Crónica política

¿El velorio continúa?

Rogelio Alaniz

Siempre he dicho que Menem me despertaba mucho más rechazo que Kirchner. Uno de los argumentos que han gravitado en mi opinión fue saber que por un motivo u otro los Kirchner lograron movilizar ideales y esperanzas que muchos consideraban enterrados para siempre. Nos guste o no, Kirchner le dio a ciertos intelectuales y políticos una causa por la cual luchar, a diferencia de Menen que sólo les dio una oportunidad para robar. Conozco a kirchneristas que se han sumado a esa causa desde la buena fe, el coraje civil y los ideales. Respeto una decisión que no comparto, pero me esfuerzo por tratar de entenderla y hasta me pregunto por qué aquello que en ellos moviliza tantas pasiones a mí me deja indiferente. La muerte de Kirchner me sorprendió y me provocó un conjunto de sensaciones contradictorias. Creo que a la mayoría de la gente le pasó algo parecido. Me interesan la política y la historia como campos de reflexión y de reconocimiento del mundo. Sería desleal a mis intereses intelectuales que la muerte de un hombre que ejerce el poder me resulte indiferente. En estos casos, carece de importancia si esa muerte me alegra o me entristece, porque en principio lo que me domina -cuando vivo una noticia de esa dimensión- es la gran puesta en escena que la historia despliega delante de mis ojos, un escenario donde la tragedia se confunde con la comedia y el cálculo político con la reflexión sobre la condición humana.

Como toda persona con un mínimo de sensibilidad he reflexionado sobre el misterio de la muerte, pero nunca me dejé arrastrar por esa suerte de necrofilia que domina a ciertas personas en estas situaciones. Algo pasa en la Argentina para que dos candidatos presidenciales hayan nacido en sendos velorios. Me refiero a Ricardo Alfonsín y Cristina Kirchner. Nada tengo contra ellos; en todo caso, si alguna observación hay que hacer, es a una sociedad a la que la muerte le moviliza sentimientos de adhesión política.

La muerte, toda muerte, ya no nos pertenece. Como dijera un analista político, a Kirchner hubiera querido derrotarlo en elecciones o en tribunales, no por la muerte, porque la muerte no juzga ni condena, la muerte es la nada y sobre la nada no hay nada que decir. La muerte de Kirchner me afectó como a cualquiera, pero nadie me puede obligar a sentir dolor o a derramar lágrimas. Respeto las lágrimas de quienes lloran a Kirchner, pero ese respeto reclama como contrapartida que no me exijan llorar, porque si eso ocurriera lo que en realidad me estarían exigiendo es mi conversión, como si la muerte tuviera un insólito efecto de persuasión política.

Respeto el luto, pero no quiero que me manipulen. No me interesa indagar sobre cada uno de los actos de la presidente en el velorio porque creo en su dolor, pero no pierdo de vista la decisión política de transformar una ceremonia mortuoria en el lanzamiento de la campaña electoral para 2011. Algunos años tengo y algunas experiencias he vivido como para chuparme el dedo en estos temas. La ceremonia estuvo preparada al detalle. Creo en las lágrimas de la gente, pero desconfío de la inocencia de los ángulos de las cámaras y de los primeros planos. No dudo que algunos de los que desfilaron delante del cajón fueron sinceros al balbucear palabras de solidaridad, pero sé que otros actuaron cumpliendo un rol ensayado y exigido.

Me molesta que reclamen respeto y silencio, mientras desde las más altas investiduras del gobierno se insulta a dirigentes opositores. Creo que juegan con dados cargados cuando presentan al velorio como un acto desligado de toda especulación política, mientras los ministros del gobierno lanzaban la candidatura de Cristina para el 2011. Escucho a dirigentes progresistas del kirchnerismo hablar en contra de la “tinellización” de la política, mientras veo a la presidente abrazarse con Tinelli y fotografiarse con Maradona. Respeto a muchos intelectuales que adhieren a Kirchner, pero les pido por favor que me respeten a mí y, entre otras cosas, no me hagan creer que Andrea del Boca es Rosa Luxemburgo y que Florencia Peña es Simone de Beauvoir.

Se le exige a la oposición respeto, pero la presidente no los recibe; se teoriza acerca de la banalización mediática pero la ceremonia se transforma en una formidable exhibición mediática. Respeto al muerto no porque fuera un santo sino porque fue un hombre como todos. Por lo tanto, no me lo presenten como un mártir, el martirilogio es algo muy serio y muy sagrado como para banalizarlo. Respeto al muerto, pero no quieran hacerme creer que soy culpable de su deceso. Apostó más allá de sus chances; creyó que todo podía ser sometido, incluso su salud. A Hemingway ese desafío le hubiera encantado, pero a Hemingway, no a mí.

