EDITORIAL

Intolerancia religiosa

Un pastor de Florida, EE.UU., anunció que para el aniversario del 11 S (Torres Gemelas) iba a quemar doscientos ejemplares del Corán. La noticia recorrió el mundo y políticos, intelectuales y religiosos expresaron su rechazo y condena a una iniciativa que fue calificada como “islamofóbica”. Las presiones fueron tan importantes que el pastor incendiario decidió suspender su decisión. Desde el presidente Obama hasta los centros islámicos moderados de Estados Unidos expresaron su satisfacción por lo ocurrido.

La movilización mundial fue un ejemplo de tolerancia política y religiosa. Así lo dijeron los principales protagonistas de lo sucedido. Ningún partido político democrático, ninguna Iglesia, dejó de expresar sus convicciones en contra del fanatismo religioso y la violencia en general. A la movilización se sumaron líderes islámicos de reconocida moderación, quienes no vacilaron en advertir que el extremismo del pastor bautista no hacía otra cosa que hacerle el juego a los terroristas que invocan el Islam para justificar sus actos.

Al respecto habría que decir que los principales líderes de Occidente han demostrado, una vez más, su vocación tolerante y pluralista. Los fanáticos y extremistas cristianos como eI pastor Terry Jones son minoritarios y carecen de posibilidades efectivas de transformarse en una corriente ideológica o política significativa que altere lo que para Occidente es un estilo de vida, y para EE.UU. en particular un compromiso con el mandato de sus padres fundadores.

Corresponde preguntarse entonces si del lado del Islam hay una conducta recíproca. Lamentablemente, y más allá de los gestos de buena voluntad de religiosos moderados, la tendencia dominante en los países donde el Islam es mayoritario no se corresponde con los valores de la tolerancia. No se trata de un puñado de fanáticos y alienados sino de decisiones que muchas veces son institucionales y están avaladas por Estados y gobiernos teocráticos.

En Arabia Saudita las religiones cristiana y judía están prohibidas. La Biblia y el Talmud están fuera de la ley. Cristianos y judíos en estos países no pueden celebrar sus cultos o tienen serias dificultades legales y políticas para hacerlo. En algunos países, las prohibiciones alcanzan a musulmanes que no comparten el credo oficial. Como síntesis, basta recordar que la condena a muerte del escritor Shalman Rushdie se mantiene y algo parecido ocurre con el caricaturista danés Kurt Westergaard.

Importa señalar estos ejemplos porque sería deseable que la misma movilización popular que se realizó en Occidente para condenar a un pastor extraviado y fanático, se active para condenar los habituales actos de fanatismo e intolerancia alentados no por minorías sino por Estados nacionales y líderes religiosos representativos.