Elegancia de corte inglés

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Day Wear, 1908-1909. Del libro “Mens fashion”, de John Peacock.

El cuidado del aspecto personal no es privativo de la época actual, ni mucho menos de las mujeres. Los varones de la alta sociedad santafesina hicieron, desde hace más de un siglo, un culto de la imagen y del “buen aspecto”. Lo revela un recorrido por la historia del Club del Orden, con la mirada de dos expertos.

TEXTOS. NANCY BALZA. FOTOS. GENTILEZA CLUB DEL ORDEN.

Quizá no hayan sido merecedores de tantas definiciones ni páginas de publicidad, ni programas pensados para ellos, pero lo cierto es que los hombres de antes eran -igual que muchos de ahora- expertos en cuidar su imagen. Y para eso habrán echado mano a polvos para la cara, se habrán calzado trajes de prolijo corte inglés, se atusarían los bigotes con productos cosméticos -mientras una suerte de red se los mantenía en su lugar por las noches-, y con cierta frecuencia habrán recurrido al barbero para perfeccionar el corte de cabello y acondicionar el volumen de la barba.

Un simple vistazo a los cuadros que aloja la presidencia del Club del Orden, en el sur histórico de la ciudad de Santa Fe, permite recorrer la evolución de la moda desde 1853 hasta los últimos años. Eso sí, de la moda masculina, porque desde el origen de la institución, ese bastión político-social fue ocupado siempre por hombres.

“Creo que en aquellos hombres hubo más influencia de la moda masculina de Inglaterra, del hombre inglés que se vestía -principalmente- de gris”. Estoy hablando de las clases altas porque la clase baja, el obrero, no seguía la moda. Decía que era la influencia del hombre de gris y sobre todo de los deportes, porque el fútbol nace de una escuela inglesa en la Argentina, igual que el rugby y el polo. Y el corte de los trajes era típicamente inglés”. Así lo relata el periodista Jorge Reynoso Aldao, quien conoce de cerca la historia del Club del Orden, tanto como que su bisabuelo Tiburcio Aldao y su abuelo Bartolomé presidieron oportunamente la entidad. Él mismo participó en la edición de “Anales, contribución a la historia de Santa Fe” -piloteado por el entonces presidente Dr. Bernardo de Diego-, quien recupera la trayectoria del club a través de 3.200 actas de las 101 presidencias que ejercieron -hasta el momento de su publicación- 75 hombres.

DE PIES A CABEZA

Pero los hombres de entonces, que posaron impecables para la posteridad, retratados como autoridad máxima de una de las instituciones más tradicionales, no sólo habrán pensado en la ropa. “También era la época de los bigotes, que no podían estar sueltos. Por eso se les colocaba un producto de cosmética que los endurecía y, tiempo después, vino la bigotera, que era como una mordaza de tela que se ataba alrededor de la cara, con la cual dormían para que el bigote estuviera bien armado”. Así, formales y prolijos, se los puede ver en las imágenes en blanco y negro que pueblan el salón de honor.

“Para arreglar esos bigotes había unas tenacillas que se calentaban al fuego y con ellas se hacía también el característico jopo en el pelo”, explica el periodista, mientras afirma que en las actas en las que se dejaba constancia de toda la actividad del club siempre aparecía el nombre de algún peluquero. Y para mantener el peinado sin alteraciones, se ponían unos gorritos. “Yo no los vi, aunque sí conocí las bigoteras”, asegura.

La barba era un tema aparte. Según cuenta Reynoso Aldao, los unitarios tenían un corte distinto de los federales: “la barba en “U’ era característica de los primeros. En cambio, las barbas de los federales -que lucían más abundantes-se llamaban “chuletas’. También estaban los neutros que trataban de recortar las dos barbas”.

