Sucedió en Chile

Zunilda Ceresole de Espinaco

El Gral. San Martín recibió ayuda de civiles en varios lugares durante su campaña libertadora. Algunos hechos son muy conocidos, otros muy poco, como el protagonizado por doña Paula Jara-Quemada, ferviente patriota chilena, quien puso a disposición del general, luego del desastre de Cancha Rayada, su estancia y sus peones para que estableciera allí su cuartel general.

La dama no trepidó al hacerlo aunque sabía el peligro al que se exponía: atraer la furia y por ende el castigo de los realistas si era descubierta. La ira española la tragaría como el fuego a un pequeño leño, si esto ocurría.

Una tarde, doña Paula estaba tomando mate en el corredor de la casa. Oyó pasos fuertes y vio un piquete de soldados realistas. Ante ella se presentó un oficial que le pidió las llaves de la bodega. Allí estaban ocultos algunos patriotas. ¿Qué hacer para salvarlos?, se preguntó interiormente.

Entonces decidida se levantó con indignación, lo encaró y le dijo: “¡Si me place os daré forraje, pero las llaves jamás!”. Colérico ante tanta osadía, el oficial ordenó a sus soldados que hicieran fuego sobre ella, mientras estos apuntaban, la valerosa mujer con serenidad avanzó hacia ellos hasta tocar con su pecho los cañones de los fusiles. Desconcertado, el oficial hizo bajar las armas, no tardó en reaccionar, mandando a incendiar la casa.

Paula, mientras levantaba el bracero de plata donde hervía la pava, con voz perentoria le contestó: ¡No precisáis encender fuego, aquí lo tenéis! y le tiró el brasero a sus pies.

Esta enérgica decisión perturbó al militar, quien dio orden de retirada, salvándose así no sólo esta dama admirable sino también los patriotas ocultos en la bodega, quienes con posterioridad engrosarán las filas del glorioso Ejército Libertador.