A PROPÓSITO DE LA “GUERRILLA COMUNICACIONAL”

Ampliación del

campo de batalla (*)

Desde 2008, por causas harto conocidas, el panorama de los medios de comunicación en la Argentina ha experimentado un crescendo inédito de confrontación, merced a una radicalización de posturas por la disputa política. La discusión de fondo parece ser, más que quién controla y detenta el poder de los medios, quién redacta o construye el relato. La noción de “guerrilla comunicacional” lanzada por Chávez semanas atrás, también aplicada al caso argentino, pretende poner el debate en contra de los monopolios... pero desde el Estado.

 

Estanislao Giménez Corte

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“Los medios de comunicación de

masas no son portadores de ideología:

son en sí mismos una ideología”.

Umberto Eco, 1967 (**)

1. No deja de ser curioso que, cuarenta años después, algunos políticos sudamericanos esgriman hoy mismo, a diestra y siniestra, desde una supuesta siniestra contra una estigmatizada diestra, a viva voz, unos conceptos que -con modificaciones, particulares omisiones, insólitas aplicaciones- provienen de un ensayo de Umberto Eco... de 1967. ¿Lo sabrán? ¿Lo sabrán los asesores que dieron con esa construcción?

Años ha el italiano -vaca sagrada de los estudios sobre comunicación- publicó “Para una guerrilla semiológica”, breve texto que gira en torno de una suerte de hipótesis de transferencia: el poder ha dejado de estar en las armas militares, dice más o menos Eco, para pasar a las del discurso; para controlar un país, sostiene, no hacen falta ya tanques ni balas, sino el control de los medios. Con prosa algo aséptica, describe cómo el discurso, o más aún, la construcción de un relato, decide las suertes de gobiernos, ergo, el destino del poder en unas sociedades.

2. Es 2010. En una escena muy latinoamericana, que alguien señalará como propia del realismo mágico del Nobel de Literatura colombiano 1982 y otros adjudicaremos más bien a una suerte de realismo delirante a la usanza de un Alberto Laiseca, vimos semanas atrás que, envuelto en traje de fajina, dispuesto el cráneo debajo de una boina roja, cierto presidente de un país próximo al Caribe adoctrinaba a un más bien pequeño grupo de niños y adolescentes, con voz metálica de barricada, so pretexto de lanzarlos a enfrentar un supuesto “discurso único” de los mass-media privados (hipotéticamente desestabilizadores), insistiendo en la aplicación de una estrategia que no sería ya de medio-contra-medio, ni de Estado-contra-medio, sino que apelaría a lo que genéricamente podemos llamar “comunicación alternativa”, polémica construcción que aman ciertos teóricos de la materia y que siempre se postuló como un posible desafío, aunque fragmentario y disperso, al discurso imperante de los grandes medios.

Con cierto candor proveniente de un romanticismo algo arcaico, el presidente -otrora militar- llamaba a esos grupos a ejecutar una “guerrilla comunicacional”. El argumento es el mismo, o parecido, al que que se postula en la batalla entre el “Gobierno” y el “Monopolio”, nombre genérico este último, cuya carga atributiva y connotativa es por estos días extraordinaria en el país bicentenario.

3. La idea sería más o menos la siguiente: ambos gobiernos han tomado la decisión de “defenderse” del discurso “único” (léase opositor) de los medios (léase privados), que supuestamente conspiran maliciosamente contra medidas políticas que, antes o después, afectan sus intereses (léase negocios de mano alzada o vínculos inconfesables). Puede verse aquí, entonces, hasta qué punto la puja es respecto de quién es el encargado de construir el relato en torno de los sucedidos, no tanto sobre quiénes ganan y quiénes pierden.

Así las cosas, en el mapa de los medios, quizás puede dibujarse una elipse o parábola que va, cada vez más, de la información a la opinión, y de la opinión a la propaganda. Producto de la lógica desatada a partir de la espiral ascendente de confrontación, políticos, periodistas, académicos e interesados de variado pelaje, menos que difundir, editorializan a partir de una información precisa, respondiendo al perfil del medio en cuestión y, merced a esa suerte de fuerte toma de postura. Siempre ha sucedido eso, se me espetará. Sí, pero quizás lo novedoso sea que, en algunos casos, directamente se apela a una suerte de propaganda tácita o asumida, más extrema y descarnada, y menos sutil que lo sucedido antes. Se establece, así, una apelación indisimulada al lector/televidente, que inmediatamente identifica la postura como perteneciente a uno y otro bando. Y es “obligado” a situarse.