“Habrán sido horas de ocio las dedicadas al cuidado personal”, arriesga Reynoso Aldao, y lo explica en que “la mayoría de aquellos hombres eran rentistas o vivían del campo, o del comercio de barracas que consistía en el acopio de frutos del país con destino a Buenos Aires y Europa”.

Pero, ¿adónde habrán ido aquellos hombres para lucir de esa manera? “En las actas figura mucho una barbería El Fénix, en calle San Martín, que pertenecía a un señor francés de apellido Noir”. Durante mucho tiempo -afirma- permaneció en el frente del local el mármol con el nombre de la peluquería que, con los años, pasó a otras manos.

Pero, además, si se repasan los avisos publicados en periódicos de aquella época se encontrarán varios rubros dedicados a la moda masculina: confección de zapatos, sastrerías, monturas de piedras preciosas, relojerías, telas... “Para la ropa había sastres que eran verdaderos artistas”, reseña Reynoso Aldao, y aclara que “los más ricos habrán encargado sus trajes en Buenos Aires, viajando por agua porque por tierra había peligros: el indio, pero más que el indio, el perro cimarrón”.

TENDENCIAS EN EVOLUCIÓN

En “Breve historia del traje y la moda”, de James Laver, pueden encontrarse algunas pistas de las tendencias en indumentaria generadas en Inglaterra, en distintos períodos, que quizá hayan inspirado a los hombres de la clase alta del país y también de Santa Fe.

Hacia comienzos de 1880 “el frac se llevaba sólo por las tardes e iba adornado con puños y cuello de seda negra. Otra posibilidad era la chaqueta de mañana, cortada de forma curva sobre las caderas y abotonada hasta bastante por encima del pecho. Entre los jóvenes, la chaqueta corta, la americana, se iba haciendo cada vez más popular, especialmente en Oxford y Cambridge. También utilizaban chaquetones de solapa cruzada, especialmente en las regatas”.

Pero, además, se observa la influencia que tuvo en la elección de las prendas la práctica de deportes: “era imposible practicarlos cómodamente con el traje de día de etiqueta”, reseña la publicación.

Mientras tanto, “el abrigo de mayor éxito fue el chesterfield que, al principio, llegaba hasta las rodillas y poco a poco se hizo más largo.

Los pantalones eran, a principios de los “90, de pinza, y los jóvenes más atrevidos empezaban a llevarlos con una vuelta, aunque seguían causando desaprobación (...)”, añade la publicación.

Entre 1900 y fines de los “30 los hombres “iban con sombrero de copa y redingote; pero el traje de calle estaba formado por el lounge suit, con un sombrero de hongo (...) que empezaba a verse cada vez más, incluso en el West End de Londres”. En cuanto a los pantalones, “solían ser bastante cortos y muy estrechos, y los jóvenes empezaron a llevarlos con vuelta abajo y la raya marcada, algo posible para mediados de los “90, gracias a la invención de la prensa para pantalones (...)”.

Hacia 1940, “la indumentaria masculina seguía su evolución hacia el traje informal, que se había notado ya desde finales de la Primera Guerra Mundial”.

SER Y PERTENECER

“El club era realmente un estamento. No dicho, ni confeso, pero sí un estamento”, sigue relatando Reynoso Aldao, y completa la definición: “estamento es la división de la sociedad en clases. El sitio actual es el quinto local del club y, cuando celebró los 50 años y se hizo el libro -escrito por Mercedes Pujato Crespo, quien utilizaba el seudónimo Reina Topacio-, funcionaba en lo que es ahora la Subsecretaría de Cultura y Museo Municipal”.

“El club era la herencia de los hombres de “53, de los constituyentes, y era un factor civilizador, además de ser de inclusión para quien accedía, y de exclusión, para quien quedaba afuera. Para estos casos se aplicaba la bolilla negra, que se utilizaba para decirle a alguien que no era aceptada su inclusión individual ni familiar”, cuenta.

