¿Es la Argentina un país viable para un desarrollo equilibrado? (IV)

La crueldad de la exclusión

 

Alberto Cassano

En un trabajo anterior se había concluido que, con un alto nivel de probabilidad y, evidentemente, no teniendo en cuenta más allá de lo imprescindible la cifras que publica el Indec, el valor mínimo del número de pobres en nuestro país era de aproximadamente 9.000.000 de personas. Sería relativamente sencillo definir a un pobre o un indigente a partir de conceptos básicos, universalmente aceptados por los organismos nacionales o internacionales. El resultado no es justo y se verá por qué. Es preferible considerar primero los factores que caracterizan el desarrollo humano y, a partir de ello, ver cuáles son las singularidades de las personas que no lo alcanzan y luego, como consecuencia, definir la pobreza.

¿Por qué parece más razonable hacer este camino? Porque más de uno podrá tranquilizar su conciencia pensando que, en última instancia, la pobreza -no la marginación- puede ser vista desde el punto de vista cristiano como una propuesta de vida y de perfección. Basta para ello recordar que Jesucristo nació en un pesebre y que, en más de una ocasión, el Evangelio llama Bienaventurados a los pobres. Pero la pobreza evangélica es aquella en la que todos los hombres tienen un trabajo digno, justamente remunerado, que les permite que su familia se alimente, se vista, se eduque, se cure, tenga vivienda (aunque sea humilde o tal vez alquilada) y servicios, se cultive espiritual y físicamente, se recree y, por fin, la cabeza de familia pueda gozar de un retiro digno en su vejez. No mucho más, pero tampoco menos que eso. Después de todo, San José, el carpintero, sería hoy un monotributista con un ingreso medio-bajo (seguramente, al día con sus impuestos) y viviendo en las condiciones de la antedicha forma de pobreza.

Desde el punto de vista económico, el desarrollo es una fase de evolución de un país que se caracteriza por el aumento de la renta nacional por habitante. En otras palabras, se trata de un proceso conducente al acrecentamiento del bienestar o, en otros términos, a la mejora del nivel de vida de todos los seres humanos.

Los países desarrollados se caracterizan por tener una estructura productiva competitiva y rápidamente adaptable a los cambios, un acceso al uso eficiente de las nuevas tecnologías, el hecho de que sus habitantes gozan de un suficiente nivel de ingreso per cápita, un bienestar social extendido a la gran mayoría de ellos y la circunstancia de que un grado muy alto de su población económicamente activa está ocupada. En general, estas propiedades se manifiestan en forma evidente con una muy baja tasa de mortalidad, la obtención segura de un servicio para el cuidado de su salud, una vida que se desarrolla en un ambiente adecuadamente preservado, la disponibilidad del beneficio de un sistema educativo de calidad, la casi certeza de contar con un trabajo digno, permanente y razonablemente bien remunerado y vivir en un entorno donde el desarrollo tecnológico y la innovación son hechos habituales.

A partir de estas condiciones, resulta mucho más simple definir por las carencias aquellas propiedades que caracterizan a un pobre, a saber: falta de empleo, falta de ingresos, falta de salud, falta de nutrición, falta de educación, falta de vivienda, falta de servicios, falta de protección social, falta de acceso a la tecnología, la persistencia de una alta mortalidad infantil y un escaso desarrollo físico e intelectual.

Por lo tanto, no es correcto decidir que una persona es pobre cuando su ingreso no alcanza a satisfacer el costo de la canasta familiar; y que es indigente cuando los recursos a los que accede no cubren ni siquiera sus necesidades alimenticias. En todo caso, estos dos valores son indicadores de pobreza absoluta e indigencia extrema.

Es evidente también que el concepto de pobreza no es único y tiene un valor relativo porque depende de cada país y, dentro de él, de las diferentes zonas geográficas. Porque ser pobre en EE.UU. puede significar carecer de un medio de movilidad. Y, en la Argentina, puede indicar que no se dispone de un lugar donde vivir sin morirse de frío en invierno y no descansar salubremente en ningún momento del día en pleno verano.

En última instancia, deja de ser pobre aquel que puede realizarse como ser humano en la sociedad que habita. Y esto no está determinado por el simple cómputo de factores numéricos, sino que surge del análisis de las necesidades insatisfechas de un determinado grupo social. De allí el requisito de definir, como se ha hecho, más descriptiva y detalladamente a la persona pobre.

El 23 de agosto de 2009, el obispo Esteban Hesayne dijo respecto de la pobreza en su habitual homilía: “Las ideologías de cualquier signo usan al pobre bajo el manto de combatir la pobreza. Acontece que quienes acumulan dinero temen a la pobreza porque se sienten inseguros en sus riquezas. Por otro lado, cuando se llega al poder con el afán de poder por sí mismo y no de servir, se usa a la pobreza para conquistar adeptos incondicionales con “dádivas’ a los más necesitados. En cambio, cuando la pobreza es asumida como virtud, dispone al corazón humano para la generosidad del amor solidario. Esto es verdad, pero se corre el riesgo de quedarse en una simple abstracción sobre la “pobreza’. Jesús nunca habló de la “pobreza’, pero sí de los pobres como personas humanas con nombre y apellido”. Y continuaba el obispo: “En la Argentina actual los pobres siguen postergados, excluidos. Y la exclusión es más que el olvido y la postergación porque constituye un agujero negro de la sociedad, del cual no se sale. El excluido social padece la misma violencia que los NN de las tumbas del horror, donde terminaron los “desaparecidos’ en la década de la violencia. Y no es ninguna exageración; si se quiere, la violencia que sufren los “excluidos’ de la sociedad es más cruel porque viven su propia exclusión proyectándola a sus familias”.

Forma parte de nuestras responsabilidades colectivas concentrar nuestros esfuerzos para que esta denuncia tan dura, en algún momento deje de reflejar la realidad de nuestra sociedad. (Continuará.)

El concepto de pobreza no es único y tiene un valor relativo porque depende de cada país y, dentro de él, de las diferentes zonas geográficas que lo constituyen.

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Deja de ser pobre aquel que puede realizarse como ser humano en la sociedad que habita. Y esto no está determinado por el simple cómputo de factores numéricos.