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tapa y contratapa del libro “rugby y sus titulares”, escrito por el dr. horacio pichot e ilustrado por pablo pereyra.

Entre la rudeza del rugby y la sensibilidad del arte

El santafesino Pablo “Indio” Pereyra, el francés Jean Pierre Rives y el español Larry Karlin tienen algo en común: los tres son rugbiers y han elegido, como modo de expresión, las bellas artes. La comunión de los polos opuestos y los matices emergentes que proveen un deporte duro -que requiere fortaleza y valentía- y un oficio que demanda permanentemente sensibilidad.

TEXTOS. LUCAS CEJAS.

Es común escuchar, a veces por ignorancia y otras por mala fe, que el rugby es un deporte “elitista”, “sectario” o -lo que es peor- considerado “propio de brutos y grandotes que no saben utilizar los pies”. Sentencias, cualquiera de ellas, absurdas, ya que empezando por el hecho de que el que practica este deporte lo hace primero con la cabeza, después con las manos y, por último, con los pies; tanto porque, como veremos luego, los valores y la filosofía verdadera de este deporte se encuentran muy lejos de ese tan proclamado y falso elitismo.

Pues bien, antes de desarrollar esta nota, es conveniente hacer entonces algunas consideraciones al respecto, no en virtud de realizar una defensa -no es un deporte digno de ser condenable o culpable de algo- sino para acercar al lector al origen del rugby, a través del cual se buscaba convertir a “salvajes” en “caballeros”.

Lamentablemente, y por hechos de violencia provocados en lugares públicos por inadaptados que han jugado al rugby -pero no lo han entendido-, este deporte se ha visto perjudicado y criticado por una gran parte de la opinión pública. Indudablemente, frente a estos episodios repudiables, resulta difícil establecer una línea que nos permita ver las cosas con objetividad, sin caer en la generalización de manera desmesurada.

El rugby nació en un Colegio Anglicano, en el cual sus rectores buscaban implementar un juego que se apoyara en valores universales y que ayudara a transformar a los alumnos “cavernícolas” en “caballeros”. Es decir, que tuvieran una mejor calidad de vida, en el estudio, en el deporte y en la familia y, por consiguiente, en su desempeño como seres individuales dentro del conjunto de la sociedad.

En cuanto a su expansión, es interesante y necesario advertir que el rugby ha ido evolucionando hasta ser vivido y practicado en lugares menos convencionales, como el Aborigen Rugby Club de Formosa, integrado por habitantes de la comunidad toba, y actualmente está creciendo en espacios donde el fútbol llevaba las preferencias de los niños. Así es como, considerando la importancia de la etapa “formativa”, la que permite que el objetivo central del rugby sea llevar a los individuos a ser personas de bien y no formar únicamente “Pumas”, se fundó el Virreyes Club, un esperanzador proyecto que busca la integración social a través de la adquisición de conocimiento, el acceso al estudio y a diversas manifestaciones culturales, apoyadas en la recreación del rugby.

¿Se creó este proyecto porque el rugby es excluyente, sectario o selectivo? Claro que no, la situación social y económica de un país lo es. Sin embargo, el rugby no es ajeno a todo esto, es por eso que en reiteradas oportunidades ha concretado espectáculos, promovido distintos tipos de eventos y generado movidas para colaborar con un viento de cambio a favor de los que siempre están últimos en la cola.

Un atractivo contraste

Además, es sabido que el rugby alberga a todo tipo de personas con las más disímiles profesiones y oficios: médicos, mecánicos, arquitectos, periodistas, dibujantes, plomeros, panaderos, maestros jardineros, abogados, etc. De hecho, también es un deporte femenino, que tiene cada vez más adeptas. Así, el club de rugby que conocí de chico, Cha Roga, integraba a personas de diversa clase social y diferentes profesiones, ya que en él jugaban desde un ingeniero hasta un albañil, y actualmente también tiene su equipo femenino. Y esto es posible porque el fundamento de este deporte y la vida social del club propiciaban una experiencia deportiva y humana sumamente enriquecedora. Lo atractivo es el exquisito contraste que se produce entre el deporte, como recreación, y el trabajo, en tanto ocupación.

