Los olvidadizos (II)

Obviamente quedaron cosas en el tintero, o en el teclado, cosas que me olvidé de incluir porque los olvidos ya son parte de mi vida y, no se hagan los Funes, también de las suyas. No me acuerdo sobre qué tengo que escribir pero hacia allá voy, renglones adelante, con la fe más o menos intacta.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Los olvidadizos (II)

La memoria, para mí es como una especie de haz de luz, como los faros de un auto. O bien yo tengo el auto cada vez peor o tengo luces veteranas o se me apagan los foquitos a cada rato. Hoy más bien utilizo balizas: me acuerdo a veces que me olvido a veces.

Pero tengo la sensación de que un tema tan vasto como el de la memoria y la desmemoria tiene varios capítulos, es inagotable. Incluso mucha gente, ustedes, lectores, mis chiquitos, debían llamarme para comentarme sus anécdotas, pero se olvidaron de hacerlo, miserablemente.

Hay gente, según se olvidó de comentarme César que no me llamó por este tema, que tiene estrategias para acordarse de cosas. Por ejemplo, está el hilito atado en el dedo, una tontería. Porque es absolutamente probable que no nos acordamos por qué nos pusimos un ridículo hilo (qué piola) en el dedo y porque de lo único que nos acordamos es que nos pusimos eso para no olvidarnos algo que nos olvidamos. Parece un juego de palabras, pero en realidad la acumulación de palabras trata de llenar un vacío.

Puede ocurrir que otros vean el hilo y, cancheros, te sobren y te pregunten qué cosa tenías que acordarte, con lo que el hilo es en realidad una herida en la que ellos, cretinos, memoriosos cretinos, hunden un filoso cuchillo y escarban. Escarben, nomás: ni ellos ni nosotros van a encontrar nada allí. Así es que he descartado para siempre la supuesta funcionalidad del hilo atado en el dedo.

He recurrido a las agendas que, como se sabe, intentan hacer prolijo nuestro futuro andar por la vida. Gente aplicada que anota, con segura confianza en que se sostendrá el universo y ellos mismos dentro del universo, con redondeada y clara y firme letra que el jueves veintitantos a las 10 se reunirán con menganito. ¡osados, soberbios, pequeños aprendices de dioses! Todos los días los cementerios reciben tipos que tienen agendas con reuniones anotadas para más adelante, así nomás se los digo.

Quiero decir que siempre tengo agendas pero anoto en enero, un poco en febrero, casi nada en marzo y después me contento con las cosas que puedo albergar en la agenda natural de mi cabeza, que tiene, como ya he descripto hasta el cansancio, no digamos pocas páginas: pocos renglones, directamente...

Las agendas, en definitiva, sólo me sirven para anotar cosas que están siendo o son, con suerte un poema al paso, un número de teléfono o un mail que me tiran. Pero nada de contribución para mi desmemoria estructural porque, saben, después me olvido de consultar la agenda y eso que no debía olvidarme queda literalmente olvidado, sepultado, nunca ocurrió, lo siento, lo siento y no lo siento más...

Las otras formas tecnológicas sólo cambian el formato del olvido. Que el celular haga de prepo pip pip por algo; o el despertador; o la compu, me da lo mismo: sólo tecnifican mi olvido.

Ya está: me saqué de encima ese algo ominoso que me queda después de un olvido. Es como una tormenta que se va armando y que no sabemos ni cuándo ni dónde largará su chubasco, su rayo, su frío súbito. Y después uno siente una especie de alivio. Ahora viene la primavera, puedo escribir de otras cosas y regalarle flores a mi mujer. Un ramito de nomeolvides, por ejemplo.