Llegan cartas

¿Qué nos está pasando?

 

Guillermina Stiefel

DNI 23.228.531

Sres. Directores: Quisiera dirigirme a la señora presidenta: escribo esta carta porque creo no merecer, ni de mi parte, ni en lo que atañe a las personas allegadas a mi persona, este maltrato aberrante que sufrimos día a día.

Me levanto a las 6 de la mañana, preparo el desayuno para mis tres hijos, los llevo a la escuela, voy a trabajar, vuelvo al mediodía a retirar a mis hijos del colegio, tarea que también realizo a la tarde, ya que tienen doble escolaridad. Cumplo con todas mis obligaciones, tanto como madre, esposa, hija y ciudadana. Y, ¿qué pasa? Enciendo el televisor y todos los días, fuera de los robos más comunes a los que tuvimos que acostumbrarnos, tenemos que dolernos por la muerte de alguna persona inocente.

Por citar otro hecho, recuerdo la vergüenza que sentí por lo ocurrido en el Mundial de Sudáfrica con los barrabravas de nuestro país.

Vuelvo a salir y me encuentro con que aquí, en mi ciudad, en Promoción Comunitaria, cortan la circulación en las calles, ¿por qué? Nunca lo sé. Veo que con mis impuestos, que abono mensual y anualmente, estoy pagando la vagancia e ignorancia que se fomenta con el dinero de todos los argentinos.

La injusticia de no tener justicia, de tener que pensar que, si me pasa algo, no tengo que entrar a dudar, porque ellos tampoco lo harían.

De no poder dejar a mis hijos salir a andar en bicicleta, de no llegar muy tarde, porque no hay nadie en la calle. De que de todo lo que gasto o invierto tengo que informar, lo que me parece lo correcto, siempre que desde el otro lado sea igual, cosa que no ocurre.

Llego hoy y escucho que usted vetó la ley del 82 % móvil, alegando la quiebra de nuestro país. Yo le pregunto a usted, señora presidenta, ¿cree usted que a los argentinos medianamente informados nos conforma esa justificación? Sabemos que el Estado dispone de $ 10.000.000 para las asignaciones por hijo, mientras un jubilado que trabajó todo su vida para tener un rédito digno hoy no lo posee.

Me avergüenzo del resentimiento que retoma un pasado que por mi edad desconozco y también porque, siendo éste un país tan rico, los pobres viejos estén tan desprotegidos. Entonces, llego a la conclusión de que la buena educación que recibí, por parte de mi familia, no ha servido para nada.

Ni siquiera puedo entender qué nos está pasando como argentinos, que permitimos semejante injusticia.