Cada medio, cada periodista, cada lectura, entonces, se estigmatiza a partir de una “posición” preclara sobre un esquema binario de blancos/negros, porque en el fondo lo que interesa es “la madre de todas las batallas”. Esta radicalización, esta “propagandización” del periodismo tiene un costado positivo, al menos: que el extremismo de las posturas ha generado el tratamiento de los eternos temas o cuestiones tabúes en la Argentina. Aquello sobre-lo-que-no-se-podía-hablar. A uno y otro lado del espectro se han abandonado los conciliábulos y las posturas de rigor políticamente correctas, para pasar a una pugna discursiva y retórica sin mayores inhibiciones.

4. Amén de las enormes diferencias en uno y otro caso, el de Venezuela y el de la Argentina, sorprende que el lugar de la “guerrilla” se adjudique a quienes detentan el control de los fondos públicos, o al menos los utilizan discrecionalmente. Aunque en nuestro país no se ha popularizado el sustantivo guerrilla para referirse al surgimiento de voces disonantes con las del “Monopolio”, sí subyace en el discurso que pretendidamente defiende la política del gobierno la urgencia de contraponer al perfil editorial de los grandes medios el de otros, identificados con la política del Estado, menos poderosos pero diversos y desperdigados. El tema es harto complejo porque, además de libertades, posiciones e ideologías, se discute por y sobre mucho dinero. El absurdo de los casos de los dos países tratados estaría en que los emprendimientos -guerrilla o comunicación alternativa- están financiados desde el Estado.

5. Por “guerrilla” o “guerra de guerrilla” se entiende generalmente a un enfrentamiento no convencional entre fuerzas dispares (en número, en armamento, en lo relativo a la “oficialidad” de la existencia de uno y la no oficialidad del otro), pero, además, se hace referencia a tácticas por las cuales los unos, imposibilitados de una contienda abierta, apelan a ataques sorpresa, utilización o explotación de focos de conflicto sobre otros. La lectura figurada hace referencia a que grupos minoritarios, menos poderosos y numerosos, con mayor movilidad y capacidad de desplazamiento, enfrentan a un enemigo mucho mayor, con la posibilidad, si no de derrotarlo, de herirlo o afectarlo. Los diccionarios enfatizan que el ataque debe darse “en su propio terreno” y que éstas se dan en “situaciones asimétricas”.

Para la RAE, se trata de una “partida de tropa ligera, que hace las descubiertas y rompe las primeras escaramuzas”, o bien, de una “partida de paisanos, por lo común no muy numerosa, que al mando de un jefe particular y con poca o ninguna dependencia de los del Ejército, acosa y molesta al enemigo”.

Por guerrilla de la comunicación se alude a formas no convencionales de comunicación e intervención en procesos convencionales; y a prácticas de “subversión política” relacionadas con el tratamiento de temáticas complejas o tabúes. Años atrás, se publicó un “Manual de guerrilla de la comunicación”, a cargo del grupo a.f.r.i.k.a., con textos de L. Blisset y de S. Brünzels.

6. Blogs, nuevos medios, distribución gratuita de decodificadores y señales digitales parecen ser, amén de la disputa judicial por la Ley de Medios, el control de Papel Prensa y la quita de contratos entre partes privadas por parte del Estado, los eslabones fundamentales de un panorama que indefectiblemente va hacia una profundización del esquema imperante, una exacerbación de las posiciones en juego sin final imaginable. Con todo, no se trata de otra cosa que una pelea política. Pero la discusión no se está dando tanto en la plaza pública, ni en el Congreso, ni al interior de los partidos políticos, sino, sobre todo, en los medios de comunicación y, en particular, va desplazándose de los grandes medios a los foros, blogs y páginas de Internet; si esa dispersión, descentralización y horizontalización pueden leerse como una guerrilla o el fin de un esquema vertical, dependerá de las interpretaciones. Hace cuarenta años escribió Eco: “(...) Si he hablado de guerrilla es porque nos espera un destino paradójico y difícil (...) precisamente en el momento en que los sistemas de comunicación prevén una sola fuente industrializada y un solo mensaje, que llegaría a una audiencia dispersa por todo el mundo, nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada (...) El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos de guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva”.

7. Menos que envejecer, algunas tesis de Eco parecerían abrumadoramente actuales; sólo que, a menudo, son leídas desde una mirada un tanto particular, por así calificarlas, como quien procura en un texto el sustento que justifique su propia mirada sobre las cosas. ¿Con qué se combatirá?, mejor dicho, ¿con qué concepto o término se confrontará a esta construcción, la de “guerrilla comunicacional”?

(*) El título de la nota es una cita intextertual del libro homónimo de Michel Houllebecq.

(**) El ensayo “Para una guerrilla semiológica” está incluido en “La estrategia de la ilusión”, Editorial Lumen, Barcelona, 1986.

 

Ampliación del campo de batalla (*)

Cristina Fernández y Néstor Kirchner.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

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Umberto Eco.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

Ampliación del campo de batalla (*)