Crónica política

Las encrucijadas de la política

Rogelio Alaniz

No le va a resultar sencillo a la oposición ganarle a los Kirchner en las próximas elecciones. Los que suponían que el régimen estaba agotado y que espontáneamente el poder se deslizaría hacia algún dirigente opositor, ahora empiezan a pensar que será necesario hacer algo más que repetir dos o tres consignas cómodas para ganar las elecciones, algo así como quedarse parado debajo de un árbol esperando que caiga la fruta apetecible.

A un veterano político radical de Córdoba un día le preguntaron si en los años treinta era fácil ganarle a los conservadores. Respondió con una frase en la que las palabras eran tan importantes como el tono: “¡Había que ganarles!” dijo, como dando a entender que había que moverse, presentar propuestas, juntar votos, movilizar fiscales y cuidarse de que no le hicieran alguna trampita. Hoy a la oposición le ocurre más o menos lo mismo. A los Kirchner hay que ganarles, es decir, hay que trabajar para presentar una buena propuesta y juntar los votos. No habrá regalos, nada vendrá de arriba.

A muchos opositores, este inesperado escenario competitivo los fastidia porque suponían que después de la crisis del campo a los Kirchner se les ganaba de orejita parada. No va a ser así. Y tal vez esté bien que así sea. La competencia electoral siempre es buena. No es malo que los dirigentes se esfuercen por ganar una elección, que nadie suponga que tiene el poder garantizado. Ni los que gobiernan, ni los que aspiran a gobernar.

El oficialismo, por su lado, se equivoca si cree que los altos índices de crecimiento económico que se pronostican para este año y el próximo le aseguran automáticamente la reelección. Los Kirchner no “están muertos” como creían sus opositores más enconados. Pero después de ocho años en el poder las heridas siguen sangrando y, además, las cicatrices están frescas. Conviene recordar que las grandes derrotas políticas de los Kirchner no han provenido de los vicios de la estructura económica o de los rigores de las coyunturas, sino de sus propios errores y torpezas. Es probable que algo hayan aprendido en estos meses, pero a juzgar por la actitud de algunos funcionarios hay motivos para creer que siguen dispuestos a tropezar con la misma piedra. Alguna vez escribí en esta columna que los principales adversarios de los Kirchner han sido ellos mismos. Lo que firmé antes lo refirmo ahora.

Por lo pronto, disponen de recursos y voluntad de poder. Con mucho menos que eso se han ganado elecciones, pero también con algo más que eso se las han perdido. La incertidumbre es una de las constantes de la política, pero los hombres estamos obligados a actuar con algunas certezas. En política, la incertidumbre es una realidad en tensión con la certeza. Nadie puede adivinar el futuro, pero siempre hay señales que lo anuncian. El político que logra descifrar esas señales es el que entiende su tiempo.

Para los Kirchner, la fragmentación de la oposición es la mejor noticia. Esa fragmentación es inevitable, porque aunque los Kirchner se resistan a aceptarlo la Argentina es pluralista y uno de los grandes temas políticos a debatir es cómo se asegura la gobernabilidad de una sociedad pluralista. Los Kirchner suponen que esto se hace instalando enemigos y tomando decisiones del modo en que lo aconseja Carl Schmitt. El método puede ser detestable, la solución puede ser peligrosa, pero no está escrito que no dé resultados. Por lo pronto, en estos ocho años a los Kirchner les ha dado muy buenos resultados en general, aunque en particular han mordido más de una vez el polvo de la derrota.

La oposición, por su parte, deberá demostrar que la propuesta republicana de respeto a las leyes y a la división de los poderes, así como la búsqueda de consensos, da resultados en la Argentina actual. Yo puedo decir que prefiero esta alternativa, pero mi preferencia es una preferencia, no una verdad revelada. Me guste o no la solución decisionista, en los países periféricos no es descabellada. Los Kirchner creen en ella. Esta solución es la más práctica para sus ambiciones de poder personalizado y es la más funcional para el populismo criollo que siempre creyó en la democracia pero nunca en la república. Toda una tradición y una cultura política nacional cierra filas detrás de esta propuesta. A derecha e izquierda. Entre gente de buena fe y canallas.

Yo espero que fracasen, porque ese estilo no me gusta no sólo por el daño institucional que provoca, sino porque sigo creyendo que el populismo que dice luchar contra la injusticia necesita reproducir la injusticia para justificarse como tal. Pero lo que yo crea objetivamente importa poco, sobre todo en procesos históricos donde los vicios y las inequidades pueden prolongarse durante generaciones.

