EDITORIAL

Obama y la guerra

 

El presidente Barack Obama aceptó la renuncia del general Stanley McChristal, responsable militar de las tropas de EE.UU. en Afganistán. La decisión de Obama reafirmó su autoridad y dejó una vez más en evidencia que en ese país la iniciativa la tienen los civiles y no los militares, por más importantes que sean y por más delicadas que sean las misiones que se les hayan encargado.

Lo sucedido, de todos modos, no alcanza a disimular el problema de fondo que debe asumir el actual presidente, con un país donde hace más de ocho años que están las tropas norteamericanas sin haber logrado cumplir con sus objetivos principales. Ya en su momento se advertía al gobierno de Bush que el problema crucial de toda ocupación militar es el de saber retirarse a tiempo. Tomar la decisión de invadir no es sencillo, pero, como la experiencia histórica lo demuestra, puede realizarse incluso con el apoyo de la opinión pública interna y externa. Mucho más grave es saber retirarse a tiempo, porque es la propia experiencia histórica la que se empeña en demostrar que esta tarea es sumamente engorrosa y que, en la mayoría de los casos, la retirada se parece más a una huida o a un fracaso que a una victoria o a una negociación inteligente.

Obama heredó el tema de Afganistán e Irak y ahora debe hacerse cargo de la resolución de una iniciativa que en su momento -sobre todo en el caso de Afganistán- contó con amplio consenso. Las críticas del general McChristal -más allá de su imprudencia o su falta de tacto- revelan el desagrado de los militares y de un sector importante de la opinión pública norteamericana sobre una ocupación militar que amenaza prolongarse sin que se observen en el horizonte salidas razonables.

Hamid Karzai, el dirigente local que apoya EE.UU., está muy lejos de ser un demócrata o de disponer de una arrasadora popularidad. En las recientes elecciones, las prácticas fraudulentas fueron tan escandalosas como los negociados que se les imputan a él y su grupo de allegados. Hoy es un secreto a voces que su autoridad real apenas supera la jurisdicción de Kabul. Afganistán puede ser un país, pero sería una licencia del lenguaje calificarlo como un Estado nacional. Su rasgo distintivo es la feudalización del territorio con tribus y bandas que controlan zonas donde imponen su ley, en la mayoría de los casos, de manera brutal. En los últimos tiempos, el fanatismo religioso ha recrudecido, los talibanes se han impuesto en diferentes regiones y nada autoriza a pensar que esta relación de fuerzas vaya a modificarse.

El problema que se le presenta a Obama es que continuar en la misma línea se le hace cada vez más difícil, pero retirarse también es un emprendimiento riesgoso, por los costos políticos que debería pagar internamente y ante los pocos aliados que Estados Unidos tiene en la región. Como se puede apreciar, la situación de EE.UU. no es envidiable y la renuncia del actual jefe militar no ha hecho más que expresar la crisis por la que atraviesa una política exterior que Obama asumió como propia porque no le quedaba otra alternativa.