Eduardo Emilio Massera

a.jpg

Eduardo Emilio Massera. Siempre practicó el doble discurso, siempre trampeó a todos: a sus enemigos y a sus amigos. Foto: Archivo El Litoral

Rogelio Alaniz

De Massera se ha dicho todo lo que se tenía que decir: déspota, psicópata... los adjetivos pueden prolongarse hacia el infinito. Sin dudas que el hombre ha hecho méritos para ganarse ese lugar en la historia, y las notas que se publican por estas horas, con motivo de su muerte, arrojan al respecto una sorprendente unanimidad.

Su estampa y su sonrisa gardeliana -que él llegó a creer peronista- pero sobre todo su ambición perversa, lo llevaron a programar un proyecto de poder que fracasó en toda la línea, pero que en su momento llegó a ser inquietante. De esos tres comandantes que el 24 de marzo anunciaron el Golpe de Estado, dos eran orondas mediocridades, pero Massera intentó ser otra cosa.

Sus ambiciones políticas lo transformaron a los pocos meses del Golpe en el militar más odiado del Ejército. Ni su amistad con Suárez Mason o su temible eficacia para llevar adelante la lucha contra la subversión lograron beneficiar su imagen. Al rechazo de militares como Videla o Viola, se sumaba el rechazo del establishment económico: Martínez de Hoz y Alemann lo detestaban, y éste último le atribuyó ser el autor intelectual de la bomba que le colocaron en su casa.

Sus ambiciones políticas no lo humanizaron, todo lo contrario. Siempre se jactó de ser implacable. Galimberti decía que cuando Massera quería conversar con alguien lo secuestraba. No exageraba demasiado. Secuestraba y mataba. Lo hacía con los subversivos -lo cual era previsible- pero también lo hacía para ganar espacio en las feroces luchas internas castrenses. Los secuestros y muerte de Hidalgo Solá, Elena Holmberg y Fernando Branca entre otros, probaba que la pasión por matar Massera no la reservaba exclusivamente para los subversivos.

Se dice que al momento de dar el Golpe de Estado, los militares se habían repartido las tareas sucias. El Ejército se haría cargo del ERP, la Aviación de Poder Obrero y la Marina de Montoneros. En esta carrera criminal el que demostró un siniestro talento para la perversidad fue Massera. La Esma fue una obra maestra del terror. Para ello se supo rodear de talentosos colaboradores cuyo nombre la historia recupera como sinónimos de sadismo y crueldad: Alfredo Astiz, Jorge Acosta, Héctor Febres, Radice y el contraalmirante Chamorro. Hay más nombres por supuesto; pero destacado lugar se merece el doctor Magnaceo, el médico encargado de verificar la resistencia de los torturados y el responsable de dormirlos antes de iniciar el periplo conocido como los vuelos de la muerte.

La Esma fue su obra maestra y la fuente de su capital político. Massera se jactaba delante de sus pares de la eficacia de sus métodos. Por los sótanos y galerías de ese escenario del horror pasaron más de cinco mil personas, un número escalofriante que, además, le permitió a Massera dos beneficios políticos más: extender el poder de la Armada a todo el territorio y valerse de sus víctimas para construir su partido político.

Según Pablo Giussani, nunca en la historia del horror del siglo veinte se vio algo tan creativo y tan perverso. Ni los nazis se animaron a algo tan atrevido. En efecto, no deja de ser estremecedor que alguien haya pensado que a sus víctimas, las mismas que había secuestrado y torturado, las convocara como mano de obra esclava para escribir artículos, redactar comunicados, proyectar escenarios políticos. ¡Nunca había ocurrido algo parecido! ¡Nunca nadie se había atrevido a hacerlo y quiero creer que nunca nadie se propondrá hacerlo en el futuro!

En aquellos años, a Massera internamente se lo conocía como el Almirante Cero. Hay un muy buen libro escrito por Claudio Uriarte que da cuenta de la naturaleza política del personaje. Era buen mozo y mujeriego. Sus amores fueron tan célebres como viscosos. Nunca me sorprendió que una de sus enamoradas fuera Graciela Alfano, pero sí me llamó la atención que haya mantenido un romance borrascoso con Martha Lynch, aunque, como dicen los chismosos, fue como consecuencia de esos amores que ella decidió suicidarse. Cierto o no, creo que no se puede estar al lado de Drácula y seguir siendo el mismo.

