Señal de ajuste

Dinosaurios a la hora de la siesta

Dinosaurios a la hora de la siesta

Arturo Puig y Soledad Silveyra son los protagonistas de “Secretos de amor”. Foto: Gentileza Telefé

 

Roberto Maurer

Existen los testimonios suficientes que acreditan hasta 290 años de vida a Epiménides de Cnosos. Los científicos alguna vez también estudiarán a las telenovelas argentinas, donde existen casos llamativos de longevidad, y con buena presencia, gracias a la dedicación infatigable de los cirujanos plásticos. Justamente ha sido el eje de la promoción de “Secretos de amor” (Telefé -en nuestra zona Canal 13 Santa Fe-, lunes a viernes a las 14), la tira que acaba de estrenarse con una pareja que la última vez que trabajaron juntos fue en un lejano 1979.

Se trata de los veteranos Soledad Silveyra y Arturo Puig quienes, tal como deseaba Dios, no parecen haber probado los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal, provocando su propia finitud, y en su lugar consumieron antioxidantes: basta con ver a Solita en la escena inicial, levantándose con un deshabillé transparente al contraluz de la ventana que abre saludando al nuevo día. Fue una desafiante carta de presentación, casi una proclama de juventud eterna.

UN MATRIMONIO A PRUEBA

En su primera entrega, la nueva ficción hizo hincapié en los treinta años de casados que celebran esa noche el empresario Antonio Fernández Gaudio (Puig) y la abogada Diana Demare (Silveyra), una continuidad conyugal que despierta la incredulidad de sus amistades. Pero no hay milagros en materia matrimonial, y de eso trata la novela. Para ponerlo a prueba, se puso a un potro en la pista, Manuel (Adrián Navarro), un joven abogado idealista que ella conocerá casualmente esa noche como reemplazante del pianista de la banda contratada para la paqueta fiesta del aniversario matrimonial.

Ella sale a tomar fresco, él llega apurado, y sin querer le pisa un pie. El encuentro es fugaz pero suficiente: no hay que ser un experto en telenovelas para distinguir las primeras brasas de lo que será una pasión prohibida.

—Espero que nos volvamos a ver- dice Manuel mirándola fijo.

—No creo, no todos los días organizamos fiestas como ésta, -ella lo desdeña.

Diana decide volver a la profesión y busca un socio para reabrir el estudio. Aparece Manuel entre los candidatos, ella lo descarta, pero él la agarra de un brazo mientras le dice: “Le aseguro que si me contrata no se va a arrepentir”, y otra vez la mira fijo, y ya no es la mirada de un hombre de leyes, sino de un macho alzado y seductor. Y se oye la voz penetrante de Paloma San Basilio cantando “Amor sin edad”. Ya está, pero falta: Diana no es una mujer fácil, como adelantó Soledad Silveyra acerca de su personaje.

LA PATA POLICIAL

Esa es la pata del romance vedado, y la otra es policial, relacionada con los negocios de Antonio quien, bajo una presión misteriosa, esa misma noche decide retirarse, renunciando a la dirección de su empresa prepaga a punto de fusionarse con la compañía de Eneas (Raúl Rizzo), un rival a quien le desagrada la noticia.Antonio está siendo extorsionado por un asunto oscuro del pasado, el de una muerte cuyo responsable sería su propio hijo Ignacio (Juan Gil Navarro), un psiquiatra perverso que experimenta con sus pacientes, con quien rompió relaciones y exilió en España.

La noche de la fiesta, mientras Antonio pronuncia unas palabras para los invitados, se oye un “salú, papá” y aparece inesperadamente el descarriado Ignacio.

—¡Qué mierda estás haciendo acá! _exclama Antonio, visiblemente contrariado por la reaparición de su hijo.

No fue un primer capítulo dubitativo ni, por fortuna, hubo multiplicación de personajes secundarios y subtramas infinitas, aunque nada garantiza el futuro. Por ahora es la promesa de una fuerte intriga de doble P: pasional y policíaca, con cierto compromiso testimonial, una suerte de marca de fábrica de las últimas tiras de Soledad Silveyra.