Cinco páginas de “Desalmadas”

Por María Martoccia

“Desalmadas” es la última novela de María Martoccia, autora de la también notable “Los oficios” y de los cuentos de “Caravana”. Entre sierras de piedras filosas y poblados de comadres pinchudas, “Desalmadas” erige una región que podría inaugurar (junto con las otras novelas de Martoccia) un nuevo y desquiciado costumbrismo vernáculo, en el que las magias, el esoterismo chanta y la locura llevan tanto a la risa como al estremecimiento.

A los pocos minutos, vuelve Luisa y mira con fastidio la silla vacía en donde hace apenas un rato estaba sentada Marta. Ya confirmó que la hermana postrada duerme. Se acerca a la jaula. Siempre tuvieron pájaros, pero no recuerda a ninguno que haya vivido tanto como éste. “Bandido, debe andar cerca de los trece años”, piensa. El canario tuerce su cabecita minúscula y la mira. Junto a la hoja de lechuga hay dos plumas descoloridas y el piso está salpicado por el excremento del pájaro. A Luisa, de repente, le dan ganas de abrir la puerta de la jaula y dejar que el pájaro vuele. Son unas ganas alocadas, febriles, que duran apenas unos minutos. La mayoría de las veces que contempla animalitos enjaulados le pasa eso, le dan ganas de soltarlos. “Bandido, ¡vos y yo somos viejos hace tanto!”, exclama y levanta el tubo del teléfono:

—Ernestito, sí, soy yo, la tía Luisa...

—No, no pasó nada. Tu madre está lo más bien... Ayer vino la peluquera y le hizo ese peinado que a ella le gusta tanto.

—Sí, está pasado de moda... Es un batido de los sesenta, de cuando vos naciste. Pero ¿qué importa? Si ella no sale...

—Sí, sí, se mira la cabeza y las manos y siempre quiere saber si está bien arreglada, vieras qué bien combina los colores. El otro día quiso ponerse un pañuelo celeste con una camisa violeta... Como se usa ahora.

—¿Quién te dijo eso...? El crápula de tu hermano habrá sido... Si vos hace como seis meses que no te aparecés.

—¡¿Qué está todo el día con los ojos fijos en el techo?! Nada que ver. Está en la cama. Pero eso no quiere decir que no sepa la ropa que tiene puesta o que quiera estar hecha una piojosa... A la mañana temprano es cuando mejor está. Claro, entiendo, ninguno de ustedes puede venir a esa hora...

—Es más. Por las mañanas escucha un programa de Radio Continental. Y si vieras los comentarios que hace. Una persona joven no diría las cosas que ella piensa sobre la política... El otro día me dijo, te juro: “El diputado Moreau es el que mejor habla gramaticalmente... Jamás se equivoca un tiempo de verbo. Es el único que usa bien el potencial”.

—Y bueno, es lo que te estoy diciendo. Ya sé que fue maestra de Lengua. Por eso se fija. Se ve que no se olvida... Si estuviera perdida; como ustedes dicen, se habría olvidado también de las conjugaciones...

—Y, sí. Es así. Para olvidarse algo, uno tiene que haberlo sabido en algún momento, ¿no?

—No, eso no te lo voy a negar. Si vieras lo difícil que es darle de comer... Hay que abrirle la boca con las dos manos, y tiene una fuerza... parece que le estuviera abriendo la boca a una fiera del zoológico...

—No, no fue para tanto... Me cobró solo el peinado, y eso que se lo había lavado y puesto crema de enjuague.

—Sí, entiendo que tenés unos gastos enormes... ¿La quinta? ¿Qué quinta? ¿Te compraste una quinta nueva? Bueno, pero eso te pasa por tener tantos hijos...

—Sí, ya me estaba olvidando de para qué te había llamado.... Después la cuenta es un choclo, tenés razón.

—Eso, hacé como siempre: los lunes jugás la fecha de mi cumpleaños, 7 del 11, y el jueves la fecha de la muerte del abuelo...