Entonces, tomándolo como un trabajo más, el arte -y su sensibilidad- puede convivir con la aparente rudeza del rugby. Aunque por una comparación errónea puedan estar en las antípodas, desde tiempo atrás podemos hallar ejemplos claros que demuestran lo contrario. Así es como encontramos casos más notorios que otros, pero que siempre tienen el mismo objetivo: sacarse la camiseta y los botines, olvidándose un rato del jugador para darle paso al artista, tomando desde un lápiz y un pincel, hasta un pedazo de barro o de hierro para esculpir o forjar un objeto artístico.

Algunos de estos artistas rugbiers han elegido los más variados temas para generar su producción creativa, desde la dificultosa figuración hasta la abstracción vanguardista, sin la necesidad de ahondar en el rugby. Sin embargo, dentro de este círculo, también encontramos a un pintor muy particular, en cuya obra hay un claro devenir hacia el rugby en tanto temática de su producción: se trata del santafesino Pablo “Indio” Pereyra, eje central alrededor del cual gira este escrito, aunque tomaremos otros ejemplos también.

Pablo “Indio” Pereyra, “El artista del rugby”

Pablo Pereyra nació un 5 de enero de 1911 en Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe. Apodado el “Indio”, fue aprendiz en diversos oficios -algunos de ellos sacrificados, como el de peón- hasta que ingresó a la Escuela de Bellas Artes, de la que egresó en 1932. Con 17 años comenzó a trabajar en la agencia de publicidad Aymará, como ayudante del ilustrador Montero Lacasa.

Fue requerido en numerosas agencias de publicidad de la época, llegando luego a ser profesor de Dibujo Publicitario en las escuelas Municipales Raggio durante más de 35 años. Cabe aclarar que entre las décadas del “20 y “60, el dibujo era un recurso harto requerido en publicidad, ya que se omitía muchas veces la fotografía por sus costos de producción o por la estética imperante.

Con una maestría técnica y una sólida comprensión de la anatomía -algo que para las viejas escuelas de Artes Visuales era vital-, Pereyra nos ofrece una vasta y eximia producción gráfica. Siendo un pintor de base, se advierte en él a un ilustrador maduro, cabal y aleccionador. Indudablemente, la fuerza de su pincelada, la justeza del trazo, la coordinación entre la reflexión, el pensamiento y la acción al constituir una imagen, es consecuencia de la preparación y la sensibilidad del “Indio”.

La colección de libros Robin Hood, de tapas amarillas, es un trabajo minucioso y metódico, donde -aún ajustándose a una necesidad editorial-, es arriesgado establecer un límite definido entre la ilustración y la pintura. Es clásica la idea de que “la pintura es de caballete” y “la ilustración es de tablero”, pero es una distinción -entre varias otras posturas- que es muy difícil establecer en la obra de este artista.

La armonía de los pasajes, la paleta cromática indudablemente pictórica, o la comprensión al representar texturas, colores y géneros, es tan manifiesta que la combinación resultante es netamente académica y, al mismo tiempo, de tinte popular, perfectamente balanceado por el pulso y el pensamiento de Pereyra.

La experiencia deportiva

Comenzó a jugar en el club Asociación Deportiva Francesa e integró, dentro del pack de forwards, una tercera línea junto a los jugadores Rasino y Courie. Ahora, así como dicen que como jugador el “Indio” era un tercera línea bravo, como artista también fue capaz de concebir exquisitas obras, como “Apoyo”, primer premio en el XII Salón Nacional de Dibujantes, y “Palomita”, mejor dibujo en 1967, Premio La Nación. Es así que, como pintor consumado, seguía tomando como tema para sus composiciones el rugby, su gran pasión.

