Pentagrama del alma

Rubén Elbio Battión.

Ciudad.

Bajaba los últimos escalones / De mi pentagrama. / Lo abrí y las notas / volaron por los aires / sombríos. / Línea a línea sentía la fatiga / del hartazgo vital: / cansancio de ocasos vacíos. / Descendía. La frente arrugada / y las sienes florecidas; / los ojos echando oscuridades / por doquier, la boca / repitiendo la aleluya / del silencio. / Bajaba con más hondura / que los horizontes del pentagrama, / donde las notas eran sepulcros vacíos. / Las viejas melodías huyeron / con mis pasos limosos, / y las manos entrelazadas / buscaban teas del camino... / Todo era despoblado / de inciensos y de almas. / El cerco de cinco líneas / cálido llegaba hasta los polos / vacíos de dos lágrimas hirsutas. / Bajaba. Un temblor de viejas ternuras / dominaba los caminos informes. / Ningún imán, ningún susurro / inventaba la brújula perdida / en el desatino de mi corazón. / Bajaba. El páramo se olía / a través de mil poros epidérmicos. / Los pies se apoyaban en caparazones aéreos / adosados en quillas saturadas / de solfeos esfumados con tímida esperanza. / Entonces comprendí que el amor / es un llanto interrumpido, / el eco lejano de una voz / que brota en el interior / de una dulce melodía, / un sonido que suaviza el aire con la paz / de una luz en el borde de un nido. / Sí, el amor es el cielo terrenal, / la rueca de los días al girar / sobre nubes, cantos y trigos. / Es la melancólica feracidad/ de la piel resbalando en el alma / del sol en el invierno / y el color perfumado del rezo plural. / El amor es la plenitud de los días / que ciñe de aromas el cuerpo y el espíritu; / es sentir la eternidad en una melodía / que mezcla la risa, la aurora, el llanto y la flor.