Padres de la Patria

San Martín tuvo problemas con su suegra por la crianza de Merceditas. Sarmiento fue padre con una alumna chilena y escribió la vida de Dominguito. Rosas adoptó a un hijo no reconocido de Belgrano.Y Urquiza reconoció a 23.

TEXTOS. EMERIO AGRETTI. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

Sometida a canonizaciones y revisionismos, concentrada en batallas épicas y gestiones controvertidas, acribillada por tiroteos y sablazos, sitiada por el autoritarismo y la incivilidad, la historiografía argentina ha dispensado un tratamiento dispar a los próceres. Y opacada por el brillo de oropeles, el humo de la pólvora o la altisonancia de los enunciados, la faceta más humana de sus personalidades quedó a la sombra de los personajes construidos.

Aún así, el trabajo de los biógrafos permite rescatar testimonios para atisbar en sus vidas privadas, en las manifestaciones de miserias y las grandezas propias de la condición humana; quizá no tanto por causa como a expensas de sus roles para la posteridad.

Esas imágenes incompletas e inconclusas muestran dudas, contradicciones y emociones alejadas del acartonamiento o la unidimensiolidad que habitualmente impera. Y revelan hombres que atravesaron mejor o peor los gozos y las tribulaciones de la paternidad y que, por lo mismo, tienen también parte en este día.

EL PADRE DE LA LIBERTAD

Aparte de redactar célebres máximas de conducta -cuya difusión y alcance excede notoriamente a la destinataria original-, José de San Martín se tomó diversas molestias por su hija Merceditas.

Según relata Rodolfo Terragno, la oportunidad se dio después de las campañas a Chile y Perú, y de una estadía del Libertador en Mendoza, a la espera del desarrollo de los acontecimientos. Fue entonces cuando San Martín decidió viajar a Londres, presumiblemente para preparar “un plan secreto” que garantizara la libertad de Sudamérica.

Hayan existido o no estos propósitos, la cuestión le planteó un dilema familiar: qué hacer con su hija que, durante años, y tras la muerte de su esposa Remedios de Escalada, fue criada por su suegra, la abuela Tomasa.

La relación entre el general y la anciana dama no era de lo mejor. La mujer estaba resentida porque, precisamente, su yerno no acompañó a Remedios durante el sufrimiento de la tisis que le acarrearía la muerte, sino que permaneció apostado en Mendoza; tanto haya sido por motivos estratégicos -estar a la expectativa de lo que pasaba en Perú-, como por su propia seguridad, en época de feroces confrontaciones internas y escaso respeto por los futuros próceres.

“Partiré hacia Europa con el objeto de acompañar a mi hija, para ponerla en un colegio de aquel país”, anuncia San Martín, en lo que para muchos es una excusa. Pero también, a otros les revela que el objetivo era alejar a la chica de la influencia de su abuela, “esta amable señora, que por el excesivo cariño que le tiene, la ha resabiado, como dicen los paisanos” y “la malcría”. Por efecto de lo cual, “la chicuela es muy insubordinada”, y se ha convertido en un verdadero “diabolín”.

De modo que, lejos de desentenderse de una hija a la que casi no conocía, San Martín asumió plenamente su condición paterna y se la llevó con él a Londres, con la expectativa de hacer de ella la mujer a la que aspiraba: “una buena madre y tierna esposa”, “sensible, veraz, respetuosa, caritativa, indulgente y formal”, con apego a la disciplina y con el buen tino de “hablar poco y lo preciso”.

EL PADRE DE LA BANDERA

La activa vida privada de Manuel Belgrano -se lo sabe frecuentador de, entre otras cosas, reuniones y tertulias de la alta sociedad en Buenos Aires- tuvo algunas consecuencias que le acarrearon complicaciones. Y que, probablemente contra sus deseos y aún por motivos altruístas, lo convirtieron en un padre legalmente irresponsable, que nunca reconoció a ninguno de sus dos hijos.

Uno nació en 1813, de su relación con María Josefa Ezcurra. María Josefa era hermana de Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas. El romance de Belgrano y la joven entró en un paréntesis cuando ella, por imposición familiar, se casó con un viejo pariente. Pero la relación renació cuando el marido se trasladó a Europa, al punto de desembocar en el nacimiento del pequeño Pedro.

Esta situación -que probablemente fue conocida por Belgrano con posterioridad- colocó a la mujer en una situación complicada. Como forma de salvaguardar su honor, la familia decidió dar al niño en adopción, y sumarlo a la familia de su tía. Con lo cual se convirtió en hijo de Rosas.

Quien llegaría a llamarse Pedro Rosas y Belgrano nunca llegó a conocer su verdadera identidad por boca de su padre biológico, como habría sido la intención de éste. Tras la muerte de Belgrano en 1820, y mientras se desempeñaba como juez de Paz en Azul -donde su padre adoptivo le había legado extensas tierras-, Pedro recién se enteró en 1837, y se lo dijo el propio Rosas.