En el caso de “Apoyo”, el tratamiento que le da a la figura humana es similar al que utiliza otro maestro, Antonio Berni. También lo es la paleta elegida -tan personal en cada pintor- con bermellones, ocres y azules, siempre acompañando a la estructura compacta y a la disposición de los cuerpos. Es acertada, entre otras cosas, la tensión de los músculos y las expresiones de los rostros -en pleno esfuerzo- que logra Pereyra. Y el valor de semejante obra es una interpretación visual alejada de la comodidad -limitada- de la fotografía como documento, como testimonio y como necesidad; es aquí donde se muestra el pintor y donde, fundamentalmente, reside el espíritu creativo. La percepción de Pereyra se encuentra potenciada por un tema que ama y conoce, y que lo reconoce como jugador y como artista; la diferencia del desarrollo está en los “campos”.

En 1995, ilustró el libro de Horacio Pichot, “Rugby, sus Titulares”, interpretando gráficamente tanto a los mejores Pumas de la historia, como a los entrenadores y a los árbitros que han dejado huellas. Este Pereyra ofrece mediante los jugadores retratados un catálogo, un compendio de valores morales, de coraje, de superación y de valentía. Y si bien, en este caso utiliza la fotografía -sólo como una referencia- para cada ilustración, el trabajo está más apoyado en su poder de observación y en la capacidad de captar detalles, que en los invariables datos de la foto misma. Utilizando el gouache de manera simple, pero con una contundencia expresiva notable, los jugadores adquieren vida propia mediante el pincel del “Indio”, que no escatima colores, poses o características de los homenajeados, volcando todo en el papel, siendo sutil pero no mezquino, invitando al lector/espectador, pero no obligándolo a mirar. Lo recaudado por ventas de este libro se donó al Instituto de la Visión.

En un tiempo -quizás ya demasiado prolongado- en donde son más importantes los caprichos visuales, la falaz afirmación de que “toda creación es arte”, las veleidades de los “artistas” de moda que se apoyan en el famoso “concepto” en desmedro del desarrollo real y sacrificado de una obra, y en perjuicio también de ese dibujo que es y será siempre, en primera instancia, antes comprensión y luego línea y sombra, es necesario recordar y dar a conocer la conducta ejemplar de Pereyra. Trayectoria modelo que se sostiene también en su compañerismo con los colegas, en la manera de transmitirles confianza a sus alumnos, en su actitud solidaria para cualquier proyecto benéfico, y la pasión honesta que demostró -junto al profesionalismo de un cirujano- al crear cada una de sus obras e ilustraciones.

En la buena conducta y, apoyado en sanos valores, radica la sumatoria de sus actos que conforman, inexorablemente, la integridad del “Indio”. Un caballero dentro y fuera de la cancha.

Forwards

Precisamente, quizá lo notable del “Indio” Pereyra, como de Jean Pierre Rives y Lawrence Karlin, es que todos ellos son o fueron forwards sacrificados y combativos, y que han elegido la sensibilidad del arte como forma de vida y modo de expresión.

En el rugby se denomina así, forwards, a los jugadores ásperos y de mayor tamaño, encargados de obtener la pelota y que, en consecuencia, disputan el balón con un elevado nivel de rigor físico. Aunque los pinceles, los lápices y ciertas herramientas de escultura, a veces, digan lo contrario.

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rives como jugador.

“un escultor aguerrido”

Cada vez que Rives salía de un campo de juego lo hacía con tremendas manchas de sangre en su camiseta. Un periodista, sorprendido, se lo hizo saber y el francés le contestó: “sabe... la sangre siempre es mía”. El gran periodista deportivo y ex Puma del ‘65 Nicanor Gonzales del Solar, siempre recuerda esta anécdota.

Jean Pierre fue capitán del Seleccionado Francés de Rugby en la década del ‘70 y se convirtió en el jugador más emblemático de su época. Cuando en el estadio Parc des Princes se escuchaban los acordes del combativo himno “La Marsellesa”, Rives arengaba a sus jugadores para comprometerlos en lo que sería una dura batalla deportiva.

Aguerrido por naturaleza, pero sin mala intención, Rives era capaz de dejar su vida en la cancha, sin medir consecuencias físicas, pero -paradójicamente- nunca pegó una trompada o fue desleal ante los adversarios. Se ganó el respeto de sus rivales y del mundo del rugby integrando el hall de la fama. Se retiró siendo un ídolo nacional en Francia. Cuando llegó el momento de abandonar el rugby, las terribles cicatrices en la cara, producto de su arrojo, eran una prueba fehaciente de los enfrentamientos deportivos que lo tuvieron como protagonista. En su mejilla derecha posee una notoria cicatriz que parece haber sido provocada por el martillo y el cincel del gran escultor Auguste Rodin.

