Hay que levantarse

Hay gente que realmente sufre el hecho de tener que levantarse temprano, bañarse, cambiarse y salir a la calle a enfrentar estudios, trabajos, personas. Uno les ve el sufrimiento, por lo menos en ese primer momento. Vamos a ponerle pila, hermano, porque nos dormimos.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

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Yo no me encontré con mucha gente que, así, de una, rotunda y jolgoriosamente me diga que adora levantarse temprano. Por lo general, son más quienes militan en la escuadra contraria, los que aborrecen levantarse temprano -independientemente de que deben hacerlo- y lo manifiestan en su cara, en su parquedad, en su gesto hosco, que con suerte se irá suavizando o no con el correr de las horas...

Ana, por ejemplo, una mina de insobornable buena onda, positiva y prafrenchi (bueno, no me hagan aclarar, tómenlo así, porque si tengo que frenar cada dos palabras no levantamos más...) confesó con el alma en la mano que odia -y odiar es una palabra rotunda, importante, pesada- levantarse, siempre lo odió y siempre lo odiará, más allá de que el laburo y los hijos la conminan, sin amabilidad alguna y sin posibilidad de pataleo, a hacerlo. La vaga odia levantarse, así de sencillo.

Tengo el caso de Fabián, a quien cruzo todas las mañanas. Me mira y me saluda, sin concesiones. En su cara está reflejado indisimulablemente el drama existencial de la vida. No sólo debe levantarse, sino que debe enfrentar este mundo de miércoles, parece decir esa cara. Y yo siento unas ganas solidarias de abrazarlo en silencio y darle un mínimo consuelo, un calor y una protección que evidentemente ese tipo dejó “para siempre” cuando se despegó de las sábanas. Cuando alguna vez le comenté sobre la impresión que me daba esa cara doliente suya de la primera mañana, él me dijo con una sonrisa que “después se me pasa”.

Es decir: hay gente que sufre la mañana.

Después tenés una enorme mayoría -estoy en ese grupo- que puede tener una aprensión o un sufrimiento momentáneo cuando suena el despertador, un rezongo, un reniego, pero luego igualmente encara las cosas cotidianas y esa impostura que somos cuando salimos hacia los demás.

Y después tenés a los coyunturales, esto es, tipos y tipas que alguna vez a lo largo del año les pinta no querer levantarse, no tener ganas de hacerlo, a contrapelo de lo que hacen siempre.

Dicen que los humanos, animales al fin y al cabo, se acostumbran o se adaptan y con el correr de las horas, de los días y de los años van cambiando ese horror inicial de encarar temprano la jornada por una cara más amable y hasta con un posterior disfrute.

También sabemos de tipos que son esencialmente diurnos y que arrancan sin esfuerzo con la primera luz del día o antes y, como los animales y los pájaros, buscan el sueño reparador ni bien cae el sol. En el campo, en los pueblos, todavía se ve mucho esta cuestión. Tenés otros que son noctámbulos. La vida compleja y rica de matices que ofrece una ciudad, con atractivos a toda hora, corrió las horas de sueño y hay muchos que se manejan mejor (hay otros que no manejan mejor nunca; manejan peor) de noche. Esa gente ya ha organizado su vida para conocer las primeras horas del día sólo cuando están volviendo. Cuando la ciudad arranca ellos están de vuelta, literalmente.

Esta nota, como se ve, no tiene colofón ni calefón, no propone nada, no da ninguna receta. Se atiene a describir, nomás, jodidamente, que por lo menos Ana y Fabián, y ocasionalmente o secretamente vos y yo, odiamos levantarnos temprano, odiamos enfrentar el día, la gente, las obligaciones, la compostura, la vestimenta y el maquillaje con que enfrentamos a los otros y todo lo demás...

Tipos que son más maduros que los que naturalmente se levantan con ánimo positivo. Porque en este caso implica un esfuerzo, realmente, para sobreponerse al desgarro inicial de dejar de ser profunda y esencialmente uno para ser progresivamente otro en los otros y de los otros. Quiero decirte, querido Nestitor, que más vale que te levantes de una vez y dejes de escribir pavadas porque allá afuera te espera un montón de gente y actividades que no tienen por qué aguantar tu reverenda cara inicial de culo. Te lo dije.