A PROPÓSITO DE LA DISCUSIÓN SOBRE EL PROGRESISMO

Sobre el arte progre y sus karmas

Estanislao Giménez Corte

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1) La mejor manera de entender qué es el arte progre es, quizás, pensar en su formidable capacidad de expulsión, de negación, de estigmatización del “otro que no pertenece a”. El arte progre, en oposición a toda otra manifestación indigesta para su credo, dibuja una parábola o elipse extraña: parte de la ideología política; atraviesa el arte a secas -como un estadio, digamos, necesario-, y llega a la ideología política. En todo su trayecto, en ese arco, sólo importa una cosa: la representación más o menos indirecta de un fenómeno que está en otro lado: el uso de técnicas, soportes, tecnologías, destrezas, instrumentos, géneros, recursos y estilos para la defensa de algo exógeno: un ardid, una teoría, un espacio político.

2) El arte progre se sustenta en la exaltación de la política por el arte; y en la condena al “arte por el arte”, como un hecho simplemente estético. Para el arte progre, el ser humano, como animal político, no puede si no hacer política. Todo lo que hace “es” política. Pero el arte progre es incapaz de entender que alguien pudiese decidir que esa elección no sea “su” visión, postura, ideología- política.

3) El arte progre pretende creer que el arte puede modificar las conciencias y las acciones de la gente; el arte a secas es mucho más modesto: sólo va tras la belleza.

4) El arte progre denuesta todo aquello que observa como pretendidamente apolítico, o contrario a su visión de las cosas. Y entiende a esto merecedor de una sarta de adjetivos que pronuncian categóricamente, como una onomatopeya lanzada ante la aparición de lo demoníaco: así, desfilan en su diccionario los términos conservador, reaccionario, “derechoso”, fascistoide o filonazi. La aplicación de la categoría “facho” (ergo: fascista) es extraordinariamente amplia y se aplica, por oposición, justamente, a todo lo que no es progre. Es una lógica binaria increíblemente pobre. Así es. Pero, una vez más, veamos que estos adjetivos son adjetivos políticos; pocas veces la crítica se hace a la obra de arte, a la obra en sí. Se hace a una suerte de hermenéutica política, a la posición política, o a su falta. Aquí puede señalarse el famoso concepto de “artista comprometido”, pero el espacio es tirano. Se me dirá que el arte, que todo arte, es una consecuencia de una visión política, como en Berni.

5) El arte progre, porque se considera justamente “progresista”, nunca va a poder observar el enorme grado de conservadurismo, de discriminación y de miopía que hay filas adentro.

6) Para el arte progre, todo lo que no sea manifiestamente progre es una basura digna de náusea. Para los artistas progres, aquellos que no lo son, aquellos que no recitan el catecismo progre en cada ocasión que se les presenta, son dignos de señalamiento: se los califica como asquerosos mercenarios despreciables. Pero, una vez más, la condena es política.

7) En la Argentina, el arte progre “debe”, siempre, en todo momento, hacer alguna alusión a los santos paganos de la dictadura, a los inmolados por la causa. Hay una retórica del artista progre que escupe unas cuantas ideas-fuerza, redundantes, reiteradas, cansadamente.

8) Todo artista progre muerto de manera trágica es inmediatamente enviado al olimpo de los genios y los consagrados. Pero esa consagración, claro, nace en el compromiso político, no en el arte, y luego llega a ella. Por ello, es más importante para el progre que el artista sea “comprometido” que talentoso. Y todo artista, aunque fuese extraordinariamente talentoso, si no está comprometido, será negado, aborrecido, ignorado.

9) El pensamiento progre rinde culto a sus dioses paganos y los ama a la distancia, en tiempo y espacio. Éstos, convenientemente muertos, dan forma a una suerte de pequeña dialéctica de incluidos y excluidos. Para el arte progre, uno de esos dioses paganos es Rodolfo Walsh. Valioso escritor, militante corajudo, gran periodista, Walsh es la representación perfecta del pensamiento al que aludimos, su quintaesencia. Pero el problema no es Walsh, el problema son los acólitos de Walsh, para quienes el mundo comienza y termina en su nombre, y que, en su desmesurado elogio, cometen el escándalo de compararlo con Borges. Junto a Urondo, Gelman, y pocos más, conforman, para el arte progre, la historia de la literatura argentina, excluyendo alevosamente a unos e incorporando a otros sólo por pertenecer. De Borges sólo ven su almuerzo con Videla y la medalla de Pinochet, nada más; a Vargas Llosa lo detestan porque fue candidato a presidente de la derecha peruana y se reconoce como liberal. No pueden ver en él al enorme novelista. Y la lista podría seguir al infinito.

10) El arte progre “cuenta” exalta, relata, admira, difunde- una causa, una causa ideológico-política, una causa revolucionaria que siempre queda en el futuro o detrás de la línea del horizonte, y que en los casos en los que triunfó, se degradó en metamorfosis más o menos grotescas. El arte a secas puede apoyar una causa pero nunca, jamás, se limita a difundir partidismos, hombres de Estado. Y pretende aludir a la existencia total.