Jorge Edgard Molina (1934-2010)

Presencia ética en la música santafesina

Damián Rodríguez Kees

Jorge Edgard Molina, compositor, arreglador, maestro, amigo, esposo, padre, abuelo, o simplemente “el gordo Molina”, fue uno de esos buenos grandes tipos que al conocerlos nos reconcilian con la condición humana.

Hincha de Unión, se reía e ironizaba de la raíz sufriente del santafesino, de los mosquitos y de aquello que tenemos en común todos los compositores de esta ciudad: “la humedad”. Aficionado también al básquet supo abrir el juego a cada colega, a cada alumno; sin quedarse con nada, formó y estimuló a muchos compañeros, hoy cantantes, instrumentistas, arregladores, compositores... de todas las músicas.

Talentoso nato y conocedor profundo del oficio de la música, nunca la usó, siempre estuvo a su servicio y jamás recurrió a un golpe bajo, aunque sabía perfectamente cómo hacerlo. Para Jorge, ética, estética, política y humanidad eran una sola cosa, y así planteaba cada clase, cada reflexión teórica, cada decisión al colocar una nota o un acorde sobre el pentagrama.

No cambió el mundo ni el curso de la historia, ¿quién lo hace últimamente? Pero generó en quienes lo conocimos y lo disfrutamos como docente y amigo, la necesidad de asumir posturas responsables ante el arte y la sociedad. Quizá en el momento que más energía podría haberle dedicado a su obra musical, no dudó en asumir generosamente el rol de director del Instituto Superior de Música (ISM) de la Universidad Nacional del Litoral, aunque por esta razón dejara de componer durante ocho años. No fue fácil para él. Muchos, muchísimos, se lo valoramos y se lo agradeceremos por siempre.

Estudioso incansable, era capaz de preparar durante días una clase, un libro suyo era un libro de todos. De perfil bajo, bajísimo, humilde como pocos, no faltaba a ninguna conferencia, curso o seminario. Siendo él un maestro, se sentaba a la par de los alumnos, como uno más. Sus ansias de aprender siempre fueron un faro para quienes lo tenían cerca. En ese sentido, muchos conservamos de Jorge la imagen de un niño grande. Sus ácidos comentarios siempre tenían esa pizca de humor necesaria para que el dolor de lo injusto no inmovilice. Él movilizaba, también molestaba a muchos (y por ser “molesto” fue desplazado del ISM durante la dictadura militar), y para otros era ineludible referencia. Detestaba la ingenuidad ante la escucha, que siempre debía ser atenta y crítica, más aún viniendo de músicos profesionales, pero no perdió la ternura jamás.

Maestro de la música

Siendo uno de los grandes maestros de la música contemporánea argentina de su generación, un verdadero precursor en nuestra ciudad y en el país, vivió desvelado por Santa Fe, la amó, la cuidó, la sufrió y nunca la dejó. Ésta es y fue su tierra para la creación, para su familia y sus amigos.

Jorge falleció el 25 de mayo de este año. Ahora que no está, queda el gusto amargo de que mucha gente se lo perdió, una pena que también da bronca porque parece que siempre llegamos tarde a quién sabe dónde. Otros nos arrepentimos de no haber compartido con él más asados, más conciertos, más charlas, más lisos, más debates apasionados.

Recordar a Jorge “el Gordo” Molina, emular su trabajo, su conducta, su militancia cultural, su humor, su música, no es sino parte de un profundo acto de justicia y agradecimiento. Nos queda el compromiso de estudiar su obra, reconstruir y difundir su biografía, para dar cuenta de ese recorrido vital que desde el trabajo cotidiano, desde su estudio de calle Corrientes, o su casa de calle Lavaise, hizo a gran parte de la historia musical de nuestra ciudad.

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“El gordo” Molina, como era conocido por sus verdaderos afectos.

Foto: Archivo El Litoral