Llegó al máximo cargo de la Armada gracias a un nombramiento de Perón. Se dice que los que aconsejaron dar ese paso fueron Lorenzo Miguel y López Rega. Tenía entonces 49 años y tal como se le presentaba la vida parecía que al mundo Dios lo había creado para ponerlo a su servicio. Siempre practicó el doble discurso, siempre trampeó a todos: a sus enemigos y a sus amigos.

Antes del Golpe de Estado llegó a tener la imagen de un militar democrático. El Partido Comunista, que siempre estuvo dispuesto a comerse esos amagues, lo consideraba antes de 1976 un militar sanmartiniano. Recuerdo que el secretario de la Fede de aquellos años nos decía que Massera se reunía con las autoridades del partido. Lo decía y suspiraba de emoción. Después se desengañaron e inmediatamente cambiaron el amor por Massera por el de Videla.

Cortejó a Isabel Perón cuando fue presidenta, después conspiró para su derrocamiento, pero acto seguido intentó sumarla a su proyecto político. Isabel -cuya dignidad personal nunca fue superior a la de un felpudo- se dejaba cortejar y en algún momento estuvo interesada en la fórmula electoral Massera-Isabel. A Videla y Martínez de Hoz debemos agradecerles que los argentinos no hayamos sido honrados con esa fórmula de evidente tono nacional y popular.

Los otros interlocutores fueron los Montoneros. Parece mentira, pero fue así. En este caso la responsabilidad, como se podrá apreciar, no fue sólo de Massera. Los muchachos idealistas mantenían contactos con el almirante y el lugar de la cita era el Centro Piloto de París. Haberse enterado de esas reuniones secretas entre Montoneros y Masera es lo que probablemente le costó la vida a Elena Holmberg.

En los últimos tiempos, circula con insistencia el rumor de que Mario Firmenich pudo haber sido agente doble desde por lo menos 1974. El historiador Martín Andersen lo sostiene explícitamente, pero no es el único. A mí la hipótesis no me sorprende demasiado, porque siempre creí que el nacimiento de Montoneros estuvo vinculado a un operativo de los servicios de inteligencia de Onganía.

Las reuniones con Montoneros abundaron durante los preparativos del Mundial de Fútbol. Se dice que se arribó a un acuerdo de cese de fuego durante ese mes. Los Montoneros que siempre aspiraban a ser reconocidos como un ejército real -convocaban a las conferencias de prensa en el exilio uniformados y con capellán castrense, porque fieles a su origen eran católicos e integristas- seguramente estaban chochos de la vida por haber arribado a una tregua de “ejército a ejército”. Después vendrá la contraofensiva y otras delicias semejantes, pero ésa ya es otra historia.

El otro dispositivo de poder fue el diario Convicción. Por allí pasaron numerosos periodistas. Algunos nombres merecen recordarse: Hugo Ezequiel Lezama, Jorge Castro, Marcelo Moreno y Eduardo Arribillaga. El diario llegó a vender durante el Mundial alrededor de 40.000 ejemplares. La plata para financiarlo salía de la Marina y de los negociados que en su momento había montado el almirante con la compra de armas.

Massera se propuso reeditar la experiencia del peronismo en la Argentina. Según esta visión, el Golpe de Estado de 1943 no era diferente al de 1976. Y él de alguna manera era la reencarnación de aquel coronel de ancha sonrisa y propuestas seductoras. No le salió bien la operación porque esas experiencias son irrepetibles, pero muchos peronistas lo acompañaron creyendo que por fin había llegado el nuevo conductor.

Todo le salió mal. Massera no necesitó de la democracia para ir a la cárcel. El juez Salvi le imputó la muerte de Branca, el marido de su amante. Con la democracia le llegó la noche: el juicio de 1985 probó 3 homicidios, doce tormentos, 689 privaciones ilegales de libertad y siete robos. Los números fueron exponenciales porque la realidad fue mucho más cruenta. En 1990 fue indultado por Menem, pero al poco tiempo volvió a la cárcel acusado por el robo de bebés. En el 2002 le dio un derrame cerebral y hasta ayer vivió casi como una planta. No sé si en el cielo pagará por sus crímenes, pero a mí me consta de que en la Tierra los pagó, nunca como es debido porque -como dijera Hannah Arendt-, ese nivel de criminalidad es tan inhumana que nunca se alcanza para pagar, pero pagó. Pagó con cárcel, repudio social y condena política. Ni siquiera lo dejaron seguir siendo socio de River.