/// el rincón de la lij (*)

El canon

María Luisa Miretti

El canon, como conjunto de obras consideradas “modelos o referentes idóneos”, requiere una lectura atenta del corpus elegido, para conocer la intencionalidad y la ideología subyacentes, con el fin de evitar equívocos.

Como dijéramos en otra ocasión, a la hora de decidir un texto, quedan afuera títulos y autores que no son malos, pero la elección exige delimitar y ahí se plantean las encrucijadas. Muchas veces, la inseguridad o el escaso repertorio de lecturas obliga a repetir autores porque dan tranquilidad o de antemano se sabe que se los abordará sin inconvenientes, en todas las edades, situaciones y ámbitos.

El canon de la LIJ no obstante, es uno de los más vapuleados y a los que siempre se acude para recortar, adaptar o reciclar, bajo el amparo del potencial destinatario. El canon (norma, dogma) es sinónimo de garantía, por lo tanto muchos temen alejarse y probar nuevas voces, sin pensar los efectos nocivos posteriores de una decisión que determina la formación del lector/a.

Hubo épocas en las que los gobiernos de turno imponían las lecturas según el modelo que deseaban transmitir y aplicar. Hoy, superadas las censuras y los listados exigidos, asistimos a un abanico de voces nuevas, que bien pueden entremezclarse con los clásicos, los curriculares y oficiales, evitando caer en las trampas del mercado, que persigue otros fines.

En tal sentido, y sin el ánimo de imponer, acercamos algunas opciones, a modo de “sugerencias para ampliar el canon personal”: “El topito Birolo y de todo lo que pudo haberle caído en la cabeza”, de Holzwarth y Erlbruch; “Lobo”, de Douzou; “Babú”, de Berocay; “Todos los soles mienten”, de Valentino; “Diciembre súper álbum”, de Bodoc; “Cabo fantasma”, de Méndez; “Sangre negra”, de González; entre otros títulos que deben quedar afuera como en toda decisión personal-, sin por ello ser malos textos.

(*) literatura infanto juvenil