Buenos hábitos frente al sol

1.jpg

El sol es un factor importante que puede desencadenar el cáncer de piel.

 

Las primeras exposiciones al sol de la primavera también tienen que ser con protectores solares adecuados a nuestro tipo de piel, de manera de evitar enfermarnos. No tenemos que olvidarnos de tomar agua, un nutriente esencial para el organismo.

TEXTOS. REVISTA NOSOTROS. FOTO. EL LITORAL.

Cuando empiezan los primeros días cálidos de la primavera, muchas personas comienzan a tomar sol de manera de broncearse gradualmente y estar con buen tono en la piel para el verano.

A pesar de lo que muchos piensan, siempre que vayamos a estar expuestos a las radiaciones del sol -que incluyen rayos ultravioletas A (UVA) y B (UVB)- tenemos que usar protectores solares, sin importar la época del año que estemos transitando.

Se trata de productos cosméticos que tienen la propiedad de disminuir la acción perjudicial de los rayos solares en la piel, fundamentalmente el cáncer de piel. Según el Servicio de Dermatología del hospital Iturraspe de nuestra ciudad, “el sol es un factor desencadenante importante del cáncer de piel, que representa el 4% de todos los cánceres y el 1,4% de muertes por cáncer”.

Ocurre que los UVB son los responsables del enrojecimiento (eritema) de la piel y aumentan en intensidad en ciertas épocas del año, como la primavera y el verano y en horas cercanas al mediodía. En cambio, los UVA son estables todo el día y durante todo el año y su efecto es menos visible pero no menos dañino. Ambos participan en la producción a largo plazo de envejecimiento cutáneo y de la mayoría de los cánceres de piel.

En este punto, cabe aclarar que el cáncer de piel no necesariamente se da por exposición al sol, ya que hay casos en zonas no expuestas como la planta del pie o en lunares que cambian su fisonomía por una cuestión genética. Además, el 50% del cáncer de piel sale de piel sana y no siempre salen de los lunares.

DETECCIÓN PRECOZ

Por este motivo, se aconseja el diagnóstico precoz del cáncer de piel, ya que permite un tratamiento efectivo y su curación. Para esto podemos -en primer lugar- hacernos un autoexamen de la piel, ya que se trata del órgano del cuerpo humano más fácil de examinar y cuidarla es, en parte, nuestra responsabilidad para mantenernos saludables.

El autoexamen no lleva más de 10 minutos y consiste en estar atentos a encontrar cualquier cambio de coloración, textura, elevación o depresión en la piel. Normalmente, las personas poseen numerosos lunares. Ellos pueden haberse desarrollado en la niñez, adolescencia o en la edad adulta; algunos son de nacimiento. Por eso, conocerlos y seguir su evolución es importante. Cualquier cambio puede ser un signo de alarma. Por eso debemos consultar el médico dermatólogo antes de comenzar a exponernos al sol.

Asimismo, debemos tener en cuenta ciertas precauciones esenciales durante la exposición solar, tal como sugiere la Sociedad Argentina de Dermatología:

- Elija y busque la sombra: debajo de un árbol, techo, sombrilla o carpa.

- Use ropa y accesorios adecuados para protegerse: gorro o sombrero de ala ancha, ropa de trama apretada (con mangas), anteojos de sol con filtros para radiación ultravioleta.

- Aplique abundante cantidad de protector solar, que proteja contra UVB-UVA, con factor de protección solar 15 o mayor; para pieles muy sensibles (muy claras, que siempre enrojecen y nunca se broncean) o exposiciones solares intensas o en la altura, el FPS mínimo recomendado es 30. Cubra toda la piel expuesta. La aplicación debe ser previa a la exposición y renovarla cada 2 horas.

- No exponer al sol, sea en forma directa o indirecta, a los niños menores de 1 año. Ante exposiciones ocasionales, a partir de los 6 meses de vida se pueden emplear protectores solares.

- Evite la exposición directa al sol desde las 10 de la mañana a las 4 de la tarde, cuando los rayos ultravioleta son más intensos.

- Recuerde que las nubes dejan pasar el sol. La arena, el agua y la nieve reflejan los rayos y aumentan su acción.

Agua, clave

El agua en la dieta-alimentación tiene una importancia extraordinaria, hasta el punto que debe adquirir consideración como un nutriente más. Una persona puede llegar a sobrevivir 50-60 días sin ingerir alimentos pero tan sólo 3-7 días sometida a una restricción absoluta de agua.

Las funciones que cumple el agua son múltiples en nuestro organismo, como disolver los líquidos corporales (sangre, linfa, secreciones, orina, heces), transportar nutrientes al interior de las células, facilitando su disolución y digestión; producir el desarrollo y metabolismo de las células; eliminar los productos de deshecho de las células; mantener la temperatura corporal a través de mecanismos como la evaporación-sudoración; y lubricar articulaciones y otros tejidos.

Las necesidades de agua son variables para cada persona, en función de la actividad que realice, las condiciones ambientales, el tipo de alimentación que lleve adelante, de los hábitos tóxicos que tenga (como el consumo de alcohol) y de los problemas de salud que padezca. También depende de la edad, la temperatura ambiente, las funciones renal y digestiva o el consumo de fármacos.