Ginger Rogers

Con alas en los pies

Ana María Zancada

Junto a Fred Astaire formó una de las parejas más famosas de la época de oro del musical de Hollywood. Gráciles, casi etéreos, atrapaban al espectador que embelesado no podía dejar de admirar esa delicadeza de movimientos casi imposible de lograr para un humano, condenado a caminar en lugar de volar. Ginger Rogers y Fred Astaire fueron la mítica pareja de baile del cine norteamericano.

Ginger Rogers nació como Virginia Catherine Mc Math, el 16 de julio de 1911 en Missouri, Estados Unidos. De ascendencia escocesa y galesa, su contacto con el mundo del espectáculo fue a través de su madre que era crítica de teatro. Mientras ésta realizaba las entrevistas, la pequeña comenzaba a hacer ruido con sus piececitos sobre el escenario.

A los 14 años, ganó un concurso de charleston y comenzó a actuar. A los 17 años se casó con un bailarín, pero la pareja no duró mucho. Viajó a Nueva York con su madre y se conectó con la radio y con Broadway. Su primer trabajo en serio fue en un musical llamado “Top Speed”, en 1929. De ese año, datan sus primeras apariciones en cine. Al poco tiempo fue elegida para protagonizar un musical en Broadway con George e Ira Gershwin. Allí conoció a Fred Astaire y comenzó la relación que se prolongó por más de diez películas.

La química

La primera fue “Volando a Río”, excusa para promocionar a una exótica actriz mexicana, Dolores del Río. Pero lo mejor del film fue el número musical de la pareja. Se produjo una “química” entre ellos, ella seguía delicadamente la coreografía marcada por él. No había errores, desencuentros, sólo simetría y acople perfecto en una pareja que se volvió única.

Lo que los espectadores no sabían era que cada escena era repetida hasta el cansancio, horas y horas de ensayos. Cuentan que en una ocasión ella terminó con los pies sangrando y un ataque de histeria.

Pero la pantalla reflejaba sólo la belleza, los escenarios lujosos, y la silueta perfecta de estos dos virtuosos. Ginger y Fred fueron parte indisoluble del mejor momento histórico de los musicales de Hollywood y el público los amaba y se embelesaba con ellos.

Nadie que los haya visto podrá olvidar “Hay humo en tus ojos”, de “Roberta” en 1935, o “Mejilla a mejilla” de “Sombrero de copa”, en el mismo año. Pero todo tiene un principio y un final. Ginger quería ser algo más que la pareja ideal de un gran bailarín.

Interpretó una serie de papeles, algunos dramáticos, haciendo pareja con Joel McCrea, Ronald Colman, Gary Grant, Ray Milland. En 1940, logró un Oscar a la mejor actriz que como suele ocurrir no fue una de sus mejores interpretaciones. Fue con “Kitty Foyle” y bajo la dirección de Sam Wood.

Durante muchos años fue una de las actrices mejor pagadas de Hollywood. Su despedida del cine fue en 1965, metiéndose en la piel de Jean Harlow, otra figura representativa de ese mundo sin alma. De todas formas, logró demostrar que además de eximia bailarina, podía ser una gran actriz.

En 1992, recibió un Oscar honorífico por su carrera. En 1940, compró un rancho en Oregón donde vivió hasta sus últimos días. Se casó seis veces y no tuvo hijos. El tiempo libre lo dedicaba a la pintura y la escultura.

En Argentina, estuvo y actuó por única vez en 1980, en un espectáculo de canto y baile que demostró en vivo y en directo por qué era una verdadera estrella en el escenario. Hasta brindó una versión de “Mi Buenos Aires querido”.

Sus últimos años la vieron prisionera de una silla de ruedas, con algunos kilos que desbordaban la grácil silueta mítica del cine. Su rostro muy maquillado siempre, pero conservando la belleza radiante en sus límpidos ojos verdes. Murió en 1995 a los 83 años, en su rancho californiano.

En realidad sigue viva, danzando ingrávida con Fred Astaire, su pareja perfecta, en el rutilante mundo de los sueños dorados de un Hollywood que no morirá jamás.

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La imagen que marcó a fuego una época dorada de la industria del cine: la actriz junto a su pareja emblemática en los sets, Fred Astaire.

Foto: Archivo El Litoral