La búsqueda atávica del abismo

Por Rolando Costa Picazo

 

“Eureka” está dividido en 16 capítulos, en el que Poe utiliza toda su vasta información. Hay referencias a Leibniz, Kepler, Laplace. No se trata de un trabajo científico, sino de una obra especulativa acerca de la existencia, el universo y su origen. “Quiero que, después de que yo haya muerto, se lo juzgue como un poema”, dice en el prefacio. Es una proyección imaginativa a partir del conocimiento del mundo, un esqueleto poético en el que Poe cuelga informaciones científicas y especulaciones. Sus tres temas son: 1. la creación del universo, o cómo se originó la materia; 2. la naturaleza de la materia, o qué es la materia; 3. la finalidad del mundo natural, o hacia dónde va. El preámbulo es un ataque a la lógica inductiva y utilitaria de Aristóteles y Bacon, que no valora la hipótesis como medio de investigación, y que sólo admite los hechos, la información que proporcionan los sentidos. Poe parte de una hipótesis imposible de demostrar, pero igualmente imposible de refutar: el universo se originó en la Unidad de Dios y tiende a regresar a ella. Esta Unidad original era perfecta: la materia en su estado de mayor simplicidad. De ella irradiaron átomos que fueron multiplicándose por difusión. Todo anhela a regresar a la unidad original, como lo demuestran el magnetismo y la ley de gravedad. Los átomos están en una relación permanente de atracción y repulsión, contracción y expansión. La materia existe como expresión de estas fuerzas —gravitación o atracción, electricidad o repulsión—, y tiende a volver a la unidad: de ahí su tendencia a la aniquilación.

De esto se desprende que la unidad es lo normal; la pluralidad, lo anormal. La muerte es la vuelta a la unidad, que restaura la totalidad del ser con la que iniciamos nuestra existencia. La vida es un adentrarse en el caos, una enfermedad. Todos los seres orgánicos e inorgánicos desean su propia destrucción. El mundo vive en un estado de colapso progresivo. En términos psicológicos, el diablillo de la perversidad (que da su título a un cuento de Poe) es el impulso a la autodestrucción, Thanatos, el deseo de muerte de Freud. Se relaciona con el abismo y la caída, como se ve en el relato “El demonio de la perversidad”. Poe lo describe como un acto de perversidad que comete el hombre, un acto gratuito que, en el fondo, esconde el deseo de muerte. El que mata sabe que deberá pagar su culpa: mata para ser destruido, como dice el narrador de “El gato negro”.

La muerte es el camino a la perfección. Todas las formas de escape del mundo y de la vida son positivas: el sueño, el alcohol, las drogas, la catalepsia, la hipnosis. Poe con frecuencia describe el momento, entre la vigilia y el sueño profundo, llamado estado “hipnagógico”. Muchos de sus cuentos pueden interpretarse como alegorías de la pérdida del conocimiento, el sumergirse en el sueño. El arte es un atisbo de la eternidad, un contacto con la vida eterna.

El abismo, decimos, es el descenso a la unidad, el acceso al origen. Muchos de los relatos de Poe tienen que ver con esta búsqueda atávica. El narrador de “Manuscrito hallado en una botella” viaja por barco desde Java hasta las islas de la Sonda, cuando es sorprendido por una tempestad que hace naufragar el barco y lo deja, junto con un viejo marino sueco, a bordo del casco a la deriva, a merced de las olas. Durante cinco días son arrastrados hacia el sur, a una zona de profunda oscuridad. En medio de las olas gigantescas, el narrador y el anciano sueco ven un enorme precipicio, y en el borde un barco inmenso que se les viene encima. Hay un choque (igual que sucede en “The Narrative of Arthur Gordon Pym”) que arroja al nadador al borde de la nueva y extraña embarcación. Se oculta en la bodega, igual que Pym. Pero el escondite resulta innecesario, pues la tripulación no nota su presencia. El barco es arrastrado por una corriente hacia el polo. Al acercarse, es otra vez rodeado por la oscuridad de la noche eterna y por aguas sin espuma. Se evoca así el descenso al abismo, la vuelta a la unidad. Igual que en Pym, se sugiere la presencia de una catarata. A pesar del terror que siente, el narrador es presa de la curiosidad de saber qué hay más allá. El abismo adopta las formas del vórtice y el remolino, o del maelström, como se ve en el cuento “Un descenso al maelström”.

Hace notar Daniel Hoffman que el remolino “es la atracción de la autodestrucción, la caída en el precipicio hacia la cual nos conduce el diablillo de la perversidad” (Hoffman, p. 173). En “La caída de la casa de Usher” también hay un remolino, lo mismo que en “The Narrative of Arthur Gordon Pym”.

El abismo aparece asimismo en el grotesco “Hans Pfaal”, relato de 1835 que narra el ascenso a la luna, como contrapunto burlesco del descenso al abismo. Hay una inversión de los términos. Hans sube, y al subir, desciende. El globo lo lleva a sobrevolar el Polo Norte. Al acercarse, ve a lo lejos que, debido a la convexidad del océano, las aguas se precipitan con violenta rapidez —como una enorme catarata— en el abismo del horizonte. Otra vez, el abismo representa el límite del descubrimiento humano: más allá no es posible llegar, por lo menos con vida.

La escritura tampoco llega. La obra literaria es un esfuerzo por conectarse con la Unidad original. En “Manuscrito hallado en una botella”, la búsqueda del secreto jamás impartido está relacionada con la escritura. El narrador se ha procurado materiales para escribir, y el relato por momentos toma la forma de un diario. Tiene la intención de meter el manuscrito en una botella y arrojarla al mar. Cuando el barco llega al abismo, es catapultado hacia un remolino gigantesco, y el manuscrito se interrumpe justo en ese momento: la escritura no puede acceder al secreto.

Mientras escribe “Eureka”, Poe produce dos de sus poemas más célebres (después de “The Raven”), “Ulalume” y “The Bells”, poemas en que prevalece el elemento auditivo y hay un intento de aproximar la poesía a la música. No obstante, éste es un período negro en su vida, en que no le queda demasiada energía para crear.

(Fragmento de la Introducción a “Cuentos completos”, de Edgar Allan Poe. Op. cit.).

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“Viajero junto al mar de niebla”, de Caspar David Friedrich.