Mesa de café

Marcial dice lo que piensa

Erdosain

El sol de la mañana es tibio e invita a estar sentado a la mesa del bar leyendo los diarios y tomando un cafecito. José está leyendo una revista mientras toma el primer café de la mañana. Marcial lo mira y sonríe, aunque nadie sabe cuál es el motivo de su sonrisa. Abel, que acaba de llegar, lo llama a Quito que está parado en la barra conversando con un policía. Yo mientras tanto termino mi taza y trato de imaginar cuál será el tema del día.

—Yo creo que a la chica que mató a su amiga de un mazazo en la cabeza le van a dar unos cuantos años de cárcel— comenta José mientras tira la revista sobre la mesa.

—Depende— responde Abel.

—¿De qué depende? pregunta José.

— De cómo caratulen el expediente -apunta Abel, que alguna vez ejerció la profesión de abogado. Puede ser un homicidio preterintencional o un homicidio con alevosía. En un caso le dan unos pocos años y en el otro le pueden tirar perpetua.

— Yo no creo que lo haya hecho a propósito, digo por decir algo.

— Eso lo resolverán los jueces -contesta Abel con su mejor tono jurídico.

—Tiene razón Abel apoya Marcial- los jueces dictarán la pena, pero lo que a mí me interesa es otra cosa.

— ¿Y se puede saber qué es?, pregunta José algo amoscado.

— A mí lo que me interesa de este caso es la cuestión de género dice Marcial y hace uno de sus habituales y calculados silencios.

—¿Te podés explicar un poco mejor? le digo, aunque ya sospecho para qué lado va a saltar la liebre.

— Como no; trataré de hacerlo y lo voy a hacer como los filósofos griegos empezando con una pregunta: ¿Ustedes se imaginan el lío que se hubiera armado, el lío que habrían armado las feministas, si el palo que le pegó una mujer a la pobre Carolina se lo hubiese pegado un hombre?

— No se adónde querés llegar se inquieta Abel.

— Muy sencillo: que la violencia va más allá de los géneros y que en estos temas es necesario dejarse de embromar con cuestiones de géneros que disimulan privilegios.

— Sabía que eras reaccionario y gorila, pero no tanto- le dice José.

— Lo de gorila lo dejo para tu cosecha contesta Marcial- pero lo de reaccionario no lo voy a dejar pasar, porque nada es más reaccionario que desconocer la realidad y desconocer el principio de igualdad ante la ley.

— Vos no podés descalificar las luchas de las mujeres porque una le pegó un palo a la otra, digo con asombro.

— ¿Y por qué no?- inquiere Marcial con su mejor cara de inocente. ¿Por qué lo que estuvo bien una vez tiene que estar bien siempre? Las mujeres hace rato que están equiparadas jurídicamente con los hombres, de aquí en más todo lo que se haga es privilegio o avivada, como la del “cupo femenino”. ¿Se acuerdan que hace un par de meses el baterista de Callejeros le prendió fuego a su esposa?

— Allí tenés un caso típico de machismo -señala Abel-, un marido golpeador que mata a su mujer.

— Yo quiero prestar atención a otro detalle -dice Marcial-, quiero señalar que esa pareja, que vivía en un infierno de golpes, alcohol y droga, los hijos de ella, los hijos de su anterior matrimonio, estaban a su cargo.

— ¿Y eso que tiene que ver? pregunta Abel.

— En que el juez, dejándose llevar por la corrección política que dice que el hijo debe quedar siempre con la madre porque sino es un machista, decidió dejar los hijos en el peor lugar del mundo, es decir con la madre, cuando el más elemental sentido común habría aconsejado dejarlos a cargo del padre,

— Está bien Marcial le digo- pero esos son ejemplos que no invalidan la lucha de las mujeres por su derecho.

— No lo invalidan -contesta- pero empiezan a poner las cosas en su lugar. Lo que hay en el mundo en que vivimos es violencia, locura, muerte, pero eso no tiene nada que ver con la cuestión de género, un tema que alguna vez pudo haber tenido sentido, pero que hoy, repito, es una excusa para disimular un privilegio.

—No comparto- decimos al unísono José, Abel y yo.