Dentro del campo de juego se expresaba con hidalguía y fiereza. Actuó con entrega al servicio del equipo que lideraba y fue un sacrificado forward. En el pasado, numerosos estadios en todo el mundo fueron regados con la sangre de este corajudo galo. ¿Que particularidad tiene Rives, además de todo lo mencionado anteriormente? Es una persona que produce, vive y respira en el sensible mundo del arte. Vaya contracara.

En cuanto a sus virtudes como escultor, prefiero -por pudor y por honestidad profesional- no emitir una crítica o un juicio de valor sobre su obra, sólo me es posible afirmar que no se ha volcado a la figuración, que en la escultura es tremendamente difícil -según amigos escultores- y ha decidido ahondar en una suerte de abstracción tridimensional. Él mismo considera su obra de esta manera: “mis esculturas son pedazos de la realidad, sus herrumbres marcan la medida del tiempo, honrando al pasado y celebrando un poco el futuro”.

En el 2007 realizó el monumento principal del mundial de rugby que se jugó en su país. Y resulta llamativo pensarlo en plena tarea escultórica, forjando en lo silencioso de su taller, siendo conscientes de que los ruidos escuchados serán solamente de soldaduras, martillazos y superficies pulidas sobre hierros retorcidos. Esta situación será la antítesis del rugido del público en un estadio al ver a Rives colocando un devastador tackle o ganar la línea de ventaja pese a la defensa rival. Imaginemos a este artista/deportista dando batalla ante 60.000 personas, capitaneando a los jugadores y contagiando a los compatriotas, y luego, casi naturalmente, en la soledad de un taller venciendo la resistencia del hierro. Esa rica gama de situaciones/elecciones dispares es lo que alimenta esta nota, la comunión de los polos opuestos y los matices emergentes que proveen un deporte duro -que requiere fortaleza y valentía- y un oficio que demanda permanentemente sensibilidad.

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una de las numerosas esculturas emplazada en la costa francesa.

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retrato al óleo hecho por lawrence karlin.

quizá lo notable del “Indio” Pereyra, como de Jean Pierre Rives y Lawrence Karlin, es que todos ellos son o fueron forwards sacrificados y combativos, y que han elegido la sensibilidad del arte como forma de vida y modo de expresión.

Lawrence Karlin, el retratista

Otro ejemplo más es el de Lawrence Karlin, un artista plástico licenciado en bellas artes que juega como forward (ala o segunda línea) en el Rugby Club Rioja de España. Ha realizado numerosas exposiciones en New York, así como en otras partes del mundo, siendo representado por la galería Chasin Find Arts. Entre otras distinciones, ha recibido el primer nacional de pintura Camino de Santiago en el año 2007 y el VI concurso de pintura al Aire Libre San Roman de cameros, obteniendo el primer premio en julio de 2006. Ha vivido en diferentes países del mundo: Australia, Nueva Zelanda y Latinoamérica.

Sus cuadros, algunos de ellos en torno el rugby, hacen contemplar en él a un retratista consuetudinario, de condiciones excepcionales y con una formación académica admirable. Transita del paisaje al retrato sin esfuerzo y con una técnica sumamente depurada, aunque desprovista del hiperrealismo académico.

Las pinceladas, pensadas y colocadas en lugares precisos, resuelven formas, volúmenes y texturas. Posee una paleta de colores algo melancólica y agradable, sin estridencias cromáticas, pero de acertada elección. Pinta sabiendo lo que hace y por qué lo hace.

En el campo del deporte juega, curiosamente, en el mismo puesto que Rives, el de ala, por lo cual es el encargado de tacklear con firmeza, recuperar pelotas, llegar a todos lados y ser el pulmón del equipo. Este puesto en el rugby debe ser ocupado por jugadores que no claudiquen jamás, duros por naturaleza que, muchas veces, tienen la obligación de contagiar y cargarse el equipo al hombro.