EDITORIAL

La crisis griega

impacta en la

Unión Europea

La crisis económica que hoy afecta a Grecia era previsible, pero no así sus consecuencias. Desde hace tiempo, la economía europea está problematizada y sus efectos, como suele suceder en estas circunstancias, golpean con fuerza en las economías más débiles o atrasadas. En principio, las movilizaciones populares con sus secuelas de violencia y muerte dan cuenta de una realidad que se parece más a la de los denostados países del tercer mundo que a la estabilizada Europa, más allá de que siempre fue un secreto a voces de que Grecia junto con Portugal y las ex naciones comunistas están más cerca de América Latina que de Londres y Berlín.

A los argentinos el estallido de la crisis nos hizo recordar lo sucedido en el 2001 con sus corridas bancarias, sus desbordes sociales y sus respuestas represivas. Aunque como muy bien se encargó de explicar Fernando de la Rúa en una conferencia pública, el FMI en aquellos años le clausuró la línea de préstamos a la Argentina, mientras que a Grecia se los otorgó. Lo que sí parece similar es el rechazo de los sindicatos y de las clases populares a las políticas de ajuste exigidas por los organismos internacionales de créditos y por las propias leyes de la economía, más allá de que los dirigentes del oficialismo se esfuercen en explicar su inevitabilidad y que siempre es preferible un ajuste a tiempo que un ajuste impuesto por el estallido de las circunstancias.

El otro punto que esta crisis ha puesto en discusión es el destino del euro. Nadie espera que se cumpla el pronóstico de los agoreros más pesimistas que no vacilan en hablar de la desaparición de esa moneda, pero está claro que los principales economistas de Europa están discutiendo los ajustes del caso y hasta se ha llegado a hablar de establecer dos tipos de monedas, una para las economías fuertes y otra para las débiles, una solución sin duda compleja y controvertida de difícil aplicación, pero que pone en evidencia que los problemas abiertos con esta crisis son serios.

Atendiendo a la fortaleza de los sistemas políticos europeos, hay motivos para pensar que el estallido de esta crisis va a ser controlado. La muerte de tres inocentes como resultado del desborde vandálico de grupos extremistas tan irresponsables como indiferentes a las consecuencias de sus acciones, ha operado como un toque de sensatez entre los partidos opositores y los mismos sindicatos. Nadie en Grecia quiere identificarse con la barbarie expresada en esas imágenes de encapuchados armados de palos y objetos cortantes e incendiarios.

La clase dirigente griega ha respondido con madurez a la crisis y ningún político desea aprovecharse de ella para cosechar beneficios inmediatos. Pero de todos modos la salida del cono de sombra será lenta y dolorosa y no es de descartar que reaparezcan nuevos brotes de violencia.