Suso Cecchi D’Amico

Persona y personaje

Francisco Maragno

Suso Cecchi D’Amico era una gran persona y, a la vez, un gran personaje. Esta afirmación está refrendada por la cantidad de amigos que la frecuentaron: personas comunes y personas extraordinarias que, de distinto modo, compartieron su vida y protagonizaron con ella una época gloriosa y memorable del cine neorrealista italiano donde alcanzó un perfil sobresaliente.

Suso Cecchi se ha ido a los 96 años y fue despedida -como era de esperar, con la ausencia de las autoridades oficiales- en una ceremonia que tuvo un carácter marcadamente afectuoso más que fúnebre, según lo refiere la prensa italiana, un dato no menor y en línea con los vínculos tejidos por esta talentosa y excepcional mujer a lo largo de su vida.

Sin ninguna duda, su desaparición física no puede anular la enorme contribución que generó sin soberbia ni fatua vanidad.

Desgraciadamente, casi nunca el relato histórico tiene la verdad y la vigencia que debería tener. No viene despojado de intereses y manipulaciones: a esto lo tenemos bien aprendido. Así constatamos que “la posteridad” no es una justiciera solemne sino una desaprensiva olvidadiza, interesada y manipuladora que termina sepultando, en la desmemoria, a tantas figuras y obras que no habría que olvidar, y que es indispensable rescatar.

A Suso Cecchi D’Amico no hay que olvidarla. Hoy mismo hay muchísimas personas, jóvenes y no tanto, que no saben quién es, ni qué hizo, ni qué representa. Pero como contrapartida se dan a conocer, con bombos y platillos, algunas figuritas insignificantes que, con su irrelevante producción, pretenden poblar el imaginario colectivo.

Con Lele D’Amico, escritor y productor cinematográfico, formó su familia. Él fue gran amigo de Goffredo Petrassi, que formó parte de la constelación de los grandes compositores italianos del siglo XX junto a Nono, Maderna, Dallapiccola, Berio y otros. En alguna oportunidad, Virtú Maragno recordó que en su última visita a su maestro Goffredo Petrassi en Roma, éste le entregó su última composición: un Kyrie para coro y orquesta de cuerdas con la dedicatoria “a Lele D’Amico, indimenticabile” (inolvidable). Virtú Maragno estrenó esta obra en 1994 con la Orquesta de la Academia Nacional de Bellas Artes y el Coro Polifónico Provincial de Santa Fe, dirigido, entonces, por Francisco Maragno.

Ésta es, sin duda, una digresión pero tiene sentido porque refiere a una relación que no puede ser soslayada porque, aparte del vínculo afectivo, la dupla Susu Cecchi-Lele D’Amico significaba una fuerte relación intelectual como era lógico y previsible.

Ser indispensable

Sin embargo, los méritos como realizadora en la puesta en escena y en la confección de los libretos cinematográficos son todos suyos al punto que se decía en los estudios de filmación que “en una puesta en escena todos son útiles, pero la Cecchi D’Amico es indispensable”.

La lista de los directores con los que trabajó es verdaderamente impresionante, al igual que la nómina de películas donde dejó su impronta. Para dar una idea más concreta de sus realizaciones, mencionaremos algunos grandes filmes como “Ladrones de bicicletas”; “La honorable Angelina”; “Rocco y sus hermanos”; “El gatopardo”; “Romeo y Julieta”; “La fierecilla domada”; “Milagro en Milán”; “Los desconocidos de siempre”; “La caída de los dioses”; “Muerte en Venecia”; “Ludwig”; “La dolce vita” y muchos más.

Con Mario Monicelli hizo dieciséis películas; con Luigi Comencini, ocho. Colaboró, además, con Francesco Rosi, Alessandro Blasetti, Pier Paolo Pasolini, Franco Zeffirelli, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Ermanno Olmi, Vittorio de Sica. Pero con quien tuvo una relación y una sintonía más intensas, fue con Luchino Visconti.

Franco Zeffirelli, en una conmovida evocación, relata que “Suso era como una madre y una hermana para todos; que se podía contar con ella en cualquier momento. De izquierda o de derecha, todos estábamos enamorados de ella”, y agrega que “tenía la capacidad de darle afecto a todos”. Zeffirelli refiere que en su “Jesús de Nazareth”, él “quería darle una impronta católica al film, mientras que en el texto de Burgess había una visión protestante. Suso D’Amico entendió que no tenía que provocar una batalla religiosa, sino tratar de poner en orden pensamientos y episodios con su inteligencia y genialidad”.

El capullo y la mariposa

Con precisión reveladora decía que el que hacía la puesta en escena debía dominar la materia a tratar y trabajar con los colegas para obtener una propuesta absolutamente válida.

Como conclusión vale la pena tomar estas palabras suyas: “Estoy cada vez más convencida de que la puesta en escena (la “scennegiatura”) es el capullo, y el film, la mariposa”. Hermosa imagen que revela claramente que sabía lo que decía, lo que hacía y lo que quería. Toda persona medianamente culta e informada tiene que asumir su recuerdo y ese valor debe ser reconocido como un patrimonio cultural de la humanidad, no sólo de la República Italiana.

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Susa Cecchi D’Amico era una gran colaboradora de los grandes directores de cine italianos.

Foto: Archivo El Litoral

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La mítica escena de “La dolce vita”, de Federico Fellini.

Foto: Archivo El Litoral