Escraches castristas en la Feria del Libro

La doctora Hilda Molina, cuyo calvario para salir de Cuba es ampliamente conocido, fue “escrachada” en la Feria del Libro por una nutrida banda de izquierdistas y populistas. Cantando consignas de apoyo a la dictadura de Fidel Castro y profiriendo insultos contra la médica, los manifestantes lograron que el acto de presentación del libro “Mi verdad”, donde Molina relata las peripecias vividas bajo el régimen de los Castro, fuera suspendido.

En una posterior conferencia de prensa, Molina señaló que lo que le acababa de ocurrir no era diferente de los escraches habituales que el castrismo alienta contra los disidentes en Cuba. Se refirió luego a las huelgas de hambre y a las manifestaciones de las madres de los presos permanentemente hostigadas por los sicarios del régimen. El libro donde narra todos estos acontecimientos está en circulación y es probable que, después de esta provocación montada por la ultraizquierda, se venda mucho más, pero ningún éxito editorial mitiga la vergüenza que ha sufrido el país al aceptar que una escritora, disidente de una dictadura por añadidura, sea reprimida.

Anécdotas editoriales al margen, de todos modos no deja de ser una cruel ironía de la política que justamente en una feria del libro, el ámbito por excelencia de la libertad de expresión, una escritora, y además una exiliada política, sea privada del uso de la palabra por los defensores de la dictadura castrista. También es otra cruel ironía que estos defensores del régimen totalitario invoquen los derechos humanos y la libertad de expresión para cometer sus desmanes.

Un orgullo legítimo que suelen tener los pueblos civilizados y libres es el de darle refugio a los perseguidos por las dictaduras, no importa del signo que sean. Este orgullo a los argentinos nos compromete más que a nadie porque en los años de la dictadura de Videla, muchos argentinos fueron recibidos con los brazos abiertos por países cuyos gobiernos seguramente no estaban de acuerdo con sus ideas, pero anteponían el principio de la solidaridad con el perseguido por encima de cualquier diferencia. Y no sólo abrieron las puertas, sino que abrieron posibilidades laborales e intelectuales. Estos valores, estos principios vitales para una ética de la democracia, parecen no ser reconocidos por estas facciones que si bien representan una minoría de la sociedad, no por ello dejan de ser peligrosas.

Hilda Molina fue víctima de la violencia de los fanáticos, pero nuestro orgullo nacional democrático también ha sido víctima de los simpatizantes del totalitarismo. Insistimos una vez más que todo esto ocurrió en una feria del libro, donde se supone que no tiene lugar la censura, la discriminación y la violencia. Ninguna de estas consideraciones parecen haber sido tenidas en cuenta por quienes creen a rajatabla que el orden social a construir incluye la mordaza y la desaparición de quienes no piensan lo mismo.