Certero golpe contra las Farc

 

Las declaraciones del presidente de Ecuador, Rafael Correa, omitiendo cualquier consideración sobre la guerrilla y la muerte de uno de sus máximos líderes -Rafael Briceño, alias Jojoy- y ponderando las virtudes de la paz y los beneficios del diálogo, son la prueba más manifiesta de que las Farc como organización política están heridas de muerte.

Dos años antes, cuando otro jefe guerrillero fue muerto por el ejército de Colombia, Correa puso el grito en el cielo y protestó porque supuestamente las tropas colombianas habían invadido su territorio nacional y, por supuesto, en esos momentos no dio ninguna respuesta convincente al hecho cierto de que, para las Farc, Ecuador, como Colombia, eran una suerte de santuario donde los guerrilleros podían hallar refugio y consuelo a sus males políticos.

Hoy, Correa, tratan de tomar distancia de las Farc porque han arribado a la conclusión de que esta organización calificada como narcoterrorista inició su cuenta regresiva y la muerte de Briceño no ha hecho otra cosa que precipitar el inexorable final. Maestros en el arte del doble discurso y la simulación oportunista, tanto Correa como Chávez han percibido que ya no produce réditos políticos estar al lado de las Farc y lentamente han ido tomando distancia.

La muerte de Briceño debe inscribirse precisamente en el contexto del retroceso político y militar de esta guerrilla, expresada en la muerte de Raúl Reyes, Iván Ríos y el propio Tiro Fijo, el mítico comandante histórico de una guerrilla que en algún momento fue calificada como la más poderosa y extendida de América Latina. En los últimos meses las deserciones están a la orden del día y, si bien mantienen todavía el control de un pequeño territorio, están cada vez más aislados y sin margen político para elaborar otra estrategia que no sea la rendición o alguna variante parecida de negociación.

Objetivamente, hay que decir que las Farc nunca estuvieron en condiciones de tomar el poder en Colombia, pero sí fueron capaces de controlar territorios y aprovechar la corrupción de su clase dirigente para ganar espacios políticos. Gobernantes liberales y conservadores intentaron buscar algún entendimiento con la guerrilla y hasta se le llegó a otorgar una franja del territorio nacional, concesión que los guerrilleros interpretaron no como un acto generoso en busca de futuros entendimientos, sino como una debilidad.

Por último, corresponde señalar que el artífice de esta victoria es el ex presidente Álvaro Uribe, el mandatario que decidió poner punto final a las negociaciones sin destino para encarar una estrategia ofensiva. La batalla no fue sencilla y los resultados no se dieron a conocer de un día para el otro, pero lo cierto es que el actual optimismo que hoy reina entre la clase dirigente colombiana y la mayoría de la opinión pública proviene de aquella estrategia que en aparente soledad política inició Álvaro Uribe.