—El día que figura en la lápida. No como la otra vez que jugaste la fecha del día que murió realmente... Acordate que en la marmolería la grabaron mal y la dejamos así porque era mucho gasto cambiarla.

—Veinte de diciembre, sí.

—No, ahora es por otra cosa, nada de apuro. Pero que me gustaría que estés al tanto... Si vinieras por aquí podría hablarte mejor, con más tiempo, y no te parecería tan descabellado... Vas a pensar que me la quiero sacar de encima...

—Sí, sí, quería hablarte de Marta... Viste que ella es tan especial... Ahora anda menos chupacirios... Será por la edad, lo que te voy a contar...

—Las desilusiones también, sí... Uno también puede desilusionarse de la fe. Sí, ¿por qué no?

—Bueno, quería decirte...

—Sí, ella es menor que yo. Tres años, pero viste que en la vejez cuenta lo que comiste y cómo te cuidaste. Y en eso a mí no me gana nadie. No tomo azúcar hace años, como poca carne. En fin, en lo que puedo, me cuido.

—¿Marta? Vive comiendo porquerías... Se llena de pan antes de almorzar y gasta un dineral en los kioscos... Como una nena.

—Es cierto. Será que me ve a mí. Ahora se cuida un poco más...

—Y cuando visitaba las villas era peor. ¿Te acordás que le había dado por eso? Por la ayuda social. Y le agarraban pataletas al hígado todo el tiempo... La invitaban con cada cosa...

—Un gusto de vez en cuando me doy, claro... Mi vasito de jerez los domingos no me lo pierdo... Y un poco de jamón crudo, tampoco. Pero del bueno.

—Ah, ¿tenés el colesterol alto? No sabía. ¿A quién habrás salido en eso? A tu padre, seguro...

—¿Marta qué? ¿Qué pasa con Marta...?

—Ah, si te llamé para hablarte de Marta. Es verdad, nene...

—Quería avisarte... No es para que te alarmes, ni para que llames a tu hermano, que es un exagerado y enseguida se le ocurre alguna locura...

—Sí, sí, ya sé. Pero no voy a pedirte nada... A propósito, antes de que me olvide, el otro día vi que te nombraban en el diario... Decía: “El arquitecto Losada del Ministerio de...” ¿No trabajabas en un estudio privado...? Yo siempre creí...

—Te entiendo... Pero igual necesito decírtelo... Sos mi sobrino preferido. A vos te dejo los cubiertos de plata, eso ya lo sabés, ¿no?

—No, no me agradezcas nada. Si no confío en vos, ¿en quién voy a confiar?

—Es que Marta está empezando a perderse... No es algo que se vea enseguida, y tampoco te digo que la vamos a encontrar en una plaza sin saber quién... Pero le da por decir cosas raras... Se pone agresiva por cualquier cosa.

—Y, uno se da cuenta de cómo avanza la enfermedad si vive con la persona... Como todo. ¿Vos dirías que el señor Arévalo es alcohólico?

—Mi vecino, el del cuarto piso. Ese hombre tan correcto, siempre tan bien vestido, que saluda a todos con una sonrisa...

—Ya sé que no lo conocés. Eso es lo que digo: que para saber si alguien está enfermo hay que vivir con la persona...

—No. Todo el tiempo no. Marta a veces está lo más bien. Pero de repente te sale con un martes trece y una se queda...

—Ya sé que todo el mundo sale de vez en cuando con un disparate, pero acordate lo que te digo: en poco tiempo tenemos que empezar a cuidar a Marta... Y es bueno que sepas que yo no puedo...

—Un roble sí... Tengo buena salud, no te lo voy a negar, pero los robles también se caen...

—No es adelantarme. Es pensar las cosas para que no la tomen a una por sorpresa. Viste que es difícil que los hermanos se mueran en el orden que nacieron...

(De “Desalmadas”, de María Martoccia. La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010).

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“El estanque viejo” (detalle), de Fernando Fader.