LAS MÁSCARAS SE CAEN

Estamos todos desnudos

Estamos todos desnudos

José Curiotto

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Se cayó la careta”, dijo el diario La Nación a poco de la derrota argentina en el Mundial. “Un shock de realidad”, tituló Perfil en su edición de domingo y agregó: “A cara lavada, sin los arreglos que hasta ahora venían de la mano de la efectividad, el equipo de Maradona fue un espanto”.

Pero a Maradona y a su equipo habrá que decirles que no están solos. Y la afirmación nada tiene que ver con el multitudinario recibimiento que la Selección tuvo al llegar a Ezeiza.

Desde hace tiempo al país en general parece habérsele caído la careta. La Argentina vive hoy a cara lavada, dejando al descubierto sus potencialidades y sus espantos, atravesando un shock de realidad que a muchos incomoda y que otros no son capaces de ver.

Estamos todos desnudos. Se corrieron los velos. Decir que todo es relativo puede ser una exageración, pero no resulta desmesurado afirmar que poco a poco se agotan las verdades reveladas, el poder inmaculado y las premisa incontrastables.

La forma que los Kirchner tienen de administrar el poder es en gran medida responsable de esta nueva realidad. Ya no quedan dudas de cómo actúan y de quiénes son. O se los toma, o se los deja; con sus errores y sus aciertos.

Se los sabe soberbios, avasallantes, pragmáticos. Se sabe que no cuidan las formas, que fueron capaces de tomar decisiones históricamente postergadas en la Argentina y que los “negocios” siempre son para ellos una tentación.

Se sabe que al poder no le temen; que lo disfrutan. Que pudieron levantarse de una derrota electoral. Que nunca se los debe dar por muertos. Que pueden contraatacar con un dinamismo y una energía que hasta sus más acérrimos contrincantes envidian.

Casi no les queda enemigos por enfrentar. Se pelearon con el campo, con la Iglesia, con la oposición, con el periodismo, con el vicepresidente. Y no siempre cuidaron sus modos, a pesar de que este modo de hacer las cosas les haya significado desgastes muchas veces innecesarios.

Otras máscaras caen

Pero en la batalla todos los contrincantes quedan desnudos. El campo también quedó expuesto. Salvo que ocurran hechos realmente inesperados, las agrupaciones rurales ya no lograrán aquel apoyo masivo que tuvieron de los sectores urbanos durante el primer semestre de 2008, cuando gran parte del país le dijo al gobierno que no estaba dispuesta a tolerar sus formas.

Es verdad que Cristina exageraba cuando hablaba de un aparato golpista cuidadosamente elaborado para truncar su gobierno. Sin embargo, también es cierto que Hugo Biolcati bromeó en televisión irresponsablemente con Mariano Grondona sobre una posible sucesión de Cobos y que, en otras circunstancias, algunos hubieran hecho lo posible para librarse de la presidenta.

Es verdad que los Kirchner siguen sin gozar de la confianza del campo, pero también es cierto que las ganancias récord del sector rural parecen haber acallado las críticas. Donde se come, no se discute.

Otros velos se cayeron en la Argentina. Allí quedó Julio Cobos, envuelto en sus ambiciones presidenciales prematuras. Una cosa fue avalar su voto “no positivo” cuando dijo haber optado por sus convicciones, y otra muy distinta es tolerar a un vicepresidente encabezando una campaña opositora desde el seno del poder.

Hoy su fuerza parece diluirse. Las dudas comienzan a pesar sobre él: ¿quién es Julio Cobos?, ¿qué busca?, ¿cuáles son sus prioridades?

Como el gobierno. Como el campo. Como todos o casi todos, el vicepresidente también parece haber quedado desnudo.

Y ahí están los opositores, quienes luego de la derrota kirchnerista del 28 de junio de 2009 se vieron tentados de vender a la sociedad el espejismo de conformar un grupo compacto y homogéneo.

Hoy se sabe que pueden estar juntos frente a determinados temas, pero divididos en cuanto a otros. Y está bien que esto ocurra. Es bueno que también estas máscaras hayan caído.

¿O acaso alguien puede creer que Menem, Duhalde, Reutemann, Carrió, Cobos, Alfonsín o Solanas son una misma cosa? La Alianza que llevó a De la Rúa al poder en 1999 resultó ser un cachetazo que todavía duele.

Los peronistas disidentes están unidos por el “espanto” de enfrentar al kircherismo. Los radicales se siguen mirando de reojo, tratando de disimular sus internas siempre latentes.

La Argentina sin máscaras desnuda a todos. Allí está Duhalde candidato, el que juró tantas veces no volver a candidatearse. Allí está Reutemann, más ambivalente que nunca ante la presión. De Narváez, quien aún no presenta su plan contra la inseguridad. Macri, envuelto en una película clase B por el escándalo de los espías. O Carrió, con sus profecías místicas e irresponsables. O Binner, demostrando que gobernar una provincia es mucho más difícil que manejar una ciudad.

Periodismo y credibilidad

En esta Argentina sin máscaras, también comienza a correrse el velo del periodismo. La pérdida de confianza de gran parte de la sociedad muestra que algo se hizo mal desde la prensa.

El periodismo entró en el juego político del gobierno, confundiendo roles y transformándose muchas veces en un polo opositor o adulador de las políticas oficiales. Y es que al periodismo no le corresponde montar la escena; sino describir, analizar o criticar lo que en ella ocurre.

No es sencillo informar en este contexto de pautas publicitarias gubernamentales utilizadas como premios o castigos, un fenómeno que siempre ocurrió, pero que se agravó durante los últimos años. Sin embargo, el juego del gobierno dejó al descubierto las debilidades de una prensa que se siente incómoda cuando se habla de ella, que evita la autocrítica, que suele confundir informar con militar por ideas, poder o negocios.

La palabra de la prensa dejó de ser verdad revelada y recuperar la credibilidad será todo un desafío.

Hasta los vínculos entre la política y los barrabravas quedó expuesto. Ya no hay más disimulos, ni caretas. En la cancha, los hinchas violentos llevan las banderas kirchneristas sin complejos. La desfachatez llegó a tal extremo, que trataron de filtrarse en Sudáfrica. Algunos lo lograron; otros no tuvieron la misma suerte, pero valió el intento.

Y entonces, ¿qué hacer?, ¿abandonar el barco?, ¿mudarse a Europa?, ¿pedir la ciudadanía alemana luego del 4 a 0?

Mirar la realidad sin caretas, sin velos, sin mentiras, sin verdades inmaculadas, sin intocables, sin D10ses, es un signo de madurez.

Conocer las cartas con que se juega es la única manera de evitar errores y espejismos. Somos eso. Somos esto. Somos lo que somos.

Puede ser que no nos guste haber quedado tan expuestos.

Puede ser que no nos guste lo que vemos.

Tal vez la realidad no coincida con nuestras expectativas o fantasías.

Pero vernos desnudos nos acerca a la verdad. Y esto será siempre mejor que la mentira.

Es un primer paso. Al menos es algo. Y lo importante, en definitiva, será descubrir qué somos capaces de hacer con lo que realmente somos.