Mesa de café

¿Y la Fifa?

 

Erdosain

Lo de la Fifa es una vergüenza -dice Abel exaltado-, no puede ser que permitan errores que se parecen al fraude y no digan una palabra.

—No sé de qué estás hablando -respondo.

—Del gol que nos regalaron cuando jugamos con México y del gol que les negaron a los ingleses en el partido con Alemania. Son unos descarados. Todas las pruebas demuestran que se equivocaron y no se les mueve un pelo.

José lo mira y, después de tomar un trago de café, le dice que, gracias al error del árbitro, la Argentina empezó a ganar y, gracias a otro error del árbitro, fuimos campeones del mundo en 1986.

—¿Y alguna vez podremos ganar por derecha? -pregunta Marcial-. ¿Siempre es necesario hacer trampa?

—Típico argentino digo, mirándolo a José-, quieren hacer trampas hasta para jugar a las bolitas. Ahora, si a nosotros nos llegan a hacer algo parecido, queremos ir a la guerra. Típico argentino -reitero.

—Típico peronista -corrige Marcial.

—A mí me gustará hacer trampas hasta cuando juego a las bolitas -contesta José, dirigiéndose a Marcial-, pero vos sos gorila hasta cuando dormís.

—En eso no te equivocás -replica Marcial con una leve sonrisa.

—Lo que indigna son los argumentos -insiste Abel-. Los señores de la Fifa dicen que no se recurre a la tecnología para asistir a los árbitros porque eso quitaría espontaneidad al partido, y no falta quien pondere la picardía de los jugadores. Pero estos planteos presuponen que somos estúpidos o que recién llegamos del campo y dejamos el sulky atado en la puerta.

—No sé por qué hacés esa comparación con la gente del campo. ¿Cuándo se van a hacer cargo de que la mejor gente vive en el campo? -puntualiza Marcial, que nunca pierde la ocasión de defender a su gremio.

—En eso tenés razón -le retruca José-, a mí nunca se me ocurriría decir que los oligarcas del campo son ingenuos.

Marcial lo mira; da la impresión de que está a punto de decirle algo, pero prefiere quedarse callado.

—Yo creo que en poco tiempo la tecnología también va a llegar al fútbol -digo-. En el tenis, el rugby y el básquet ya se está aplicando, y no hay razones para no aplicarlo en el fútbol.

—Ustedes a mí me perdonarán -se encrespa Abel-, pero yo tengo razones para desconfiar de los señores de la Fifa.

—¿Y por qué desconfiás de ellos? -pregunta José.

—Porque no son nenes de pecho -contesta-, porque los negocios que se manejan son multimillonarios y, por lo tanto, tengo derecho a pensar que están interesados en que los árbitros se “equivoquen”.

—No te entiendo dice Marcial.

—Más claro, echale agua -insiste-. Yo creo, es más, estoy seguro, que es un buen negocio dejar abierta la posibilidad de que puedan equivocarse. Alguna vez lo harán de buena fe, pero habiendo tanta plata en el medio es muy posible que no siempre sea la buena fe la causa de un error que decide un partido. Yo no sé si el referí que nos regaló un gol con México o el que no le dio el gol a Inglaterra no estaban arreglados.

—No se puede ser tan mal pensado -reacciona José.

—Conociendo el paño, tengo derecho a serlo -responde Abel-. Yo ya me quedé con la sangre en el ojo en aquel partido en que le hicimos seis goles a Perú. A mí no me hacen creer que ese partido no estuvo arreglado.

—Si hacen trampa, sería una estupidez -intervengo-: hoy en una cancha hay más de treinta cámaras filmando, motivo por el cual todo se ve y se sabe en el acto. Y lo más interesante es que quienes autorizan esas filmaciones son los de la Fifa.

—Hagan las cosas como corresponde y yo dejo de desconfiar, pero mientras se opongan a tomar una medida que el más elemental sentido común aconseja, voy a pensar mal porque, además, sé que esta gente vive pensando mal -dice Marcial, que hasta el momento escuchaba distraído y parecía poco interesado en el tema.

—No comparto -dice José.