Al margen de la crónica

Señales hechas pelota

El uzbeko Ravshan Irmatov pita el final del partido, Diego sale corriendo a mimar a Messi que no la puede meter y necesita contención de padre. Todos abrazamos a Palermo. Veo lo que la tele me deja ver, busco con palpitaciones por toda la pantalla, y no veo a la rubia silueta yanki vestida de blanco -que no es un ángel- corriendo por la cancha. No aparece, no lo toma de la mano al diez, no se lo lleva.

Pasaron dieciséis años de la pesadilla que vuelve, que vuelve, que vuelve. “Es momento de exorcizar”, me digo. Transcurren los minutos. La enfermera sigue sin aparecer. Los jugadores se van al vestuario. Todo fluye, todo es natural, hay sensación de normalidad. Las vuvuzelas siguen zumbando. Se terminó. Hay equipo, hay mística. Está Diego, está Lionel. Pasa lo de Palermo, que hace vibrar la película.

Es nuestro enfermo corazón ilusionado otra vez. ¿Por qué siempre hay que pensar que algo terrible va a suceder, que esta emoción se va a teñir de oscuro, que la clasificación brillando y contagiando a un país es una ilusión que se termina? ¿Por qué carajo tengo que sentir que en cualquier momento Ben Laden va a hacer estallar el estadio, cuando el estadio estalla con el gol de Martín. ¿Es por nuestro histórico derrotero tras el ‘86? ¿Es nuestra particular manera de sufrir? ¿Por qué no puede ser perfecto? ¿Por qué no sabemos disfrutar sin temor? Ensayo y no obtengo respuestas tranquilizadoras. Somos como jugamos.

Los periodistas dicen que ahora empieza el Mundial. Para nosotros, los hinchas, empezó aquella noche de Montevideo. Tuvo tres set de rodaje en Johannesburgo y Polokwane, y ya están preparando todo para rodar el próximo el domingo nuevamente en Johannesburgo. Frases hechas: Africa mía, estamos vivos. Y vamos por más. Ah, ¿alguien se acuerda de Riquelme?