EDITORIAL

Lecciones del sistema parlamentario británico

Un nuevo primer ministro conservador en Gran Bretaña genera inevitables interrogantes y alguna que otra lección política que a los argentinos nos puede ser de utilidad. Por lo pronto, David Cameron no sólo es el primer ministro más joven de Gran Bretaña en los últimos 200 años, sino que es el mandatario que llega al poder promovido por una coalición con los liberales demócratas dirigidos por Nick Clegg, una coalición que no se hacía desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

El primer ministro laborista Gordon Brown ha dado un paso al costado luego de las elecciones de la semana pasada, cuando perdió por una escasa diferencia de votos. El dato merece mencionarse porque esa escasa diferencia de votos fue suficiente para que presentara su renuncia y se iniciaran las tratativas para constituir un nuevo gobierno. Como en Italia o como en la mayoría de los países con sistema parlamentario, la crisis del oficialismo se resuelve mediante este recurso, evitando el desgaste de un gobierno que ha perdido apoyo popular, pero, por sobre todas las cosas, evitándole a la sociedad el costo de soportar a un gobierno desprestigiado.

Si bien es verdad que los sistemas políticos no resuelven por sí mismos las crisis sociales, no es menos cierto que sistemas más flexibles ayudan a encarar las crisis habilitando salidas políticas ágiles y renovadas. A diferencia de los sistemas presidencialistas, donde la soberanía o el principio básico de legitimidad o, lisa y llanamente, el poder, reside en el presidente, en los regímenes parlamentarios ese poder reside en los legisladores, motivo por el cual los primeros ministros pueden sustituirse ante cada cambio de relación de fuerzas, generándose interesantes modelos de cohabitación que alientan el acuerdo y aseguran la gobernabilidad.

Precisamente, esto que acontece en Gran Bretaña en estos días debería generar que los argentinos nos preguntemos sobre lo que habría pasado si hubieran existido estos remedios institucionales a nuestra disposición en la crisis de 2001 o en las recientes crisis políticas. Mas allá de las respuestas que demos a estos interrogantes, a nadie se le escapa que la excesiva concentración del poder en el presidente carga todas las tensiones en ese polo y no deja margen para promover, dentro de las reglas de juego del sistema, salidas consensuadas, al tiempo que no alienta una gimnasia parlamentaria orientada hacia el entendimiento y las soluciones prácticas, porque el Congreso o se transforma en la escribanía del presidente o traba su accionar.

Cameron tiene hacia el futuro un panorama cargado de acechanzas y riesgos. A su favor dispone de las expectativas abiertas en la sociedad por un político nuevo. Problemas tales como el déficit fiscal, la seguridad, las incertidumbres internacionales de tipo militar y financiero o la relación con Europa y Estados Unidos estarán en el centro de su agenda. No le será fácil resolverlos, pero la clásica flema británica nunca espera soluciones milagrosas, se conforma con que los problemas en principio sean detectados y que el rumbo de los primeros pasos sea el correcto.