Un gobierno no tiene por qué cambiar su programa por un velorio, pero tampoco la oposición debe dejar de ser tal por un velorio. La misma consideración vale para los periodistas. Conozco colegas que hasta ayer eran opositores rabiosos y la muerte de Kirchner los transformó en oficialistas. Algunos lo hicieron especulando con algún rédito, pero quiero creer que la mayoría se dejó dominar por los “sentimientos”, sensación que le suele ocurrir a quienes carecen de formación teórica sólida y en estas situaciones se parecen a esas hojas sometidas al juego del viento. Vaya un consejo para más de un colega: estudien. Un consejo a los jóvenes kirchneristas: estudien. La política es un conocimiento complejo, irreductible a una consigna o a una corazonada. No se asiste a la política como quien asiste a un recital de Callejeros o de Soda Stéreo. Estudien y aprendan para no dejarse usar, para tener convicciones, para ser libres.

La muerte de Kirchner no cambiará al kirchnerismo, pero su izquierda supone que ha llegado la hora de profundizar el modelo. En realidad, esa consigna se ha transformado en una suerte de misterio semántico que le permite a cada uno develarlo como mejor le parece. Los peronistas son expertos en internarse en esos laberintos y pretender que todos los acompañemos. No lo hice en 1973, con mejores argumentos; no se me ocurre hacerlo en 2010.

¿Arbitrario? Veamos. El lunes a la tarde en Río Gallegos se licitaba la construcción de tres escuelas. La “suerte” favoreció a Lázaro Báez. Creo que la misma suerte seguirá favoreciendo a Ulloa, López y el círculo de multimillonarios ligados al poder kirchnerista. ¿Alguien me puede decir con certeza cómo se articula la “profundización del modelo” con estos personajes?, ¿alguien puede explicar cómo conjuga sus utopías con la coexistencia de una burguesía rapaz y farsante en la conducción? Reproches parecidos se les hacían a los peronista de izquierda en 1973, observaciones que ellos refutaban con la clásica respuesta de entonces: “Jugadas tácticas geniales del Viejo”.

La “genialidad” de Perón se llamaba López Rega, Osinde, Norma Kennedy, Lastiri, Isabel y la logia P2 confundidos con la patria socialista, el hombre nuevo, la guerrilla y los curas del Tercer Mundo. Conocemos el resultado de esa mescolanza. Es más, lo hemos padecido. ¿Es necesario repetirlo para que Forster crea que ha actualizado su melancolía benjaminiana?

Me llama la atención, me sorprende ese afán de la izquierda peronista por adherir a causas que no sólo fracasaron en tiempos mejores, sino que cuarenta años después son un espantajo, una caricatura del modelo original. Me conmueven sus pequeñas trampas retóricas, esa suerte de alienación voluntaria. Moyano según este “relato” vendría a ser una suerte de Agustín Tosco; Cristina, una combatiente que acaba de bajar de Sierra Maestra; Eskenazi, una versión actualizada de Gelbard; Máximo, una versión criolla de Dany “el rojo”. Me sorprende que militantes e intelectuales de izquierda no se interroguen sobre la riqueza acumulada por sus jefes; me llama la atención que no les genere ninguna contradicción un gobierno que dice apostar por un modelo industrialista mientras sus dirigentes se hacen multimillonarios con la especulación inmobiliaria, el turismo, la timba y, tal vez, los negociados con medicamentos truchos.

El peronismo sigue creyendo en los caudillos, en los grandes jefes. Adriana Puiggrós le reclama a Cristina que nos conduzca. ¿Que nos conduzca adónde? ¿ésa es la propuesta liberadora? Mi respuesta es exactamente inversa: creo en dirigentes responsables, en instituciones fuertes que establezcan reglas de juego claras, y creo que todo gobierno progresista debe esforzarse por achicar la inevitable distancia entre gobernantes y gobernados. No hay inclusión social sin Estado de bienestar y no hay Estado de bienestar sin instituciones democráticas. Y no hay instituciones democráticas sin ciudadanos capaces de decidir por cuenta propia, ciudadanos que no esperan la llegada del conductor o la conductora para asumir sus responsabilidades o afrontar su destino.

¿El velorio continúa?

Hueco. Carlos Kunkel (izquierda), su primer jefe politico en tiempos estudiantiles, y Agustín Rossi, presidente del bloque FPV, flanquean la banca vacía que metaforiza la ausencia de Néstor Kirchner foto DyN