Pero Belgrano tuvo además una hija, también extramatrimonial. Fue Manuela Mónica del Sagrado Corazón, producto de su relación con María Dolores Helguero. Helguero era una hermosa joven tucumana que, luego de que el creador de la Bandera se marchara a cumplir con el ejército, fue obligada a casarse con un señor de avanzada edad. Belgrano tampoco reconoció a esta hija, para evitar problemas a la madre; aunque en su lecho de muerte se acordó de ella, y dio instrucciones para que recibiese una buena educación.

Lo interesante es que ambos medios hermanos se conocieron y tuvieron una buena relación, fortalecida luego de que Manuela se casara con un pariente que también vivía en Azul, Manuel Vega Belgrano, con quien tuvo tres hijos. Estos fueron los nietos que, fallecido hacía tiempo en la postración y la miseria, el creador de la Bandera nunca llegó a conocer.

EL PADRE DEL AULA

Domingo Faustino Sarmiento tuvo dos hijos, ambos en Chile. La primera fue Ana Faustina, durante el primer exilio en Chile del prócer, donde había fundada una escuela. Allí, Sarmiento se enamoró de una alumna, cuyo nombre no trascendió a los registros históricos, y que fue la madre de su hija -episodio que otorga una nueva dimensión al título honorífico que ostenta el prócer, y que encabeza este apartado. Ana Faustina fue quien dio a Sarmiento su único nieto, y también quien lo acompañó en su vejez.

En su segundo exilio, Sarmiento volvió a encontrar el amor en tierras trasandinas y se casó con Benita Martinez Pastoriza, una viuda de la sociedad chilena, y adoptó al hijo de ella. Por pura casualidad, el chico llevaba el nombre de su padre adoptivo, y fue conocido desde entonces y para siempre como Dominguito, quien incluso acompañaría a Sarmiento de regreso a la Argentina, luego de que él se separase de Benita.

Al estallar la Guerra de la Triple Alianza, Dominguito se alistó en el ejército argentino y, herido en la batalla de Curupayty -en setiembre de 1966-, murió a los 21 años de edad. Sarmiento, que por entonces se desempeñaba como ministro plenipotenciario de la Argentina en Estados Unidos, recibió la noticia por medio de los enviados especiales de Bartolomé Mitre y al enterarse cayó en una profunda depresión.

Según Felipe Pigna, después de eso “Sarmiento ya no volvería a ser el mismo. Un profundo dolor lo acompañaría hasta su muerte”.

La particular relación de padre e hijo fue contada en la película “Su mejor alumno”, (Lucas Demare, 1944), con Enrique Muiño en un protagónico que se convirtió en un verdadero ícono. El guión de Ulises Petit de Murat y Homero Manzi se basó en “Vida de Dominguito”, el libro póstumo de Sarmiento. Ese mismo en donde rindió un emocionado homenaje a su hijo adoptivo, y donde volcó una pena que nunca logró superar.

EL MÁS PROLÍFICO

Urquiza tuvo, con diferentes mujeres, 23 hijos reconocidos. Hasta llegó a ser padre de tres hijas en el mismo año. Sin embargo, la única mujer con la que contrajo matrimonio fue Dolores Costa Brizuela. Cuando conoció a Dolores -en una fiesta en Gualeguaychú donde el invitado de honor era Sarmiento-, Urquiza tenía 50 años y 12 hijos. Aún así, se las arregló para tener con ella 11 más. La primera fue Dolores, nacida el 30 de abril de 1853, horas antes de la sanción de la Constitución Nacional.

La importancia de los hijos de Urquiza en su vida pública le costó la vida a dos de ellos, en coincidencia con el asesinato del patriarca. Fue el 11 de abril de 1870, en Concordia, y las víctimas fueron los coroneles Justo Carmelo y Waldino de Urquiza. Como lo relatara el historiador entrerriano Antonio P. Castro “para que el golpe tuviera éxito era necesario terminar, no sólo con Urquiza, sino con sus hijos. En ellos descansaba la autoridad de aquél y los conjurados temían que fueran los vengadores de su padre”.

Padres de la Patria

AFECTO

En los primeros días de julio de 1862 llegó Dominguito de visita a San Juan, llenando de ilusiones el espíritu de Sarmiento.

La primera reacción del gobernador ante la presencia del mozo fue, sin embargo, una reprimenda. “Su deber es estudiar noche y día en Buenos Aires, amiguito”, díjole admonitivo. Pero, a estar a recuerdos de la época, “luego don Domingo Faustino, tan sensible a los tiernos afectos pasó a una oficina contigua y derramó lágrimas a solas” .

Del libro “Historias de San Juan”, tomo IV, de Horacio Videla