie debería. Pero están y se preguntan...“Y ahora dónde?”.

A veces me parece que en el fondo sí entendemos, todos, y que entendemos demasiado. Pero ciertas realidades nos quiebran e inhiben de forma diferente, y me parece que no todos somos capaces de dar lo mismo. Quizás sea iluso o naif, lo acepto, pero sin esperanza prefiero estar muerto.

Y sé que todo esto sirve, porque siempre sirve. Todo.

Hoy pensé en que hubieron dos guerras, una guerra espantosa y devastadora, guerra que peleamos juntos, ellos y nosotros (siempre sin esos), la guerra contra el agua, la hambruna y el destierro. Y luego pensé en la otra guerra, esa guerra que es la que más nos duele. La guerra contra la desigualdad y la indiferencia, es decir, contra esos que no están, esos que miran para otro lado, que saben sólo dar la espalda. Pero incluso, pensé también, en que esa guerra es, en el fondo, contra nosotros mismos. Porque en el frente de batalla nadie gana sin sensatez o cordura, aunque gane en los papeles. Y a todos nos falta un poco de ellas, aunque estemos aquí con todas nuestras manos.

Y una y otra vez las mismas preguntas atormentan mi conciencia. ¿Por qué hay cosas que nunca cambian? ¿Por qué no lo acepto? ¿Por qué tengo que ser utópico e idealista al hacerme estas preguntas? ¿Por qué no es obvio? ¿Por qué sentirme ridículo con lo que siento como lógico y cierto? Simplemente ya no las acepto. Y que nadie me diga que no es fácil, que la intención es constante, pero hay demasiado en el medio. La salida está en nuestras manos. Justo en nuestras manos. Aprendamos a dar, y ya basta de dar sólo vueltas. Es demasiado simple... sólo hay que hacerlo.

Hoy me sorprende cuán afortunados somos los que lo vemos. Cuánto nos ayuda a todos, a ellos y a nosotros, todo ésto. Lo que sigue es hacerles comprender semejante cosa... ¡semejante cosa!

...Porque hoy hemos mirado a la vida de frente, nunca más de frente. Ellos también.

...Y porque su dolor no nos es indiferente... hoy sólo triunfa la reflexión.

*Esta carta fue escrita por Andrés Bellochio y entregada por aquellos días de la inundación de 2003 a los compañeros evacuados y voluntarios de la escuela J.J. Paso.

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