EDITORIAL

¿Políticos o estadistas?

Cuando se quiso pensar en el largo plazo en la Argentina se usaron diferentes denominaciones. Se habló de proyecto nacional, de planes estratégicos, de modelos de país. Según las circunstancias en cada caso las designaciones aludían a cuestiones concretas. Si la referencia histórica era la “generación del ochenta” el proyecto nacional se refería a un modelo de acumulación económica, una inserción específica en el mundo y un sistema político fundado en amplias libertades civiles y reducidas libertades políticas, por lo menos hasta 1812.

El modelo o proyecto nacional, pensado después de la Segunda Guerra Mundial, hablaba de un diseño elaborado por técnicos en determinados saberes e implementado por un caudillo carismático que aseguraba la necesaria cohesión política para cumplir con esos objetivos. En tiempos de los militares se habló de desarrollo nacional. En cualquiera de sus variantes los garantes objetivos y efectivos de esa estrategia eran las fuerzas armadas. El desarrollo fue luego desplazado por la seguridad, pero en todos los casos se reclamaba una suerte de unanimidad política impuesta desde el poder.

A partir de 1983, y con la recuperación de la democracia, la creciente politización de las relaciones sociales dio lugar a una distinción entre los fenómenos y necesidades de la coyuntura y los objetivos a mediano y largo plazo. Daría la impresión que a medida que estos objetivos estratégico se perdían, el reclamo por políticas de estado que vayan más allá de los avatares cotidianos de la política empezó a ser cada vez más fuerte.

Politólogos y cientistas sociales distinguen entre el político y el estadista. El político sería el que resolvería los apremios del momento mientras que el estadista pensaría en plazos de largo alcance. Durante la gestión de los Kirchner se supone que esta distinción fue resuelta a través del decisionismo. El llamado “modelo” kirchnerista nunca fue explicado en términos técnicos, pero se sostiene fundamentalmente en el decisionismo, muy efectivo en términos políticos pero de dudosos alcances estratégicos.

Lo que llama la atención es que en este contexto vuelve a insistirse en la necesidad de establecer plazos largos. Palabras como “modelo”, “desarrollo”, “proyecto”, circulan con insistencia, aunque en términos prácticos nadie parecería hacerse cargo de ellos. Lo que la experiencia ha enseñado en estos temas es que una estrategia a largo plazo no se resuelve en una reunión de notables ni es patrimonio exclusivo de los técnicos o el resultado de la intervención de algún líder carismático. Si bien todos estas condiciones y actores pueden o deben estar a la hora de diseñar un plan estratégico, está claro que sin un Estado que asegure mediante recursos institucionales efectivos un debate rico y una abierta circulación de ideas, sin un Estado que establezca una adecuada relación entre sociedad civil y sociedad política y entre sistema político y sistema económico, no será posible asegurar metas de largo alcance.