EDITORIAL

Vargas Llosa, las letras y la política

El Premio Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa parece contradecir el lugar común que sostenía que la Academia Sueca entregaba ese premio a los representantes del pensamiento políticamente correcto. En el caso que nos ocupa, esa tradición se ha roto porque desde hace años Vargas Llosa expresa precisamente lo contrario. En rigor se trata de un escritor identificado en sus años jóvenes con el Partido Comunista pero que hoy sustenta en el plano político ideas contrapuestas a la de un izquierdismo bien cotizado cuyos representantes paradigmáticos bien pueden ser Pablo Neruda y Gabriel García Márquez.

Hay un largo debate acerca de si el Premio Nobel evalúa la calidad literaria o la imagen pública del escritor. En las últimas décadas, los criterios políticos han tenido insoslayable incidencia en la premiaciones literarias. Se sabe -no con certeza pero sí con firme presunción- que Jorge Luis Borges no recibió esta distinción por haber apoyado a Pinochet y a la Junta Militar argentina, lo que motivó que uno de los mejores escritores del siglo veinte no recibiera el Nobel.

Más de una vez se ha dicho que esta distinción carece de validez porque se otorga atendiendo más a consideraciones políticas o diplomáticas que a las estrictamente literarias. La resistencia a una dictadura, la defensa de los derechos humanos o los derechos de las mujeres han sido consideraciones que a menudo pesaron más que el valor de la escritura. Puede que la afirmación sea exagerada, y en nombre de la ecuanimidad debería decirse que en esa lista no están todos los que son ni son todos los que están.

En este caso, el reconocimiento al autor de “Conversación en la catedral” es merecido por partida triple: por la calidad de su obra narrativa -que como toda obra tiene sus picos y hondonadas-, porque se trata de un escritor que se ha volcado apasionadamente a vivir su oficio y, también, porque es un hombre que en la vieja tradición del intelectual sartreano siempre se comprometió políticamente y nunca dejó de opinar sobre los grandes dilemas que afectan a la humanidad.

Lo que se debe destacar de Vargas Llosa es que en tiempos en que el mundo literario estaba dominado por una hegemonía izquierdista tan frívola como facciosa, él salió a la palestra a impugnar las verdades oficiales en un tiempo donde se contaban con los dedos de la mano los intelectuales que se atrevían ello.

Él fue uno de los primeros en romper relaciones con la dictadura castrista y uno de los escritores que con más originalidad y agudeza puso en evidencia los lugares comunes de una izquierda autoritaria y dogmática. Su adhesión al liberalismo puede se opinable -como lo son todas las adhesiones ideológicas- pero hay que admitir que lo hace con sinceridad y coraje. También convendría destacar que más que un liberalismo justificador de ciertas dominaciones, el suyo fue y es un liberalismo humanista que coloca en el centro del debate los valores de la vida y la libertad.