El peronismo sabe ejercer el poder, pero también ha demostrado que sabe perderlo. Por su lado, en los últimos años la oposición ha demostrado que le cuesta mucho ganarlo y mucho más mantenerlo. La clave de los Kirchner para estas elecciones consistirá, por lo tanto, en convencer a la sociedad de que no sólo gobiernan bien sino que, además, son los únicos que saben gobernar. Hay un treinta por ciento de argentinos que hoy están convencidos de que los Kirchner expresan el mejor de los mundos, y puede haber un quince o un veinte por ciento de argentinos que se resignen a apoyarlos porque entre los Kirchner y el salto al vacío prefieren a los Kirchner.

Yo no creo en el propagandizado “modelo” de los Kirchner, pero estoy dispuesto a creer en la eficacia de su estilo de poder. Para mal o para bien, la pareja ha demostrado que sabe lidiar con él. Esto significa manejar recursos, premiar a los seguidores y castigar a los disidentes, tener la mano abierta para los incondicionales y cerrada para los enemigos. Se dice que los Kirchner no negocian, pero para ser más precisos habría que decir que no negocian con los opositores, porque con los grupos que constituyen su poder interno viven negociando; es más, sin esa negociación permanente con punteros, caudillos, gremialistas y jefes de corporaciones, el poder de los Kirchner no sería posible.

El partido o la coalición de partidos que quieran sucederlos deberán demostrar que saben hacer más o menos lo mismo, es decir, negociar con personajes como Moyano o D’Elía, con caudillos como los intendentes del conurbano o los gobernadores de provincias, con empresarios y, al mismo tiempo, respetar las reglas básicas de la democracia y saber cómo funciona el actual mundo globalizado. La tarea es difícil pero no imposible. Lo que sí es cierto es que el peronismo -en cualquiera de sus versiones- ha demostrado una apetencia de poder superior a la de sus adversarios, apetencia que se refuerza en esta Argentina diseñada en los últimos sesenta años por la cultura peronista.

El peronismo es poderoso por los votos que tiene, pero sobre todo por el poder que controla. Su caudal electoral, con ser importante, nunca supera el cincuenta por ciento, pero sus espacios materiales de poder son superiores, muy superiores, a ese porcentaje. El peronismo controla provincias, intendencias, legislaturas, pone y saca jueces y fiscales, nombra y cesantea comisarios, pero además maneja corporaciones, dispone de recursos millonarios y ninguna actividad importante del hampa le es ajena.

Sus sindicatos controlan rutas, peajes, aeropuertos, terminales de ómnibus y vías del ferrocarril. En cualquier país ese control significa la suma real del poder público. Esto fue así con Menem y es así con los Kirchner. Cuando Agustín Rossi se enoja porque lo acusan de menemista y declara que no tiene por qué hacerse cargo de lo sucedido en los años noventa, dice una verdad personal pero no una verdad política. Rossi puede haber sido opositor a Menem pero el poder que hoy lo sostiene es el mismo poder que sostuvo a Menem.

Sin embargo, esa maquinaria gigantesca de poder, esa red intrincada de intereses legales e ilegales, esa pulsión voraz de poder, es vulnerable. Su gigantismo es su fortaleza y su debilidad. Esa maquinaria implacable de poder opera como un fin en sí mismo, y las sociedades modernas reclaman de sus dirigentes algo más que vocaciones pulsionales de poder. Si el problema de los Kirchner son los propios Kirchner, el principal problema de la oposición es su incapacidad para articularse como tal, su dificultad para presentarle a la sociedad una alternativa más justa y más eficaz que la que ofrece el peronismo. Es una tarea difícil, pero no imposible. La experiencia, madre de todas las sabidurías, es la que enseña que cada vez que la oposición no peronista le presentó a la sociedad una propuesta racional, moderna y progresista contó con el apoyo de la gente. Si lo ha hecho antes, muy bien puede hacerlo ahora, pero sería deseable que se decidan a hacerlo, porque el tiempo transcurre y en política -a diferencia de lo que postula Marcel Proust- el tiempo perdido no se recupera más.

La oposición deberá demostrar que la propuesta republicana de respeto a las leyes y a la división de los poderes, así como la búsqueda de consensos, da resultados en la Argentina actual.

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El peronismo controla provincias, intendencias, legislaturas, pone y saca jueces y fiscales, nombra y cesantea comisarios, maneja corporaciones y dispone de recursos millonarios.