llegan cartas

La vida y el rescate de los mineros

Pbro. Alejandro C. Bovero.

Señores directores: Cuando lo que se defiende, se promueve o se rescata es la vida, allí estamos todos, allí descubrimos todos el milagro y la grandeza que encierra ese dato tan elemental y cotidiano como es el vivir. Así lo ha mostrado una vez más el ejemplo de nuestros hermanos chilenos que, sepultados en la montaña, hicieron vibrar y llorar al mundo cuando, desde esa especie de sepulcro sellado, hicieron llegar la buena nueva: “Estamos los treinta y tres vivos”. Casi una resurrección. Desde entonces lo fatal se convirtió en júbilo y esperanza. Había que rescatarlos. Y allí estuvimos todos. Con nuestros deseos y anhelos, con nuestras plegarias y alientos, con nuestra expectativa de querer saber qué estaba ocurriendo y qué noticias había. Sólo imaginar el encuentro de una esposa con su esposo, el abrazo de una madre con su hijo, o el beso apretado del hijo a su padre minero, nos conmueve y emociona.

Pero cómo entender que los hombres seamos capaces de mostrar que aún mantenemos viva y de pie esta fibra de la vida y no seamos capaces de reaccionar frente a un hecho donde cotidianamente en lugar de rescatar a la vida del borde del abismo, dejamos que se sumerja en la peor de las muertes. Contrario a lo que sucedió en el Campamento de la Esperanza donde todo comenzó en tragedia y terminó en fiesta, arruinamos permanentemente la fiesta de la vida permitiendo que algo más de treinta y tres -¡son millones!- de personas humanas mueran víctima del aborto realizado en el mismo seno materno. ¿Es que a alguien se le ocurrió decir en medio de esta catástrofe, que tal o cual minero no merecía seguir viviendo? ¿Alguien intentó dejar a la libre elección de un familiar o del gobierno chileno quién debía salir con vida y quién no? ¿Alguien pensó ir a preguntarle a un juez de la Corte Suprema de Justicia de Chile si consideraba que a alguno de esos hombres se le debía denegar la salida y debía morir indefectiblemente en la montaña? ¿Se escuchó decir a algún que otro candidato político “yo no estoy de acuerdo pero si me lo piden voy a eliminar a alguno de los hombres que está allí abajo”? ¿Cómo se hubiese tomado una afirmación de ese tipo en medio de un panorama hecho de fuerzas y ganas de que todos, absolutamente todos, retornen sanos y salvos? ¿Con qué palabras se hubiesen calificado afirmaciones de semejante calibre?

Y, sin embargo, a la vida que en este caso se cuidó tanto, en muchas -muchísimas- ocasiones la descuidamos de una manera que causa pánico y extrañeza. Dejamos que se decida la muerte sin que se nos ocurra ni hagamos algo como para evitarlo. No quiero con esta opinión empañar un hecho que llena de alegría y conmueve de gozo a todo el mundo. Al contrario, quiero que todos los días los hombres seamos capaces de organizar y mantener esta fiesta, la de la vida que se protege, se promueve y se defiende. Que nos demos cuenta que cuando nos unimos para estas cosas, debilitamos las fuerzas de los que sólo quieren violencia y desintegración. Que mantengamos inalterables las ganas y deseos de salvar y rescatar a los que están en peligro y no cuentan con los medios adecuados para poder superarlo.

¡Bienvenidos a la luz, queridos hermanos chilenos! Y que en este paso del dolor a la alegría aprendamos a decir siempre “presente” cuando la vida nos convoque y nos reclame.