A cien años del nacimiento de Manuel Mujica Láinez

Susana Persello de Marconetti

Buenos Aires, 11 de septiembre de 1910 - La Cumbre, 21 de abril de 1984.

Fue un narrador argentino que combinó imaginación novelesca con datos históricos y el color local con el cosmopolitismo, desarrollando una serie de tramas de corte histórico. Nació en el seno de una familia patricia; por vía materna descendía de periodistas y escritores, e incluso su madre componía piezas de teatro que leía a sus amistades, de modo que creció en un medio en el que todo se conjugaba para facilitar su vocación por las letras. Se lo reconoce como uno de los máximos exponentes de la literatura argentina. Durante sus últimos 15 años vivió en su residencia El Paraíso de Cruz Chica, La Cumbre (Córdoba).

Un homenaje diferente

Busco algo original para rendirle homenaje a uno de los grandes narradores de nuestra literatura nacional, pero es difícil encontrar palabras que no se hayan dicho en semblanzas, biografías, reportajes, notas periodísticas o en libros de literatura del país o del exterior. Hay páginas de Internet en las que se puede leer variada información sobre su vida y obra, la más completa es la perteneciente a la Fundación Mujica Láinez.

Buscaré la originalidad por otro camino, y dentro del medio en que me he desenvuelto durante muchos años: la docencia.

Varias veces, mejor dicho muchas, he puesto en contacto a mis alumnos de diversas edades con textos de Manucho. Creo interesante compartir la experiencia áulica, aunque sé que lo que pueda contar apenas se aproxima a lo que siente el mediador cuando ve que logra cerrar el círculo autor-lector. Y para el autor -cuando llega a saberlo- debe ser tan importante como recibir el Nobel de Literatura. Por eso creo que este camino es el mejor homenaje a 100 años de su nacimiento.

Al conocer el sobrenombre del escritor, ya lo llamaron así y fue una forma de acercarlos, de acortar distancias. Manucho, como el Pancho, el Juani, la Gaby, el Leo del curso.

Elijo unos cuentos de Misteriosa Buenos Aires, entre ellos “El Hambre”, “El Hombrecito del Azulejo”, “La Adoración de los reyes Magos”. Estos tres tuvieron gran aceptación. Me referiré a la experiencia de lectura de uno de ellos.

“El Hambre”

Tercer año de una escuela media, tema a desarrollar: literatura latinoamericana, crónicas de la conquista. Luego de investigar sobre cronistas y crónicas de la conquista y colonización, despierta especial interés la de Ulrico Schmidl, que relató con lenguaje propio del siglo XVI, el episodio en que durante la primera fundación de Buenos Aires Don Pedro de Mendoza fracasa ante el ataque de los indios. Con la empalizada de la ciudad quemada, sin las embarcaciones ni víveres, él agonizando y sus hombres famélicos, fue el principio y fin de su empresa fundacional. Allí se conoce un caso de antropofagia.

Este hecho cautiva a los adolescentes. Esa rica historia revelada en la crónica del alemán es el intertexto tomado por Manucho que crea el primer cuento de Misteriosa Buenos Aires, al que titula “El Hambre”. Con la motivación necesaria, aceptan la propuesta de trabajar ese cuento, a regañadientes, porque “es largo”. La tarea era leerlo en casa y luego comentarlo en el aula. Por supuesto que la intención fracasó y la lectura fue directamente en el aula y con la voz de la profesora. Llevó su tiempo introducirlos en el contexto histórico, social y lingüístico. Un comienzo desordenado por las interrupciones, aclaraciones necesarias y comprensibles por el vocabulario poco usual y la proliferación de imágenes y metáforas muy elaboradas... “Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles apostados cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes...”, hasta que comienza a tomar cuerpo la historia en esas mentes dispersas, y del murmullo se pasa al silencio. “... Y cuando no son los gritos de los sitiadores o los lamentos de Mendoza, ahí está el angustiado implorar de los que roe el hambre, y cuya queja crece a modo de marea, debajo de las otras voces, del golpear de las ráfagas, del tiroteo espaciado de los arcabuces, del crujir y derrumbarse de las construcciones ardientes”.

Levanto la vista con la sospecha de que se están durmiendo. Miradas expectantes me dan la respuesta, ni una pregunta más, la lectura sigue hasta el final... “El ballestero lanza un grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera apretando la garganta más y más”. Antes del punto final, vuelvo por segundos a observarlos, los ojos tan abiertos como los del personaje que corría barranca abajo; respeté el silencio siguiente que duró unos minutos. Hasta que empezó el murmullo.

Una crítica literaria de varias páginas, no podría describir ni expresar el efecto inmediato de la lectura de semejante relato, complejo, intrincado, truculento, antiguo, que llega con tanta intensidad a un adolescente de esta época. Comentarios esperados y de un lenguaje muy acotado como “qué bueno”, “bárbaro”, “recopado”, dan pie a que, con mesura y sin atosigamiento se pueda iniciar un análisis guiado, explorar más el propio texto, valorar al autor que interpela al lector y provoca efectos, desde la conmoción hasta el rechazo o el cuestionamiento de las situaciones planteadas entre los personajes. Disfruto, y pienso cómo disfrutaría Manucho si estuviera en medio de ese vocerío que desmenuza su cuento, lo desarma y lo arma, lo hace derivar hacia lo más inesperado. Llegamos a elaborar algunas reflexiones interesantes, anduvimos por la historia, la geografía, la crónica policial, la filosofía, la religión.

Gracias Maestro

¿Sabe una cosa Manucho?, uno de los chicos tenía un anillo con un escarabajo, otro tenía un sombrero con una pluma, una chica llevaba una cadena de la que colgaba un loro. Salvando las distancias por la calidad de los objetos de gusto común -los suyos eran joyas, trofeos o piezas de colección-, podríamos afirmar que los duendes, habitantes habituales de sus relatos, saltaban entre nosotros, estaban en el medio jugando, haciendo travesuras y confundiéndonos en el tiempo de todos, hasta creí verlo a Ud. entreabriendo la puerta del aula, elevando su monóculo hacia el ojo derecho e insinuando una sonrisa de satisfacción.

Gracias Maestro Mujica Láinez. Gracias por su talento, su fina escritura, por su respeto por la lengua, su delicadeza, por el equilibrado manejo de los recursos literarios. Y definitivamente gracias por demostrarnos que la buena literatura no admite rótulos, parámetros, encasillamientos. La buena literatura franquea brechas generacionales, ideológicas o religiosas. Simplemente las buenas obras llegan al lector y se quedan con él.

Una crítica literaria de varias páginas no podría describir ni expresar el efecto inmediato de la lectura de un relato complejo, intrincado, que llega con tanta intensidad a un adolescente de esta época.