La vuelta al mundo

Colombia: una victoria previsible

Colombia: una victoria previsible

Juan Manuel Santos, electo presidente de Colombia, ayer visitó a Álvaro Uribe. La victoria de Santos es la victoria de Uribe, que después de dos mandatos consecutivos dispone de una adhesión popular que llega al setenta por ciento.

Foto: EFE

 

Rogelio Alaniz

El propio Mockus admitió que sólo un milagro podía permitirle ganar la presidencia de la Nación. Como suele ocurrir en estos casos, el milagro no se produjo. Santos ganó en toda la línea y nadie debería sorprenderse por un resultado que de alguna manera ya estaba prefigurado desde las pasadas elecciones. Juan Manuel Santos no sólo ganó, sino que lo hizo con una diferencia de más de cinco millones de votos, una verdadera goleada, podríamos decir tomándonos una licencia futbolística que en estas semanas están muy de moda.

La victoria de Santos es, por su parte, la victoria de Uribe. Para más de un observador, en realidad los colombianos más que apoyarlo a Santos lo que hicieron fue ratificar al presidente que luego de dos mandatos consecutivos dispone de una adhesión popular que llega al setenta por ciento, un porcentaje que despertaría la envidia de más de un colega, o una colega, latinoamericano.

Se sabe que Uribe intentó presentarse a una tercera candidatura, pero un fallo judicial se lo impidió. A los argentinos no deja de llamarnos la atención que en ese país, cuyas deficiencias institucionales son mucho más agudas que las nuestras, un tribunal haya puesto límites jurídicos y eficaces a las ambiciones reeleccionistas, y que el presidente con más respaldo en la historia de Colombia de los últimos cincuenta años lo haya aceptado sin objeciones.

Santos fue el candidato de Uribe, pero no es Uribe. Pertenece a los grupos sociales más aristocráticos de Bogotá y por lazos familiares y económicos está relacionado con las clases dominantes tradicionales. Carece del carisma de su protector y habrá que ver si dispone de esa intuición infalible que distingue a Uribe para percibir las necesidades de cada coyuntura y resolverlas. No es tonto, conoce su oficio político y sabe muy bien que su orientación de gobierno deberá encarrilarse en la dirección abierta por Uribe quien, por su lado, regresa al llano, pero no está dispuesto a retirarse de la política. En algún momento de la campaña electoral, Santos intentó diferenciarse de su padrino y fue allí cuando Mockus empezó a ganar más adhesiones. El paso siguiente de Santos en consecuencia fue el de retornar al redil y tratar de estar al lado de Uribe en todo, desde el discurso hasta la foto.

El presidente electo recibe un país mucho más previsible y ordenado que el que recibió Uribe hace ocho años. En el 2002, Colombia no estaba al borde de la disolución nacional, pero la crisis era profunda. La guerrilla, el narcotráfico, los parapoliciales, controlaban territorios y desafiaban a las autoridades constituidas con ejércitos propios. Lo que Uribe se propuso fue poner orden y devolverle todos sus fueros al Estado de derecho. Lo hizo como pudo y en las circunstancias históricas de un país donde la vida no valía nada y los sicarios ya eran considerados una institución nacional. Por supuesto que hubo deficiencias y anomalías, irregularidades y vicios, pero lo cierto es que en sus líneas decisivas los objetivos se lograron. La adhesión masiva que despertó su gestión así lo corrobora.

La agenda de Santos hacia el futuro es la misma, pero diferente. La misma, porque Colombia está muy lejos de ser una democracia aceptable, y diferente porque en esta etapa la consigna de seguridad deberá complementarse con políticas que se hagan cargo de la economía de una Nación donde viven en malas condiciones unos siete millones de pobres y cuatro millones de indigentes, una cifra que de todos modos a los argentinos no tiene por qué escandalizarnos.

En sus discursos electorales, Santos se comprometió a solucionar estos problemas con políticas de empleo y crecimiento. Las promesas han sido altas, pero hasta el momento no se sabe cómo las ejecutará. En Colombia, como en la mayoría de los países latinoamericanos, se sabe que es necesario crecer y distribuir con criterios más equitativos la riqueza, pero lo que también las sociedades están empezando a saber es que los políticos que se presentan como candidatos a los máximos cargos deben decir no sólo lo que hay que hacer sino cómo llevarlo a cabo, algo que en la mayoría de los casos se guardan muy bien de hacer.

En Colombia sube un gobierno de derecha que sucederá a otro gobierno de derecha. Por su parte, el candidato “verde” Mockus está muy lejos de ser de izquierda, de lo que se deduce que el modelo político hegemónico en este país está corrido hacia posiciones conservadoras. Lo interesante, en este caso, es que la experiencia de Colombia demuestra que la derecha también está en condiciones de dar respuestas singulares a las crisis de los países ubicados al sur del río Bravo.

Las crispaciones diplomáticas con Venezuela y Ecuador provienen de estas diferencias. La izquierda en Colombia carece de propuestas válidas y el espacio populista en este caso está controlado por esta derecha. Como se sabe, el populismo como relación entre Estado y sociedad y como relación particular entre liderazgos y masas no se ordena con los criterios tradicionales de izquierda y derecha y, al respecto, hay una amplia bibliografía que debate sobre las modalidades de este modelo de pensar la política para los países de América Latina.

De todos modos, las relaciones de Colombia con Venezuela durante la gestión de Uribe han sido tensas y en algún momento se llegó a temer un enfrentamiento militar, desafío que Chávez alentó verbalmente, pero luego prefirió eludir sabiendo que la capacidad bélica del ejército colombiano es muy superior al de Venezuela. Conflictos parecidos ocurrieron con Ecuador, cuya frontera se había transformado en un santuario para los guerrilleros de las Farc. También en este caso las relaciones fueron muy ásperas, y si bien el agua no llegó al río quedó claro que las diferencias entre Uribe y Correa eran profundas y trascendían las personalidades de los mandatarios.

Santos ha prometido mejorar estas relaciones. Los señales que le ha dado a Chávez y las respuestas del caudillo venezolano así parecen confirmarlo aunque, atendiendo a las modalidades del liderazgo chavista y a su tendencia histriónica a protagonizar escándalos políticos internacionales, sería apresurado decir que los conflictos entre Venezuela y Colombia están superados o, por lo menos están en vías de encarrilarse por la senda de la diplomacia y el principio de la autodeterminación.