Fue también el espacio del que emergieron otras instituciones de la época: allí se fundó Gimnasia y Esgrima, el Jockey Club y se empezó a gestar el Club Mercantil, “porque el Club del Orden era el más antiguo y donde estaba la gente de mayor peso político, mercantil o social”.

“El club es heredero de una tradición liberal -define el periodista- y una imitación del que se fundó en Buenos Aires con el nombre de “El Progreso’. El propio José María Cullen -su fundador- estuvo en la gestación de los dos”, que conjugaban en sus lemas el pensamiento del filósofo Augusto Comte: “orden y progreso”. “O sea que, para aquellos hombres, la teoría política era francesa pero la elegancia era inglesa”.

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Lorenzo Monasterio, presidente entre febrero y agosto de 1865 y de agosto de 1866 a febrero de 1867.

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Sebastián Puig, presidente del Club de marzo a agosto de 1863 y de febrero de 1880 a marzo de 1881.

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Ricaldo Aldao, presidente del club del orden desde febrero a agosto de 1854.

Evening Wear, 1856-1868. Del libro “Mens fashion”, de John Peacock.

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“Para aquellos hombres, la teoría política era francesa, pero la elegancia era inglesa”, define el periodista Jorge Reynoso Aldao.

PLATA Y CABRITILLA

La emblemática sala de Presidencia del Club del Orden cobija la retratería de sus dirigentes. A lo largo de un siglo y medio sobresale el perfil de elegancia finisecular y de primeros tiempos del XX cifrada en esos hombres de la Congregación de Nuestra Señora de los Milagros y de la Tercera Orden Franciscana, de la Tercera Orden Dominicana, de la Cofradía del Santísimo Rosario, de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, que serán enterrados en ámbitos sacros. Hacendados, colonizadores, militares, legisladores, diplomáticos, empresarios, gobernantes, presidentes de la Sociedad Rural, directores de bancos, comerciantes y luego jueces, profesores universitarios, intendentes, ministros, ex alumnos del Colegio Inmaculada.

Auge del bastón mango de plata, sombrero hongo, vientre prominente, cadena de reloj. Son los que envían sus hijos a cursar carreras técnicas a Europa. Caballeros calzados con botines de puro becerro francés y cabritilla a la inglesa, abotonados, que sopesan en la peluquería Londres una especialidad en polvos para la cara y un surtido de perfumes de París. Sonríen con orificaciones y obturaciones con plata, a cargo del dentista Montenegro. En sillones de rattán leen textos que la librería Hispano-Americana encarga tanto a la Capital Federal como al extranjero. Comparten los banquetes de aniversario del Colegio de la Compañía. Y van al estudio del fotógrafo con toda la pompa.

La Unión Provincial advierte en un reclamo que en el trayecto de la calle Córdoba hasta la fotografía del señor Lutsch, el señor Juan Brufau perdió ayer un alfiler de corbata con cinco brillantes. A la persona que lo haya encontrado se le ruega quiera entregarlo a su dueño en el almacén de la calle Córdoba y 4 de Enero, que será bien gratificada (1). Y al día siguiente aclara que el objeto que perdió el señor Brufau no es, como dijimos, un alfiler de corbata sino un prendedor de señora con seis brillantes de tamaño regular y un rubí en el centro. El perdedor de esta prenda dará una buena gratificación a la persona que, habiéndolo encontrado, quiera devolverlo a su dueño (2).

Licenciada Graciela Hornia

(1) La Unión Provincial, 23 de Mayo de 1900.

(2) La Unión Provincial, 24 de Mayo de 1900.

+ fuentes:

“Breve historia del traje y la moda”, James Laver. España, Ediciones Cátedra, 1995. / “Anales 1853-1990. Contribución a la historia de Santa Fe”, Bernardo M. De Diego, 1990. / “Club del Orden. Datos históricos sobre su origen y desenvolvimiento”. / Men’s Fashion. The Complete Sourcebook, John Peacock, Londres, 1996