Mesa de café

Los gays y los “progres”

Erdosain

Marcial le pide a Quito que le sirva su taza de té y después de acomodarse en la mesa se despacha diciendo que si viviera en Buenos Aires habría participado de la marcha en contra del matrimonio gay.

—Yo pensé que eras un liberal a carta completa -le dice José medio en broma, medio en serio.

—Pensaste mal -contesta Marcial-, yo, en primer lugar, soy conservador, y después soy liberal. Como conservador no puedo aprobar una iniciativa disparatada que no tiene ni pies ni cabeza y que, salvo en cinco países del mundo, no funciona en ninguna parte. Y donde funciona, no hay ninguna garantía de que las cosas vayan a salir bien.

—No se trata de ser conservador o liberal, de derecha o de izquierda -enfatizo-, se trata de reconocer derechos y, por sobre todas las cosas, reconocer situaciones de hecho. Aunque a vos Marcial no te guste, las pareas de personas del mismo sexo existen, seguirán existiendo y -a juzgar por lo que ocurre- cada vez van a ser más y no te van a pedir permiso a vos para hacerlo.

—Desde ya te aclaro que no me gusta -responde Marcial-, pero como soy un demócrata estoy preparado para convivir con situaciones que no me gustan. Lo que me molesta no es tanto que los homosexuales reivindiquen derechos, sino un gobierno que pretende presentar este problema como una lucha entre el bien y el mal. Un gobierno que, dicho sea de paso, hasta que se empezó a hablar de este tema era más conservador que yo.

—En eso no estoy de acuerdo -interviene José- este gobierno es progresista y lo demuestra todos los días.

—Es tan progresista -apunta Abel- que defiende cosas en las que no cree. Hoy defiende a los gays como ayer defendían los derechos humanos. No nos engañemos -concluye- lo único que progresa en este gobierno es su cuenta corriente.

—Yo quiero insistir en el tema del matrimonio gay -dice Marcial-. Que yo sepa, los gay siempre han reivindicado la libertad; cuando salen a la calle se dedican a asustar burgueses con sus exposiciones, su ideología es mayoritariamente antisistema. Si esto es así, no entiendo por qué quieren integrase a una típica institución conservadora y burguesa como es el matrimonio. Yo, si fuera gay, seria coherente y no le reclamaría al Estado que me integre. En todo caso, aceptaría algunos acuerdos judiciales relacionados con la herencia, la obra social, los bienes gananciales y punto. No pretendería, además, casarme de blanco.

—Vos tenés una visión prejuiciosa de los gays -respondo-. No todos son antisistema, no todos son escandalosos. Como pasa con los heterosexuales y como pasa con todo el mundo, hay de todo en la viña del Señor. Los derechos se reconocen o no se reconocen. Yo no voy a prohibir el matrimonio heterosexual porque un marido golpee a su mujer o una mujer engañe a su marido.

—Yo estoy de acuerdo con sus reclamos -acota Abel- pero pido que vayamos despacio. La sociedad tiene que acostumbrarse a los cambios, son procesos lentos, y por lo tanto los homosexuales no pueden pretender que de la mañana a la noche se les resuelvan todos los problemas.

—¿Y qué temas considerarías que hoy se pueden reconocer? -pregunta José.

—Yo estoy de acuerdo con la unión civil, pero dejaría la palabra matrimonio para las iglesias.

—Yo sigo estando en desacuerdo -insiste Marcial-. A mí me parece que esto debería haberse tratado con más tiempo, con más prudencia, sin presiones morales innecesarias y respetando tradiciones. Si quieren vivir juntos que vivan, pero si fueron tan guapos para decidir ser homosexuales que se aguanten un poco de marginalidad. No deja de ser curioso que los “progres” se hayan cansado de reivindicar el amor libre, no casarse ni por civil ni por Iglesia y, ahora, los mismos “progres” reclaman casamiento, no para ellos que en la mayoría de los casos están en concubinato, sino para las maricas.

—No comparto -decimos al unísono Abel, José y yo.